jueves, 26 de noviembre de 2009

ONCE MINUTOS

Pagó el café, se levantó, dio las gracias a la chica que la atendió, dejó una buena propina (había creado una superstición al respecto, si daba mucho, recibiría también mucho), caminó en dirección a la puerta y, sin darse cuenta de la importancia de aquel momento oyó la frase que cambiaría para siempre sus planes, su futuro, su hacienda, su idea de felicidad, su alma de mujer, su actitud de hombre, su lugar en el mundo:

- Espera un momento.

Miró sorprendida hacia un lado
(...)

- No te vayas, esoy terminando este retrato y me gustaría pintarte a tí también.

María respondió, y al responder, creó el lazo que faltaba en el universo:

- No me interesa.

- Tienes luz, déjame por lo menos hacer un esbozo.

¿qué era un esbozo? ¿qué era "luz"?

(....)

Del diario de María, justo después de dejar el aburrido libro a un lado:

"me gustaría poder hacer por él lo que él hizo por mi. He estado pensando mucho, y he descubierto que no entré en aquel café por casualidad; los encuentros más importantes ya han sido planeados por las almas antes incluso de que los cuerpos se hayan visto.
Generalmente estos encuentros suceden cuando llegamos a un límite, cuando necesitamos morir y renacer emocionalmetne. Los encuentros nos esperan, pero la mayoría de las veces evitamos que sucedan. Sin embargo, si estamos desesperados, si ya no tenemos nada que perder, o si estamos muy entusiasmados con la vida, entonces lo desconocido se manifiesta, y nuestro universo cambia de rumbo.
Todos sabemos amar, pues hemos nacido con ese don. Algunas personas lo practican naturalmente bien, pero la mayoría tienen que reaprender, recordar cómo se ama, y todos, sin excepción, tenemos que quemarnos en la hoguera de nuestras emociones pasadas, revivir algunas alegrías y dolores, malos momentos y recuperación, hasta conseguir ver el hilo conductor que hay detrás de cada nuevo encuentro; si, hay un hilo."

Paulo Coelho, once minutos.

martes, 6 de octubre de 2009

DETERMINACION




Ayer S.se me acercó y me dijo "mami, he escrito una cosa,es como un regalo, y creo que deberías leerlo tú también"... en seguida se fue, medio avergonzada... cuando lo leí no pude evitar emocionarme.

Rogué al cielo que supiera lo que significaba lo que acababa de escribir... y el cielo le diera el valor de llevarlo a la práctica.

lunes, 28 de septiembre de 2009

GIL GRISSOM, ¡UN BUEN FINAL!

Definitivamente el ánimo tiene que mucho ver en todo lo que hacemos, y aún como percibimos las cosas. Hace meses vi el capítulo de CSI Las Vega, donde William Petersen, Gil Grissom, dejaba la serie y me pareció bueno. Pero este domingo, echadote en mi cama, con flojera de dejarla y bajar al mundo (nada me esperaba), volví a verlo. Y ahora me pareció diferente.

Grissom abandonó la serie como debería salir todo gran personaje (no muerto, o convertido en villano), de buenas maneras. Ya no podía más, estaba cansado de luchar con la miseria humana, con la oscuridad de las almas, y decidió irse. Un gran caso llegó, lo resolvió, se despidió de toda la gente que amaba y salió caminando, a solas, con tan sólo Katherine Willows dándose cuenta y guiñándole un ojo. La primera vez pensé que eso sería todo, que le mostrarían saliendo después de mirar a cada una de aquellas personas con las que trabajó, pero no. Hubo un regalo.

Me encantó verlo sudar, vestido de excursión, viéndose algo obeso, buscando un rastro, un camino en la espesura. Su camino. Uno que lo lleva finalmente a Sara. Su Sara. Fue grato verlo llegar, mirarla como pidiéndole disculpas. O una nueva oportunidad. Fue bueno verlo ir a ella, tomando la iniciativa para variar, demostrando que era humano, abrazándola y besándola. Y ahí terminó. Estaban juntos en el paraíso.

Queda imaginarlos explorando, investigando, llevando una existencia sin prisas, sin pasiones destructivas, descubriendo cosas de mundo y de la naturaleza, pero también de ellos mismos. Siendo felices.

Idílico, ¿no? Sí, es el típico sueño de dejarlo todo atrás y salir a buscar ese pedazo de tierra bajo el sol donde seremos felices. Fue un buen final.

JC

viernes, 25 de septiembre de 2009

¿LA VIDA NO VALE NADA?

Las dos noticias fueron casi simultáneas. En el Zulia unos ex trabajadores de una compañía que el Gobierno tomó a la brava porque no tenía como cancelarle deudas, se cocieron los labios para protestar y que no los racharan de agitadores que llamaban a la violencia. En Caracas un grupo de estudiantes, impotentes ante la justicia del terror, se tiende a los pies de las oficinas de la OEA para iniciar una huelga de hambre que no levantarán hasta que los muchachos presos por manifestar sean liberados, aún sabiendo que el costoso e inútil organismo nada hará.

Las marchas son reprimidas violentamente pero, extrañamente, a la siguiente convocatoria concurren más personas. Hombres, mujeres y muchachos. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso no se intimidan, no temen las lesiones, la muerte o los años de encierro como se está popularizando siguiendo el ejemplo cubano?

Fue cuando leí, en la revista ZETA, este trabajo de León de Greiff, uno de los más destacados poetas colombianos del siglo XX. Y sí, la vida es valiosa, tanto que puede ser entregada por nada ganándolo todo. Disfrútenlo:
……

RELATO DE SERGIO STEPANSKY

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida…

Y la juego o la cambio por el más infantil
espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo…

La juego contra uno o contra todos,
la juego contra el cero o contra el infinito,
la juego en una alcoba, en el ágora,
en un garito,
en una encrucijada, en una barricada,
en un motín;
la juego definitivamente, desde el principio
hasta el fin,
a todo lo ancho y a todo lo hondo
-en la periferia, en el medio,
y en el subfondo…-

Juego mi vida, cambio mi vida,
la llevo perdida
sin remedio.

Y la juego, -o la cambio- por el más infantil
espejismo,
la dono en usufructo, o la regalo…
o la trueco por una sonrisa y cuatro besos:
todo, todo me da lo mismo:
lo eximio y lo ruin, lo trivial, lo perfecto,
lo malo…

Todo, todo me da lo mismo:
todo me cabe en el diminuto, hórrico abismo
donde se anudan serpentinos mis sesos.

Cambio mi vida por lámparas viejas
O por los dados con los que se jugó la túnica
inconsútil:
-por lo más anodino, por lo más obvio,
por lo más fútil:
por los colgajos que se guindan en las orejas
la simiesca mulata,
la terracota nubia,
la pálida morena, la amarilla oriental,
o la hiperbórea rubia:
cambio mi vida por un anillo de hojalata
o por la espada de Sigmundo,
o por el mundo
que tenía en los dedos Carlomagno: -para
echar a rodar la bola…

cambio mi vida por la cándida aureola
del idiota o del santo; la cambio por el collar
que le pintaron al gordo Capeto;
o por la ducha rígida que le llovió en la nuca
a Carlos de Inglaterra; la cambio por un romance,
la cambio por un soneto;
por once gatos de Angora,
por una copla, por una saeta,
por un cantar;
por una baraja incompleta;
por una faca; por una pipa,
por una sambuca…

O por una muñeca que llora
como cualquier poeta.

Cambio mi vida -al fiado- por una fábrica
de crepúsculos
(con arreboles); por un gorila de Borneo;
por dos panteras de Sumatra;
por las perlas que se bebió la cetrina
Cleopatra-
o por su naricilla que está en algún Museo;
cambio mi vida por lámparas viejas,
o por la escalera de Jacob, o por su plato
de lentejas…

¡O por dos jequecillos minúsculos
-en las sienes- por donde se me fugue,
en gríseas podres,
toda la hartura, todo el fastidio,
todo el horror que almaceno en mis odres…!

Juego mi vida, cambio mi vida.
De todos modos
la llevo perdida…
……

JC

miércoles, 16 de septiembre de 2009

LOS CUARENTA

Esta cifra, como alguna vez dije por ahí, inquieta. Es como demasiado tiempo. Si se multiplica por dos difícilmente podemos esperar seguir sumando. No es como los veinte. O los treinta. Personalmente, hace unos tres años, comencé a sufrir una crisis casi de identidad. Me cuestionaba quién era, qué había logrado y a dónde quería llegar. A los treinta y siete años de edad fui botado de una relación que creí estable, para matrimonio y más, y me sentí contento. Hasta entender que no tenía mucho de nada. Ni siquiera logros. Fue más o menos por la época cuando vi, por primera vez, Brokeback Mountain. Ya imaginarán cómo me fue. A mi malestar personal se unieron el pesar y la angustia por relaciones que se frustraban, y el miedo a un carajo que terminaba solo, sin nada como no fueran recuerdos.

Creo que se me había adelantado la crisis de los cuarenta. No es fácil hablar de ese periodo en especial, como no sea un marasmo de días sin sentido, de depresión e insatisfacción (¡me veía tan reflejado en los personajes de esa película!); pero, como siempre ocurre, de alguna manera uno continua. Se adapta. Cambia. O lo simula. El caso es que hace poco leí esta reseña, en El Nuevo País, de uno de sus columnistas al que leo mucho. Un carajo mayor. Hablaba de forma ligera y algo superficial, de los cuarenta. No pude evitar sonreír, reconocí en mí mismo mucho de los síntomas: intranquilidad, el sentir que no había logrado nada, e incluso el deseo infantil de escapar, de cambiar de vida (pensaba en dejar mi trabajo de oficina para irme a vender pescado frito a orilla de una playa).

A diferencia de otras lecturas al señor Rivieras, esta no fue tan fácil de digerir, pero aún así, disfrútenla.
……

LA ARRECHERA COTIDIANA
Por Eduardo Riveros.

¡Crisis: cuántas imbecilidades se cometen en tu nombre! No hablo de la manoseada mutación económica; sino de la que afecta al ser humano. Desde siempre. Y han sido los hombres, los varones, los que mayor provecho o dolor le han sacado a esos saltos. Entre las más notables, respetadas, reconocidas, estuvo y, en parte continua, la Crisis de los Cuarenta. Hasta las familias esperaban con angustia el arribo de ese cambio. Tenían, por doquier, ejemplos de lo desastroso que podía ser el trance. Algunos se iban de sus hogares, con nuevas parejas, habitualmente más jóvenes, más ignorantes e inferior intelectualmente. Les hacían sentir, explican los expertos, superiores. La idea era cambiar una vida insatisfactoria. Barrer la rutina. Otros no seguían ese camino sino que dejaban el trabajo en busca de utopías, o de “hacer lo que siempre he deseado”. Con su tradicional talento, Somerset Maughamen, en “El filo de la navaja”, pone, finalmente, al triunfador Larry como taxista. Y es feliz.

Con las mayores expectativas de vida, esas crisis no han desaparecido, se han trasladado a unos años más adelante. Y, multitudinariamente, se han unido las mujeres. Para ellas, antaño, sólo existían los conflictos hormonales naturales: menopausia, amenorrea. Ahora no. Tampoco ellas se sienten satisfechas con la vida llevada. Pero inteligentes, como siempre han sido más que los hombres, buscan el cambio no en la cama sino en lo profesional, en superación personal, estudian, logran masters y, con ello, un absoluto reconocimiento laboral, empresarial. En esa posición pueden elegir desde mejoras salariales hasta un compañero mejor que el que, también se dan los casos, abandonan en el camino.

En esto las féminas también han igualado a los varones. Tradicionalmente el sujeto buscaba, para su desahogo, personas dependientes, subordinadas. Era más sencillo pedirles ‘travesuras’ sexuales, las que no se atrevían a solicitarle a la esposa, o ésta no les concedía. Con la independencia económica, mayor seguridad, ellas siguen ahora el mismo camino buscando también sujetos ‘dependientes’. Y los preferidos son los instructores de gimnasios. Estos muchachos tienen, hoy, un requerimiento inusitado. Aunque también los chóferes y guardaespaldas gozan de demanda. Y este fenómeno se ha llevado exitosamente a la televisión. ¿Qué otra cosa son “Mujeres desesperadas” o “Sexo en la ciudad”?

En vista de todo lo anterior es que los especialistas dicen que ya no se debe hablar de ‘crisis’; puesto que estas se han transformado en vehículos de superación. Al menos para las mujeres.
……

La verdad es que el hombre es algo tajante, y hasta desagradable, en sus afirmaciones. Pero de que los cuarenta pegan, pegan, la sensación de vacío, de poca valía, nos atormenta. Es como una pared que por un momento te detiene, asusta, y la cual debes superar sintiéndote distinto. Yo llego el año que viene y ya llevo tres años padeciendo lo que se podría llamar una pre crisis.

JC

jueves, 10 de septiembre de 2009

SILENCIO

Del dormitorio donde miro televisión, voy a la cocina para ver que me llevo a la boca; algo, cualquier cosa. Entendiendo que sufro un tanto de depresión, por tantas cosas. Y me pregunto ¿qué haces? Quisiera llamarte, pero me contengo. No quiero atosigarte, no deseo que debas contestar por obligación. Pero me intriga, ¿serás tan feliz que intoxicada de dicha te permites ser un poco egoísta… o sufres y no quieres que nadie escuche tus lamentos? Tal vez, simplemente, no tengas un instante para nada. A veces pasa. A veces la vida corre demasiado rápido, un día tras otro, sin dar tiempo para nada. Una vez me dijiste que había que detenerse, tomar aire, elevar la cara al sol y sentirlo. Lo he hecho. Y sonrío. ¿Lo recuerdas?

No debí pensar en ti, ahora tengo más hambre. Estoy más deprimido. Mejor elevo un poco más el volumen de la tele.

JC

¿UN BAÑITO DE RESPETABILIDAD?

Pobre. Y lo digo por el rey, no por Rodríguez Zapatero.

Después de una triunfal gira que lo llevó a codearse, retratarse y darse abrazos y amapuches con Omar Al-Bashir, Mahmoud Ahmadinejad, Muammar el Gadafi, Robert Mugabe, Alexander Lukashenko y Vladimir Putin, y para no desentonar y continuar sintiéndose en casa, Hugo Chávez saltará a España para retratarse también con su panita del alma, Rodríguez Zapatero. El único que le aceptó la visita. Pero nuestro Chávez quiere, exige, y se le concede, que el rey Don Juan Carlos, lo reciba también. Y al pobre señor, enredado por los Desatinos socialistas, no le queda más remedio. Y lo peor es que nadie sabe a qué va, exactamente, Chávez.

Bueno, soy duro con ese… gobierno, por su manifiesta admiración por el estadista venezolano, a quien aprecian y admiran tanto. Después de todo el señor Rodríguez Zapatero no puede ser tan malo, nunca como ahora había vivido España un momento tan brillante económicamente hablando, amén de seguro. Que nadie se sienta ofendido, hablo por el hígado.

Lo siento, M, había prometido no hacerlo, pero es que… como dice la canción: los odios tanto que a mí mismo me sorprende mi forma de odiar.

JC

viernes, 4 de septiembre de 2009

Del blog UN LAZO A JAKE GYLLENHAAL (buen nombre, ¿eh?), extraje esta fotografía. Cada vez estamos más cerca del gran estreno… pero no lo suficiente. Sin embargo, debo confesar que espero por esta cinta como aguardaba por El Guasón de Heath Ledger, ansioso pero inquieto, aunque al final le fue de maravilla (qué actuación brindó). Ahora esperamos por Jake.

Primera imagen oficial, El Príncipe de Persia

Un aporte de Alas... 12:04 PM
……

Julio César.

lunes, 31 de agosto de 2009

AH, COSAS DEPRIMENTES

Y no hablo de los sueldos de la administración pública.

¿Les llegó alguna vez un correo que decía “si recuerdas a Maguila gorila eres viejo”? Pues, acabo de recibir otro. Y son ingeniosas las frases. Creo que uno de los momentos más extraños en nuestras vidas es cuando entendemos que ya no nos miran como a un muchacho; cuando llegas a los dieciocho años y un niño te pregunta algo y termina con un “gracias, señor”. Bien, vemos que me enviaron:
……

HAY COSAS QUE DEPRIMEN

Que vayas al banco a firmar un documento por una diligencia gestionada por tu padre, y te den el formulario, a tu nombre, de un plan de pensiones y jubilaciones. Claro, era para tu padre, estás lejos de la edad, pero como tienen el mismo nombre…

Que hasta los amigos de tu padre te digan que tienes que buscar mujer.

Que le digas a un amigo:
-El otro día me pese, adivina cuánto.
-¡Cien kilos!
-No, coño. Sólo noventa y cinco.
-Ah, ya; pero de estas navidades no pasa…

Que un niño esté jugando con otros al futbol, te dé un balonazo y que otro de los niños le recrimine y te diga:
-¡Perdone, señor!
……

Y hay muchas otras, ¿verdad? Que vayas deprimido a contarles a amigos que te botaron, y respondan: “me lo esperaba”.

JC

NOTA: Y no quiero atarlo al nudo de la depresión, pero me pregunto ¿por dónde andará M? Espero que esté en Egipto, de paseo; no sale de uno ahora. Espero, en síntesis, que la estés pasando muy bien.

miércoles, 26 de agosto de 2009

EL QUE QUIERE, BUSCA…

Me encantan los relatos encontrados en los blogs sobre Brokeback Mountain, no esos que describen la película y su calidad técnica, o falta de esta. Sino esos que hablan de los personajes, de lo que significaron para ellos. Hay personas tan imaginativas, pero sobretodo tan sensibles, que uno se sorprende. La gente normal en su diario vivir no suele hablar de esas cosas, de esos sentimientos, de esas vainas que a veces no sólo te hieren la vista sino adentro, algo que uno tiene que llamar el alma. Un niño pequeño que llora en una calle porque no sabe donde está la mamá; un hermano que sufre porque la mujer lo dejó y aunque se gritaron y la mandó para el carajo, en cuanto ella sale se derrumba y llora (¡con lo feo que es ver llorar a un hombre!), son cosas que pegan.

Hay situaciones y escenas que te dejan alegre por días, sonriendo sin saber por qué, o te entristecen de forma terrible. Algo que hizo ambas, alegrar y entristecer, fue Brokeback Mountain, y la gente en esos blogs se dedicaban a eso, a llenar esos huecos dolorosos entre escenas que todos necesitábamos explicarnos, darle sentido para poder continuar. Y ahora quiero reproducirles uno de esos cuentos que ojeé, pero interpretado por mí. No recuerdo el nombre del blog, porque cuando lo leí y saqué copias, jamás imaginé verme un día escribiendo estas cosas y no tomé notas de quiénes eran. La historia es buenísima, y si alguien la reconoce, que nos lo diga. Y si llegamos a saber quién es, y alguien lee esto, le recomiendo que entre en esas páginas. Son maravillosas en verdad.

LAVANDERÍA EN RIVERTON
¿Cómo pude vivir cuatro años de mi vida sin tenerte así?

Han pasado ya cuatro años desde la última vez que te vi, cuando la mirada se me empañó de dolor al verte caminar tras mi camioneta, altivo, con tu mirada baja, enjuto y resuelto, como si todo hubiera terminado en realidad, como si aquello no hubiera sido la cosa más importante que había pasado en tu vida, como sentí había sido en la mía. Porque en la mía sí lo fue, vaquero, y por eso me dolía mientras me alejaba de ti. Han sido cuatro largos y dolorosos años que he tenido que llenar con los recuerdos de tu sonrisa grave, de tu mirada oscura, de tu cabello claro como el sol. Cuatro años de vivir de recordar olores, del deseo de volver a estar junto a ti, de estar en tus brazos y tú allí, rodeándome con fuerza, y yo engañándome, diciéndome que siempre sería así, que siempre estaría a tu lado y que tú me amarías toda la vida.

Recorro millas y millas, y mi mirada se centra en un sólo punto de esta carretera algo desolada y agreste: el horizonte donde tú vives. He tenido que preguntar mucho, que buscar en todas partes para saber de ti, para ubicarte, y me ha llevado muy poco tiempo reunir el valor para ir a ti. Todo comenzó con mi regreso a la montaña, cuando Aguirre me corrió, pero ahí pude pescar un poco de tu rastro. Ahora siento temor, me pregunto si continuarás siendo el mismo Ennis del Mar que conocí y a quien entregué mi corazón, mi vida y mi amor. ¿Has pensado en mí alguna vez, Ennis? ¿Me has recordado con cariño o he sido un pensamiento odioso y terrible que has preferido enterrar? No, no lo creo. Me invitaste a visitarte. También tú debes haber llenado los vacíos de tu vida con el recuerdo de nuestra pasión, con esa necesidad que yo tenía de ti, y la que hacía que me buscaras, que ocultaras tu rostro en mi cuello olisqueándome antes de tomarme con tu ardor. ¿Te parece a ti que el tiempo ha transcurrido lentamente, como una tortura, como me lo ha parecido a mí?

¿Cómo será tu casa? ¿Qué has hecho de tu vida? ¿Te casaste con tu novia de toda la vida, aquella que usabas como un escudo contra lo que ya sentías por mí? ¿Tienes la propiedad que deseabas, algo pequeño pero tuyo? ¿Tienes hijos, Ennis del Mar, a quienes amarás con locura? ¿Cuándo te mire a los ojos seguiré viendo en ellos lo que esa segunda noche descubrí, que me necesitabas y querías tanto como yo a ti? Perdóname, Dios, pero quiero que sea así, quiero ver en su mirada lo que me mostró hace cuatro años atrás. Por favor, Señor, deja que lo vea antes de condenarme. Piso el acelerador al tope, quiero llegar y sorprenderte, caer sobre ti antes de que tengas tiempo de pensar o reaccionar y apoderarme de tus labios, de tu boca fina, viril y hundirme en ella, mientras me fundo contra tu cuerpo y me lleno la nariz con tu aroma de hombre fuerte. Quiero que sepas cuánto te amo antes de que respondas, porque no sé si tú sentirás lo mismo que yo o me alejarás de un empujón. ¿Y si me has olvidado? ¿Y si no recuerdas nada de toda esa maravillosa locura? No, Dios, no dejes que sea así, aunque sea malo pedírtelo. Me tiembla todo el cuerpo, de alegría anticipada, de nervios, de miedo… y no lo puedo remediar.

Llevo todo el día pegado al volante pero no puedo detenerme ni para comer, no me llegaría nada al estómago. Parece que no tengo estómago ni cuerpo en realidad. En estos momentos no soy nada porque llevo cuatro años sin verte. Cuando estemos frente a frente sabré sí vuelvo a la vida, si vuelvo a ser Jack Twist, el tipo hablador, alegre y optimista que todos dicen que soy, pero que ahora es sólo una máscara, una sombra de lo que fue. Veo el cartel de Riverton, y así como doy un vuelco con el vehículo, me lo da el corazón en el pecho. Mis ojos me arden al tenerlos tan abiertos, buscando tu casa, como el sediento perdido que busca el escondido oasis donde será saciado y feliz. Ahora recorro lentamente las calles por las que sueles andar, y todavía tiemblo más. ¿Ese de allá, que camina lento con los hombros caídos, eres tú, Ennis? No, le falta la altivez y belleza que sé que posees, y no sólo porque te ame.

Joder, puto Jack Twist, han transcurrido cuatro años en los que intenté no pensar más en ti, pero esperando contra toda lógica verte cada tarde al regresar de mi trabajo a la entrada de mi casa, esperándome, diciéndome que al fin me has encontrado. Y ahora estoy aquí, temblando de nervios como un muchacho que espera a su novia de toda la vida, a la que realmente desea y ama, con la que sueña pasar el resto de su vida. ¿Por qué tuve que amarte a ti, Jack Twist? Pero lo hice aunque nunca te lo dije, y tal vez jamás lo haga. ¿Supiste leerlo en mis ojos, en mis besos, en la forma en que necesitaba de tu cuerpo? No lo sé, no soy bueno en eso. Pero te espero, y eso me consuela en este momento frente a esta ventana desde donde vigilo el horizonte y la calle, sin parar de beber cervezas, encendiendo un cigarrillo tras otro, escuchando sin oír a Alma, incapaz de concentrarme en nada como no sea en mi espera, en mi espera de ti, Jack. La mirada me duele de forzarla buscando en la carretera, mi corazón salta cuando escucho acercarse alguna camioneta, esperando que sea la que te trae nuevamente a mi vida.

Anoche no pude dormir recordando una y otra vez un verano pasado a las puertas del Cielo cuando fui feliz por primera y única vez, aunque en ese momento no supe verlo, pero que debí intuir al mirar tus ojos enormes y bellos, llenos de luz, que me decían sin tapujos todo lo que sentías. Oh, Jack, cuántas veces no me pareció la experiencia más increíble de este mundo verme en tu azulada mirada cuando juntos alcanzábamos la gloria del éxtasis. Te he recordado tanto que a veces río en silencio al pensar en ti, y otras no puedo con la tristeza, y otras más sentía que hervía de ganas, de deseo, pensando en tu cuerpo joven y perfecto, tibio, siempre dispuesto para mí, para que te tocara y recorriera con pasión. Pensar en tus labios dulces, en tu aliento tibio, en el sonido de tu cuerpo todo al caminar me enloquecía lentamente. Y aún lo hace.

Joder, puto Jack Twist, no llegas y me estoy poniendo frenético, nervioso y temeroso. Quizás no hallas podido venir, y sí es así creo que gritaré y me desmoronaré porque no sé qué haré con todo esto que me quema por dentro, que me tiene de pie, caminando de un lado a otro, de la nevera con cervezas a la ventana donde espero verte aparecer de la nada, sonriéndome con cariño, con tus hermosos ojos viéndome con ese amor que siempre estaba allí. ¡Aparece ya, por Dios! Estos cuatro años no han sido vivir, sino estar. Sólo he trabajado en vainas feas y desagradables, duras y que daban poco dinero; o en llevar a las niñas al colegio, niñas que nunca hablan conmigo, aunque Alma, mi hija mayor, siempre me mira con cariño, pero yo no sé que responderle como cuando me pregunta, sorprendiéndome, por qué nunca río o por qué nunca me veo contento. No sé cómo decirle que antes si lo hacía, que antes fui feliz, porque sólo fue contigo, Jack. Contigo reía y hablaba, lleno de una felicidad febril. Estos han sido cuatro años de ir a misas para oír a los puritanos hablar del pecado y del castigo eterno, y a veces me he preguntado, pensando en el Crucificado, si al final sólo habrá condenación para mí. No lo sé, pero en este momento, mientras te espero, nada de eso parece tener importancia. Mañana me preocuparé por mi alma.

Han sido cuatro años viviendo sin vivir, sintiéndome vacío, como si me faltara algo, una parte valiosa e importante. Es cuando te recuerdo saltando y gritando como un tonto vaquero de comiquitas, y no puedo evitar sonreír, deseando verte. Carajo, ¿qué pasa que no terminas de llegar? No puedo estarme tranquilo, ni comer, pensando sólo en lo que sentiría si probara nuevamente tu boca, hundiéndome en ella, atrapando tu lengua y mordiéndola y lamiéndola, sólo para oírte gemir como sólo tú sabes hacer, haciéndome arder de pasión al saberte tan entregado a mí. Miro mis manos que tiemblan e imagino que ya estoy frente a ti, tocándote, palpándote, convenciéndome de que realmente estás aquí, y me arden. Ya quiero tocarte, Jack, quiero tenerte a mi alcance. Por fin hoy estoy comenzando a vivir, estas ganas de hacer, de decir, de reír, de acariciar con ternura las estoy sintiendo por primera vez después de cuatro años, y la espera me está matando.

Estoy cansado, el corazón me late con fuerza y me debilita y marea. Debo sentarme y seguir esperándote, aunque me asuste el que no vengas. Pero seguiré esperando porque dijiste que vendrías, y tú siempre me cumpliste, Jack. Si, debo sentarme y tranquilizarme porque la urgencia comienza a notárseme y no quiero que Alma piense que estoy pasando por una crisis de ansiedad. Nunca me ha visto así, nervioso, emocionado, expectante, y ya comienza mirarme con extrañeza.

Ahí está, es la lavandería Riverton. Todo me parece tan distinto, tan extraño a lo que eran nuestras vidas hace cuatro años. Pero ya estoy aquí, ahora podré verte, intentaré estar tranquilo, pero sé que los ojos se me saldrán de las órbitas intentando atraparte en ellos, para retener tu imagen nuevamente, para llevarte conmigo para siempre. ¿Me darás la mano o sólo nos saludaremos de gesto? Necesito tocarte, Ennis del Mar, necesito sentirte contra mí, sentir tu calor. Creo que estos cuatro años todos los he vivido sólo para este momento, para poder estar aquí, frente a ti, como toda mi vida antes en la vieja y destartalada casa de mi padre, donde no había nunca mucho de nada, ni siquiera afecto, fue para ir a esa montaña y conocerte, momento en que mi vida cobró sentido. Dios, no permitas que me embargue la emoción y llore o algo así. A él no le gusta eso, pero ¿y si no puedo contenerme?

¡Si! ¡Si!, te veo, estás ahí, en esa ventana, mirándome, y creo que algo como una sonrisa quiso dibujarse en tu rostro inexpresivo. ¡Estabas esperándome! ¿Te alegras realmente de que esté aquí? ¿Te hace feliz mi llegada, Ennis?

Aquí estás por fin, Jack puto Twist. Tu camioneta es nueva pero reconozco tu manera de conducir, porque no la he olvidado, porque la he visto en mis recuerdos una y otra vez, cuando llegabas a mí, y cuando te ibas dejándome tan abatido que creí que enfermaría de dolor. Carajo, cómo corres, pareces tener prisa. Y eso me gusta, porque me dice que quieres verme ya, que tú también has pensado en mí, que también has vivido recordándome. Te detienes al fin, no aguanto más, tengo que salir a recibirte, a verte, a convencerme de que realmente eres tú, mi Jack. ¡Has venido a mí, mi puto Jack Twist! Tengo que salir pero no a la carrera, y contenerme al verte. Y estás allí, de pie, con tu sombrero de ala ancha, con tu aire de niño adorable y grande, con tus ojos maravillosos que me miran como buscando una señal, como si temieras o dudaras de mis sentimientos en este momento y no supieras qué esperar.

-¡Hijo de puta! Jack Twist, grandísimo hijo de puta.

Bajo a tu encuentro, a mi encuentro con la alegría, con la risa, con las emociones, con la vida, y nos fundimos en un abrazo fuerte. Mi cuerpo no puede estar más pegado al tuyo, mientras te siento estremecerte y dejar escapar el aire retenido en tus pulmones, como aliviado de este recibiendo, el único que mereces, mi Jack. Estamos pecho con pecho y siento el loco cabalgar de tu corazón como tú debes sentir el mío. Mi mejilla choca de la tuya y siento el raspar de tu barba, como tú debes sentir la mía y entiendo que no cambiaría este momento de mi vida por ningún otro que pudiera venir. Percibo tu aliento cálido, ese aliento que muchas veces tomé mientras te besaba en esa montaña y siento que me muero de ganas. Mis brazos no dan más de sí, no puedo atraparte más, no puedo retenerte con la suficiente fuerza para convencerme de que ahora eres mío y nunca te irás otra vez. No lo entiendo, cabrón de mierda, ¿cómo pude vivir cuatro años tan lejos de ti, sin verte, sin sentirte así?

Pero al fin has llegado, maldito hijo de puta. Llevo todo el día pegado a esa ventana esperando este momento, pensando en mil cosas que decirte, en las mil maneras de actuar frente a este primer encuentro después de tanto tiempo, pero con tan sólo verte, al sentir la emoción embargarme, lo olvidé todo y sólo pude correr para tenerte así, atrapado en mis brazos, sintiéndote tan junto a mí. Siento tu calor, me lleno de tu olor. Me marea percibirlo. Por Dios, al fin estás entre mis brazos otra vez y ni así es suficiente. Miro a ver si hay alguien que pueda vernos, me asusta que hablen de ti y de mí, pero también me aterra que el dichoso mirón nos obligue a separarnos. Sonrío levemente porque no hay nadie, nadie que se escandalice, censure o nos grite por lo que voy a hacer, esto que lleva cuatro años matándome…

Sí, eres tú, Ennis, mi Ennis del Mar, así como yo soy tu Jack. Eres el hombre que conocí un mañana y me robó la paz, los sueños y los deseos. Eres el que me ata a su cuerpo con sólo desearlo, eres quien me desarma con su mirada, el que puede premiarme o castigarme con tan sólo una palabra. Ennis, siento que el fuego que arde en mí, al que me ataste la primera vez que fui tuyo, me devora nuevamente, y ya debe estarse notando bajo mis ropas, como noto el tuyo. Ahora me empujas, y en tus ojos sólo hay deseos, ganas, y me pegas contra la pared y miras mi boca mientras yo sólo deseo ver tus ojos oscuros y brillantes, y me besas. Aplastas tu boca contra la mía dejando escapar un gemido, un alarido o un sollozo de consumación. Me besas con todo tu ser, con toda tu entrega como si fuera el último beso que pensaras dar en tu vida.

Y tus manos me aferran con fuerza, apretándome con su calor, con su rudeza, las manos callosas del hombre que sé que amo. Tu lengua busca la mía, atándose a ella, y me mordisqueas, me lames todo y siento que no te cansas de eso, que deseas beber de mí tanto como yo de ti. Me muerdes y me aprietas, con fuerza, con rudeza, como el hombre tosco que eres. Estamos tan juntos que ni una brizna de viento puede pasar entre nosotros. Siento que cedes un poco en tu beso, y ahora yo te agarro también, toco tus orejas, tu cabello, tu nuca y te muerdo también, frotando mis mejillas de las tuyas. Es la entrega a las necesidades, el reconocimiento de aquello que urge para ser feliz en esta vida. Nuestras bocas jadeantes dejan de estar unidas, noto que aún sientes temor de que nos vea alguien, y yo sólo puedo mirarte a los ojos con toda mi entrega, con todo el dolor de la aceptación que hago de esta necesidad de ti, por ti, mi Ennis. Te miro y creo que si muriera en estos momentos, así, con tu aliento cayendo sobre mi boca, con tu frente sobre la mía, moriría feliz, sin temer a lo que me aguardara en la otra vida, porque ya estoy en el Paraíso. Tu recibimiento me ha dejado debilitado, y casi no lo puedo creer. Eres tú quien ha tomado la iniciativa esta vez, y te juro por mi vida que no vas a quedarte sin respuesta.

Jack, Jack… cordura, pueden vernos. Pero ¿cómo resistir tu mirada azulada y hermosa, donde casi creo que brilla la humedad del deseo, pero también del enternecimiento ante mis besos? Mi dulce y sentimental Jack… no me mires así, por favor, no aquí, porque tu amor se nota de lejos. Hummm, me besas ahora y siento que me muero, que ya no soy dueño de mis actos o de mi vida.

Tu boca sabe exactamente igual que en mis recuerdos, mi lengua reconoce la tuya, mi piel arde, se eriza y quema como antes. Parece que no nos hubiéramos separado años enteros, pero así fue, y yo lo siento en esta urgencia de ti, de tenerte que no me deja pensar. Por eso debo seguir besándote aunque ya estás inquieto, por eso no puedo alejar mis manos de tus mejillas, por eso mis piernas están atadas entre las tuyas, y puedo sentir la dureza de tu deseo, como tú sientes el mío. Por eso nos comemos otra vez, con hambre vieja, con el hambre de los años no saciados, separados, años en los que no se vivió en verdad.

Jack, Alma… Ella está arriba…

No te quieras alejar, Ennis. No se te ocurra separarte de mí, dejándome sólo otra vez…

No quiero separarme, no quiero soltarte otra vez, joder, pero pueden vernos. Coño, tienes algo que me une a ti, que me pega a tu piel. Separo mi boca, separo mi cuerpo pero mi frente continua pegada a la tuya, Jack, y me quemo con tu calor. Quiero tener cordura y poner distancia, pero mi piel se restriega de la tuya y parecemos dos gatitos mimosos. Me vuelvo, mirando hacia las escaleras, hacia el lugar donde puede estar Alma, tal vez viéndonos, pero sigo tocándote, sigo en tu frente, siento tus manos en mi barbilla, en mis mejillas, pidiéndome amor, ternura, cariño, y sé que no podré resistir mucho más.

¿Qué haremos ahora, Ennis del Mar? ¿Qué será de mí ahora?

Nos vamos a la mierda, Jack Twist. Vamos a donde pueda tocar cada centímetro de tu cuerpo y recrearme acariciándolo, donde pueda lamerte, sentirte, besarte y tenerte para mí. Quiero reflejarme en tu mirada cuando te ame, cuando seas nuevamente mi puto Jack Twist, el mío; el carajo hermoso que sin palabras me dice cuanto me ama. Nos vamos… y tal ve desaparezcamos. Dios, ojalá tenga el valor de robarte y no dejarte ir nunca más.

JC

DE SOL A SOL

Esta expresión que habla del trabajo esforzado, continuo y agotador, es una que no creo que pueda aplicarse a mí. No soy una persona floja o perezosa, pero por la naturaleza misma de mi empleo, de todos los empleos que siempre he tenido, jamás he sudado sobre el arado, de sol a sol. Si, cumplo con mi parte, asisto, resuelvo lo que debo resolver y atiendo lo que debo atender, llenándome de rabias, frustraciones y stress… pero el ideal del trabajo duro, no se aplica a mí. Amigos y conocidos siempre dicen que tengo un trabajo raro, me imaginan sentado todo el día, entre aires acondicionados, tomando café, chismeando con medio departamento, o leyendo periódicos. No diré que algunos rasgos de esos no los hay, pero no todos tampoco.

Hace tiempo los padres de un amigo dejaron la ciudad y decidieron irse a vivir a una parcela en una zona campesina por decirlo así. Pero no era una campiña como la de Heidi, con una casita campirana, jardines, matas de mangos, con praderas llenas de flores junto a un río cantarino. Completada la bella imagen con abundantes aguas blancas en tuberías, alumbrado eléctrico y carreteras asfaltadas que derramaran la carga, y a la gente, en la puerta. No, se fueron a un lugar montañoso, con laderas y caídas, lleno hasta el topa de árboles enormes, matorrales horribles, sin agua, sin luz… y a una casucha con dos habitaciones, donde el cuarto de baño quedaba fuera. Yo me dije: se volvieron locos, no llegan a los sesenta y ya están seniles. Creo que mi amigo, Luís, pensó algo parecido. Cuando se mudaron, los viejos parecían contar con sus muchos hijos, y una que otra amistad, para que los ayudaran a salir adelante. Conozco a la doñita, no es de las que sienten penas o vergüenzas a la hora de poner a todos a trabajar.

Durante varios fines de semanas tuvimos que aplanar una cumbre hasta lograr un plano para levantar la casa real. Hubo que abrir con picos y pala una vereda, desde la carretera oficial hasta el plano, ya que no querían la vivienda cerca de la vía. Hubo que meterse entre matorrales, caídas y animales raros para tender cables eléctricos hasta la casita, robada, para alumbrarlo todo. Pero el trabajo que más recuerdo es… desmalezarlo todo a fuerza de machete y garabato, ese ingenioso bastoncito corto en cuellito para atrapar un manojo de montes y cortarlo de un machetazo. Era duro, agotador, comenzábamos antes de las ochos de la mañana, después de un buen desayuno, sudando a mares, tomando agua como locos antes de que trajeran un jugo dulce que nos reanimara. Nos deteníamos a almorzar al medio día, siempre mucho y sabroso, descansamos quince minutos y volvíamos a la brega. La doña era terrible.

El brazo dolía, el sol quemaba el cogote, cara, cuello y brazos. El sudor era abundante… y sin embargo, me gustaba. No sé cómo explicarlo, pero como a las tres de la tarde ya estábamos mamados de tanto darle, y yo me sentaba sobre ese monte caído, sin camisa, sin gorra, tomando agua, jadeando como un perro por la boca… y me sentía bien, con una sensación de calma y paz que no entendía. El cielo era azul, el sol calentaba pero no quemaba, debía ser por el sudor. Allí, en ese momento, me sentía satisfecho, contento de todo lo que había hecho, yo, con mis manos. Era bueno sentirlo, era grato trabajar así. Me embargaba una cálida sensación de logro, de utilidad. En mi trabajo se me ha felicitado muchas veces por la forma en que dirijo mi parte, y es grato oírlo, pero esto era muy distinto. Ver la sonrisa de la doña, o escuchar a Luís diciendo, “coño, rendiste bastante”, es algo que no puedo transmitir en todo su alcance.

Esa vida campestre no la quiero para mí, me gusta estar cerca de la pizzería, de los chinos, de los perros calientes y de los club de videos; pero me agrada ir a esa casa, y ¡qué casa es ahora!, y pasar buenos ratos. Me tratan a cuerpo de rey, claro que esa gente es experta en eso. Son muy amables. Ya he trabajado en la parcela de Luís, quien quiere una casa por allí también, y de su hermana, Isabel. Curiosamente, mientras mi familia cree que soy perezoso, ellos están convencidos de que trabajo como un burro. Muchas veces, uno de ellos me dice: “oye, tal día vamos a hacer esto o aquello”, y sé que los muy pasados esperan que vaya, porque cuentan con que rendiré o haré las cosas más fáciles. Y si no tengo otro compromiso, voy. Se trabaja duro, se come bien, se toman muchas cervezas frías, nunca faltan… y la compañía es inmejorable. Creo que todo se reduce a ver levantarse algo, una casa, un árbol, un sembradío. Y ver la gratitud, sincera y no solicitada, de los amigos.

JC

sábado, 22 de agosto de 2009

JUANES, EL COME FLOR, Y LA INTOLERANCIA

No voy a negar que cuando escuché que Juanes, el gran cantante colombiano, pretendía presentar un concierto en Cuba, como ciudadano de un país al cual los tiranos cubanos han hecho tanto daño, me molestó la noticia. Pero hasta allí. De Juanes se tienen referencias de hombre sensato, responsable con el mundo y decente, sus declaraciones sobre que no le gusta Álvaro Uribe Vélez, pero que le agradece todo lo que ha hecho por Colombia, y que era un presidente históricamente necesario, así lo deja ver; pero me parecía que se pasaba de ‘inocente’, que ese par de vagabundos, los hermanos Castros, lo utilizarían propagandísticamente.

Pero de ahí al odio que se ha desatado contra el hombre en Miami, donde vive, hay un abismo francamente alarmante. El que se le llamara de todo y se quemaran sus discos, me pareció feo. Para él, a quien eso debió sorprender y lastimar (repito, parece sensato, decente y humano), como parecía doler a esa gente que lo hacía. Me parecía que exageraban, pero cuando escuché que comenzaron a hablar imbecilidades de Olga Tañón, sí que me molesté.

Olga Tañon es una mujer muy querida en Venezuela, hay tiempos cuando parece que hasta vive aquí; es una persona diáfana, clara, directa, simpática, fuera de gran artista. Hasta yo canturreo sus tonadas y eso que la música actual no me agrada tanto. Que la llamaran vagabunda, tonta útil y otras lindezas, me pareció un abuso. Está bien odiar al régimen despótico que lleva tantas décadas sangrando y martirizando al pueblo cubano (cosa que, a decir verdad, jamás le ha importado a nadie, y menos a los que iban a rizarle la barba al sanguinario dictador), y se puede no estar de acuerdo con el fulano concierto, pero otra es amenazar, disfamar y odiar a alguien de repente por ello.

Y sin embargo, M, también yo peco de eso. Escribo todo esto porque tengo un amigo al que conocí hace meses cuando vino de Argentina a revisar unos equipos médicos que nos vendieron por el intercambio con el gobierno de los Kirchner; nos conocimos y agradamos. Sus correos son como muy amistoso; y como si de una gran cosa se tratara me infirmó que pronto vendrá nuevamente a Caracas porque el Gobierno se ha embarcado en comprarles nuevos peroles. De forma casual hizo un comentario: Chávez es un hombre bueno que se preocupa por los pobres.

Ay, M, las cosas que le dije. Creo que se me pasó la mano. De hecho me escribió respondiéndome que una cosa no tenía nada que ver con la otra, que dos personas podían ser amigos compartiendo algunos puntos de vistas, aunque difieran en otros. A un nivel intelectual lo entiendo y acepto, pero no puedo. Sencillamente ya no puedo tratarlo igual. Quisiera, pero mientras le escribo algo recuerdo lo que piensa y tan sólo deseo terminar, no contarle nada. Dejar de escribirle. Incluso espero que no me escriba más, que sea él quien de la amistad por perdida.

Extremo, ¿verdad? Pero a eso es empuja la gente cuando un régimen decide desatar el odio entre la población: haré que estos odien a aquellos, y mientras uno de los bandos esté conmigo lo demás no importa.

Creo que nos falta demasiado para salir de esta pesadilla, pero deberíamos comenzar por tolerar lo que otros piensan. Aunque resulte tan difícil.

JC

miércoles, 19 de agosto de 2009

¿SEXO SACRILEGO?

¿Supiste, M? En Nigeria, Toku Akintepe y su esposa Bunmi, una joven pareja bordeando los treinta, fueron pillados en plena faena sexual en una pequeña iglesia en Ikeja, un suburbio de Lagos, capital nigeriana; nada más y nada menos que por el Pastor de la misma. Qué impresión debió llevarse. Sin embargo el hombre de fe, Akhiomu, no se buscó ningún problema, tan sólo exigió una suma en desagravio, el equivalente a 120 euros, por daños y profanación del altar. Igualmente se les exigió limpiarlo y rezar tres avemarías por el perdón a sus pecados.

Durante la presentación en tribunales, el marido explicó al juez el por qué de todo eso: él y su mujer llevan apenas cuatro años de casados, matrimonio que comenzaron llenos de amor y pasión, pero con el tiempo la vida sexual comenzó a perder interés, siendo substituido por el fastidio. Preocupados por ello, por terminar separándose, su mujer le pidió “poner algo más de sal y pimienta de manera poco convencional”. Él le propuso hacerlo en la iglesia y ella aceptó entusiasta.

De hecho las palabras de Toku, frente al juez, fueron: “Se me ocurrió que hacerlo en la iglesia, con el Gran Hombre viéndonos desde lo alto, podría ser emocionante”.

¿Sabes?, fuera del hecho de hacerlo en la iglesia, que podía ser tan inconveniente como hacerlo en un parque público por aquello de los niños o los atracadores, dentro de un autobús, o en la cama de los suegros, el hecho me parece hasta meritorio. Seguramente de entrada muchos les tacharán de gente indecente, pero a mí me parece que hay cariño. Un día se quisieron tanto que decidieron unir sus vidas, tal vez cuando juraron “hasta que la muerte nos separe”, lo decían de corazón, de verdad. Cuando un matrimonio, o una relación cualquiera, cae en la desidia, en el “vamos a hacerlo para salir de eso rápido antes de que comience el juego”, se pisa un terreno peligroso, porque lo que antes gustaba y unía, va transformándose en motivos, noche a noche, de enojo y distanciamiento.

Toku, o su mujer, pudieron hacer otras cosas, buscar por fuera lo que sentían les faltaba a la vida juntos, pero prefirieron resolverlo entre ellos mismos. Y eso es inteligente. En lugar de terminar lanzándose puntas, mirándose con rencor, diciéndose cosas hirientes uno a la otra, intentaron salvar la relación.

Por otro lado, lo del Pastor fue el colmo del pragmatismo: violaron el altar y hay que hacer un sacrificio de desagravio, pero nada de sangre de cabra, dame dinero para comprar velones. Me encanta.

JC

martes, 11 de agosto de 2009

NUEVAS MARAVILLAS NATURALES DEL MUNDO

La Selva Amazónica (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana, Perú, Surinam y Venezuela; el Salto Ángel (Venezuela); el Yunque (Puerto Rico); las Islas Galápagos (Ecuador); y las Cataratas de Foz de Iguazú (Brasil y Argentina), son los paraísos terrenales latinoamericanos que se metieron entre los veintiocho finalistas del concurso “Las Siete Nuevas Maravillas Naturales”. Ignoraba yo, realmente, que existieran las viejas. Pero así es, de todo el ancho y largo mundo, en este pequeño rincón del planeta se encuentran cinco de esas bellezas.

Así lo consideró un grupo de expertos ambientalistas, presididos por el ex director general de la UNESCO, Federico mayor Zaragoza; grupo que deliberó entre más de setenta lugares probables. Como mal viajero que soy (a diferencia de M, quien no deja la hierba crecer bajo sus pies), no conozco sino el Salto Ángel, o el Churún-merú como también se le conoce en lengua indígena, en el parque nacional Canaima, porque está aquí y de tarde en tarde alguien me arrastra a desplazarme. Pero esa caída de agua deja a uno sin aliento, es como ver una fina llovizna en forma de niebla, muchas veces. Hay algo sobrecogedor en mirarlo desde arriba. Y no porque sufra yo de vértigo. Es algo que te deja sin aliento.

Esa belleza conforta y alegra el espíritu, y miren que soy de los que prefiere el mar, el sol, la arena, los bikinis; eso de pueblitos por muy pintorescos que sean en montañas o paseos por sabanas donde al caer la tarde los mosquitos quieren matarte, no va conmigo. Pero el Salto Ángel es de por sí uno de esos lugares que deben verse, al menos una vez. Como pretendo llegarme un día al Canadá para ver cierta formación montañosa donde se firmó una cinta.

Crucemos los dedos la noche de la elección. Por todos esos enclaves de nuestra América Latina.

Julio César.

jueves, 30 de julio de 2009

RÓMULO BETANCOURT, EL PARQUE DE MI NIÑEZ

Hace tiempo, regresando al pueblo donde crecí, Guatire, en el estado Miranda, cerca de Caracas, pasé frente al llamado Centro Cívico, donde comparten espacio la iglesia, el edificio del Consejo Municipal (ahora llamado Alcaldía), y hasta hace poco la Prefectura. Cerca, del lado de atrás de la iglesia, estaba mi escuela primaria, la Elías Calixto Pompa. Frente al colegio, del lado de la iglesia, estaba el parquecito Rómulo Betancourt. Cuando lo conocí de niño, no se llamaba así, pero un día llevaron una fea estatua del gran guaireño, y desde ese momento todo otro nombre se olvidó. Era un lugar hermoso, o tal vez eso me lo parece en la memoria, con una cerca que llegaba a la cintura, que todos saltábamos para entrar. Era pequeño, había algunos subibajas, columpios, las dos ruedas y varios bancos. También habían toboganes no muy pronunciados y columpios tipo sillitas para niños, donde los zagaletones, que nunca han faltado sea la era que sea, nos montábamos cuando nadie miraba. Recuerdo que la grama siempre era verde, los bancos estaban pintado de rojo y amarillo, y era un lugar fresco por la sombra de las acacias, enormes, que tapaban medio cielo.

Todos salíamos corriendo de la escuela, en las tarde en mi caso, y nos peleábamos los columpios; cuando no alcanzábamos uno, había que conformarse con las ruedas. Recuerdo como reímos una tarde porque Ulises, de tantas vueltas que dio, vomitó de forma escandalosa. Desde ese día todos le echábamos broma con eso, y aunque al principio se molestaba, hasta llegar a pelear dos veces, y llorar otra (qué crueles podíamos ser), terminó aceptándolo. Son cosas que deben entenderse, la crueldad de unos y la aceptación por costumbre o cansancio de otros, aunque tal vez le molestara o doliera todavía. Como la muchacha, Milagros, a la que un día en una revisión le encontraron piojos, y desde ese momento se transformó en La Piojosa, mote que le duró toda la escuela. Volviendo la vista atrás, me parece terrible, pero así éramos todos.

Así recordaba yo el parque, por lo que me sorprendió al pasar por ahí el verlo agotado, viejo y feo. Los árboles habían sido podados, sabe Dios por qué razón, y la grama, donde no estaba seca y amarillenta, parecía matorrales. Las rejas habían aumentado en altura, decían que para mantener a salvo a los niños, ¿pueden imaginar un pensamiento más desolador? Pero ese trabajo pudo haberse ahorrado, ya no había niños en ese lugar. Tal vez a los muchachos ya no les divierte dar vueltas en una rueda, o mecerse en un columpio, gritando con ganas cuando este se elevaba más y más. Cuando pasé, a las ocho de la mañana, encontré gente durmiendo en los bancos, o tirados por allí. Gente con pintas de mendigos, de recogelatas, de… dementes. Apestaban de lejos, y olía a orina y otros desechos. El vomito presente no era de niños que jugaban, sino del producido por el aguardiente. Me contaron que de noche era un paso peligroso, que todo el mundo evitaba, allí, al lado de la iglesia, en pleno Centro Cívico. La estatua de Rómulo había sido retirada mucho antes, para ‘adornar’ la plaza central frente a la iglesia, hasta que fue retirada por la acomplejada y mediocre gente de la república de quinta.

Me embargó cierta depresión, porque viéndolo en ruinas, recordé todo lo que gritábamos, reíamos y jugábamos allí, todos esos buenos ratos pasados. De tarde nos sentábamos en los columpios y mirábamos a las muchachas del salón pasar y les gritábamos cosas desagradables, tonterías, porque eran ‘las niñas’ y nos divertía molestarlas, que nos miraran con rabia; y algo por dentro se nos llenaba de una cálida sensación de felicidad, de energía, cuando nos torcían los ojos, porque eran bonitas, y nos miraban, y gritaban algo como: cállate, Julio César, no seas necio. A la sombra de las acacias, sin columpiarnos, sombríos, incapaces de comprenderlo, oímos hablar del papá de Mendoza, que se emborrachaba de noche y llegaba gritándole a su mamá, y la golpeaba, y luego a él. Que lo hizo muchas, muchas veces. No podíamos entenderlo, sobretodo los que veníamos de hogares tranquilos, pero intuíamos que debía ser horrible ser él, o estar en su lugar.

Recuerdo la disputa entre dos grupos, porque se burlaban del muchacho que era hijo de la señora que coleteaba la escuela después de que todos nos íbamos, Ricardo, mi querido amigo Ricardo, y como él se fajaba a golpes con cualquiera que se metiera con ella. Allí, en tardes extrañas, excitantes, se hablaba de las revistas que nuestros padres ocultaban bajo los colchones de sus camas, y todos soñábamos con el día en que pudiéramos comprarlas nosotros. Se especulaba sobre quién podría estar haciendo ya esas cosas. Los primeros cigarrillos se fumaron allí, entre toses y poses tontas de gente que jugaba a ser grande. Allí hablamos de Johana, la muchacha más bonita del salón, la que siempre era novia de la escuela y la reina del carnaval todos los años, que era algo llorona y caprichosa. Y estaba su primo Jairo, quien la quería y la odiaba con la misma medida y todos lo notábamos menos ella, siempre molestando a la maestra para que hablara sobre las Eras Geológicas, para oír de los dinosaurios, un tema que le hacía brillar los ojos. Fue a él el primero al que oí hablar del monstruo del Lago Ness.

Esa tarde volví a pasar por el parquecito, y me pregunté ¿a dónde se fue todo el mundo? ¿Qué estarían haciendo todos ellos? En su momento, esa gente fue importante para mí, de hecho el final de un curso era doloroso porque todos temíamos no quedar juntos otra vez en la misma sección. Eran personas que me importaban, ¿dónde estaban ahora? Lógicamente, mientras se crece, mientras se vive, muchas personas llegan y se van, aún aquellas tan determinantes, pero uno no debería olvidar tan a fondo, ¿verdad? A la luz del atardecer, cuando volvía pasar, el espectáculo fue más deprimente, y me pregunté ¿por qué no hacía algo la Alcaldía? Y caí en cuenta que también yo era como todo el mundo, siempre esperando que otro, quien en teoría debería hacerlo, resolviera. ¿Por qué no lo hacía yo? ¿Por qué no hacía nada por mi parque? ¿Qué tanto trabajo podría ser? ¿Y sí buscaba a los otros? Sabía que muchos continuaban en Guatire, ¿y si los llamaba y hacíamos algo?

Sí, ¿por qué no? Reunirnos y reparar el pequeño parque del viejo Rómulo…

Julio César.

M, Y SUS PEDAZOS

Pacientemente colocó las piezas sobre la mesa, estudiándolas. Le sorprendía la gran cantidad de diminutos pedazos de color. Sincera consigo misma, fue uniéndolos uno a uno para, por una vez, ver terminado el mosaico. Es importante. Es su vida. En un momento dado parecen no calzar algunos, pero era cuestión de detenerse y mirarlos con atención; sonriendo porque recuerda lo que significaron antes de perder sus tonos y calor. Dos o tres fichas parecían faltar, de afectos que creyó perdidos para siempre, pero que tan sólo estaban al final de la caja esperando emerger. Y lo hacen, y le brindan dicha. Pero lo mejor está en aquellas que parecen nuevas, llenas de buenas vibraciones, de sensaciones por llegar. M, se ilusiona y se apresura para terminar el cuadro deseando ya contemplar la composición que resultará. Parece ignorar que será su rostro, uno que tal vez la desconcertará en un primero momento, uno sonriente. No de humor, de bromas o juegos. Una sonrisa luminosa y calmada. Un rostro de felicidad.

JC

lunes, 20 de julio de 2009

MI PUZZLE




Siempre me ha gustado hacer puzzles. Me distrae. Me relaja.

Primero repaso todas las fichas de la caja, separando las de lados rectos... localizo las cuatro esquinas, las pongo en su sitio aproximado... voy montando los lados exteriores... vuelvo a repasar todas las fichas... las separo por colores o pistas en el dibujo... voy buscando conexiones... consigo pequeñas uniones... de repente te das cuenta de que dos grupitos de fichas están relacionados entre sí, y forman un gran grupito de fichas... hay ratos enormes en los que parece que te hubieran dado un puzzle defectuoso, pruebes lo que pruebes ninguna ficha encaja...y hay momentos en que sin saber cómo, de repente, todo toma forma, todo se ve claro, y se produce una vorágine de uniones, que hacen que la fotografía del puzzle se intuya claramente.

Así es mi vida.

Hay momentos, días, meses... años, en que nada cuadra, lo intente como lo intente parece que me falten fichas, que no me hayan proporcionado toda la información necesaria, que los elementos y los dioses estén aliados en mi contra. Y luego, mágicamente, vivo momentos en que, con sólo girar una ficha, con sólo mirarla de manera diferente a cómo la estaba contemplando hasta entonces...de repente.. todo cuadra!!! y los acontecimientos se suceden, los reencuentros, los conocimientos, las comprensiones... y como si fuera la saga de Harry Potter, cuando llegas al último libro te das cuenta de que lo que pasó hace años era necesario para llegar a este punto, para apreciar, para entender, para permitir...

Pido a mis dioses que me permitan ver en toda su plenitud la maravilla de la foto que encierra el puzzle de mi vida... les pido que me proporcionen muchos momentos como estos en que todo se acelera, todo está bien... y que una vez alcanzados, me mantengan ahí.

sábado, 18 de julio de 2009

¿HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE?

No quiero sonar siniestro, pero me agradó esta columna escrita por Eduardo Riveros, en El Nuevo País, por eso la reproduzco:
……

Hablemos de amor. Especialmente de esa pareja que hizo realidad aquello de: “hasta que la muerte nos separe”. Sir Edward Downes y su esposa, Joan, vivieron una devoción que se extendió por cincuenta y cuatro años. Ambos, gravemente enfermos y sin esperanzas, decidieron recurrir al suicidio asistido; que no es lo mismo que eutanasia. Se inscribieron en la asociación suiza Dignitas, que es donde se puede lograr ese tipo de objetivos. En Gran Bretaña la práctica está perseguida. Por ello cada vez son más los ciudadanos británicos, alemanes, franceses, que recurren a esa empresa, en busca de una solución digna, la cual tiene su central en Zurich y la dirige el activista Ludwig Minelli.

Sir Edward, de ochenta y cinco años, estaba catalogado como uno de los mejores directores de orquestas británico. Fue elevado al rango de Caballero, 1991, por la Reina Isabel Segunda. Su esposa fue una reputada bailarina y coreógrafa. Durante años de tranquilidad, sosiego, compañía, vivieron ocupados en sus actividades. De pronto el horizonte de la pareja se oscureció por completo. Aparecieron las enfermedades. Él, como una maldición dada su profesión, comenzó a queda sordo y ciego. Ella padecía un cáncer terminal incurable. Sir Edward podría haber vivido sobrellevando su propia desgracia; su salud no era tan precaria. Pero, como afirmara, no pensaba dejar a su mujer, después de cincuenta y cuatro años juntos, morir sola. De allí que ambos acordaran acabar con sus vidas mediante la gestión de Dignitas.

“Murieron en paz y en las circunstancias que ellos mismos eligieron”, anunciaron los hijos del matrimonio a amigos y allegados. El caso hizo revivir la polémica sobre este tipo de inmolaciones. Los partidarios, en Inglaterra, dicen que nada se saca con prohibirlas sí con viajar a suiza se obtiene lo deseado. Algo parecido a los abortos en alta mar. Se asegura que, sólo en este año, los menos ciento quince ciudadanos del Reino Unido partieron en busca de este tipo de desenlace. Las leyes suizas no censuran la asistencia al suicidio; siempre que no medien móviles egoístas como herencias, títulos nobiliarios u otras razones siniestras.

Al margen de las posiciones de conciencia, el ejemplo de los Downes es sobrecogedor, honrado. Más todavía en un mundo donde lo que destaca no es el amor sino el desamor, los divorcios y el abandono. Cada días más escandalosos y miserables. Ellos no; juntos caminaron tomados de las manos: “Hasta que la muerte nos separe”. Simplemente hermoso.
……

Como te dije una vez, M, estas son las cosas que creo. Por cierto, esos no son ellos. No encontré una juntos.

JC

ADIÓS A LOS REMORDIMIENTOS

Hoy me dije “dejaré el pasado atrás, no pensaré en nada que me entristezca, enfurezca o avergüence. No recordaré nada de lo que me haya arrepentido alguna vez…”, y en seguida pensé en ti. Y tuve que reír con amargura, con dolor por esta burla. Fue extraño, porque recordando tu sonrisa, tu mirada, tu voz, volví a sentirme amado. Me dolía porque te habías ido, pero también te sentí aquí. Es tarde, ¿verdad? Sí, lo sé, pero no puedo evitar preguntártelo aún sabiendo la respuesta, deseando que digas lo contrario. Boto aire largamente, inspiro más lento aún, levanto la mirada, saco pecho… y sí, dejaré lo pasado atrás. Continuaré mi vida, no miraré sobre mis hombros. Te olvidaré… pero mañana, hoy soñaré que en tus brazos toda la noche reposaré. Y que me quieres como ayer. Pero más importante, que sigue aquí. Déjame soñar que nada ha cambiado, que sigue a mi lado, así mañana deba enterrar tu recuerdo. De nuevo. Pero está vez será definitivo, porque quiero vivir sin sufrir, sin esperar por el ayer, sin lamentar las cosas que no dije, las que no hice. Con suerte, seguiré. Sé que se puede, por suerte…

JC

martes, 14 de julio de 2009

FILIPINAS Y EL ACOMONDO DE ‘LOLAS’

Qué una mujer, mirándose al espejo y sujetándose los senos que imagina le cubren el ombligo, diga que no está conforme con su apariencia y vaya a darse un retoque, no tiene nada de malo, ¿o no, M? Es su cuerpo, son sus reales, es su derecho. Pero cuando se trata de la presidenta de un país que inventa un cuento medio pasable de responsabilidad y después resulta que andaba en asuntos personales que ni urgente eran, sí lo tiene. Porque queda mal, como poco seria. Poco creíble. Cuando no como mentirosa redomada. Le pasó a la presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal. Hace poco declaró públicamente que había que tomar medidas individuales, cada persona, pare prevenir la fiebre llamada porcina que llegó a las Filipinas, y a modo propio dijo que ella se recluiría voluntariamente en cuarentena, para prevenir contagios.

Tal actitud fue alabada por todos, porque era un ejemplo responsable de civismo… hasta que un diario, The Stan, descubrió que la mujer aprovechó la semana para retocarse un implante mamario realizado en los ochenta, y de pasada, practicarse un depilado láser. Y no era del bigote. Qué vergüenza, ¿no podía simplemente decir que se iba a revisar la vesícula porque algo le sonaba o que le dolía el hígado? Una cosa es recluirse por asuntos médicos (y aún el acomodo de lolas, lo es), pero otra es decir que lo hace para dar ejemplo de civismo a la población. La verdad es que hay presidentes que tratan a sus gobernados, como tontos.

JC

jueves, 9 de julio de 2009

ADIÓS MICHAEL…

Al fin descansa. Es una frase manida, pero resulta. Y no de su vida, sino de los actos fúnebres. Qué broma. Es por eso que cada vez me atrae más la idea de la cremación. Pero en buena medida, Michael Jackson lo merecía. Una despedida por todo lo grande. Su muerte causó conmoción en muchos de nosotros, pero también verdadero dolor y llanto en millones de sus fanáticos alrededor del mundo, aquellos que jamás dejaron de amarlo a pesar de su extraña apariencia, su excentricidad o los escándalos en los cuales se vio envuelto. La gente que lo amaba por encima de todas las cosas.

Como toda gran estrella, su muerte ahora se rodea de misterio. De conjuras y demás. Ya se habla de un fantasma que se pasea por los pasillos de su rancho, Neverland, citado por gente tan seria como el señor Larry King, de quien jamás se sospecharía amarillismo o basura televisiva. También está el caso del joven que confesó, tarde, pero se le agradece, su perjurio, cuando acusó al astro de abuso. Como sospechamos, en buena medida, de muchos otros.

Se fue y se le cantó, gente amiga habló cosas bonitas de él. Brooke Shields lo hizo humano para nosotros al hablar de un niño grande; su hija lo presentó como un simple hombre que amaba a su gente; ese reverendo del cual no recuerdo el nombre, le tendió una mano amiga a sus hijos: “Oirán muchas cosas extrañas, pero no había nada extraño en él”, regalándole, de paso, afecto al padre ido. Me gustó el pedacito que vi del homenaje de Madonna, con esa fotografía enorme del niño negro con afro grande y nariz ancha, y sobre el escenario ese tipo tan parecido a él, repitiendo los pasos que hace muchos años todos los muchachos imitamos alguna vez. Pero fue el llanto de los muchos a quienes nunca conoció, lo más representativo en ese homenaje al ídolo muerto.

Michael Jackson fue uno de los grandes del mundo del espectáculo, en especial de la música, aquella que no necesitamos entender para que nos llegue al corazón. Hubo quien dijo que sí los 50’ fueron de Elvis, los 60’ de The Beatles y The Rolling Stones, y los 70’ fueron de los grandes grupos como Led Zeppelin, Deep Purple, no hay duda que los 80’ fueron indiscutiblemente regidos por esos dos monstruos de la farándula, Madonna y Michael Jackson, la reina y el rey del pop, respectivamente. Recuerdo que mamá desesperaba viéndome bailar hacia atrás. Y nunca le gustó Madonna.

Los días traerán pequeñas noticias. Lamentablemente comenzarán a emerger las malas, las desagradables. Y llegará el momento cuando lo entendamos, y su partida sea una más en nuestras vidas, como pasó cuando murió Heath Ledger (aunque todavía pesa); pero se le recordará con afecto.

JC

DETEN EL TIEMPO…

Ahora sabía que era lo que había esperado toda su vida…
……

Ya no debía volver, siempre se lo repetía al terminar la función. Lo intentaba. A veces lograba pasar toda una semana sin pensar en ella, pero luego corría a verla, a sentirla. A sufrir y amar con ella. No podía evitarlo. Habían pasado tres meses desde su estreno, y por doquier había copias piratas, pero para él no era suficiente. Sólo ante esa gran pantalla y únicamente entre otros que entendían lo que padecía, era aceptable. A solas hubiera sucumbido a la tentación de adelantar escenas enteras, deteniéndose en aquella que se acomodaran a sus deseos. Así no, ahí tenía que llegar hasta el final. Y sufría, pero también amaba más. Algunos podrían decirle al muchacho, Nico, que estaba mal, que estaba enfermo; pero ahora el joven creía entender una vieja cita de la monja que años atrás le enseñó catecismo: por amor el Justo fue al Calvario, sufrió y padeció, pero perdonó por amor.

No quiere ser tan oscuro, tan solemne, pero no puede evitarlo. Cuando se apagan las luces y la pantalla se ilumina con el agreste paisaje y se oye la guitarra que toca a dolor, el joven ya sufre, porque un tal Jack Twist se va a enamorar, va a padecer y va a morir sin haber oído un: Jack, te amo. Sabe que nada cambiará eso. También sufre por Ennis del Mar, por su soledad, por su perdida y su dolor, pero de forma egoísta (tiene apenas dieciocho años y tiene ese derecho), piensa que se lo tiene bien merecido por despreciar a Jack, por no haber sabido hacerlo feliz prefiriendo aferrarse a sus dudas, miedos y prejuicios.

A Jack lo defendería ante cualquiera, a Ennis intentaba comprenderlo nada más. Porque (algo que jamás admitiría ante nadie) Nico amaba a Jack Twist de una forma total. Se había enamorado de él desde el primer momento en que lo vio cobrar vida en la pantalla, pareciéndole que no había nadie más hermoso, maravilloso y terriblemente tierno en todo este mundo. Su sonrisa, su mirada, su entrega lo habían arrastrado a un mundo de irrealidad (entendía que lo era), del que no podía escapar. Era como esos seguidores de Sherlock Holmes, a quienes el gran detective se les había vuelto alguien muy real.

Sumergiéndose en la película mira a Ennis caminar del sofá a la ventana, nervioso, fumando, tomando cerveza, intentando tranquilizarse, porque espera. Espera la visita más importante de toda su vida. ¿Conoces a un tal Jack Twist? Recuerda la pregunta, y el aviso. ¡Viene! Jack debía estar por llegar. No puede contenerse, quiere caminar, saltar, gritar, hacer algo que lo distraiga, pero teme que Alma note algo extraño. Oye un traqueteo fuera de la casa y salta del sofá. Se apresura hacia la puerta y se detiene en lo alto de las escaleras. El corazón parece que va a detenérsele en el pecho antes de saltar y bombear locamente. Lo mira, ahí estaba al fin, Jack, sereno, algo grave, como si no supiera qué esperar, observándolo también. Pero en sus ojos brilla la esperanza, la ilusión, y Ennis teme que también el amor. Lo mira y Ennis se pierde en ellos, porque esa mirada clara y brillante siempre hablaba con voz propia.

Sabe que basta que se miren así para que se entiendan, como lo hicieron cuatro años atrás en Brokeback Mountain, una noche, en una carpa. Una noche en la que no hicieron falta explicaciones ni palabras, sólo un cruce con esa mirada elocuente, clara como un cielo de octubre, limpio, infinito, cargado de promesas, de vida, de lealtad, de amor, de dicha. Su existencia, gris hasta ese momento, había cambiado gracias a la suplica, a la entrega y necesidad que leyó en esa mirada. Mirada que ahora, allí al pie de las escaleras, esperaba por él, otra vez.

Pero no, eso había sucedido cuatro años atrás. El mundo había cambiado, él había cambiado. Ahora estaba Alma, estaban las niñas. Tiene que serenarse. Controlarse. Abre los brazos, amistoso pero viril, sonriendo leve: y dice algo que pudo ser: Jack Twist, hijo de puta. O: puto Jack Twist (sin saber inglés, es difícil saberlo, piensa Nico). Baja las escaleras, hacía él, hacía el encuentro con su destino, intentando no pensar en lo atractivo que se ve. No. Hermoso. Jack Twist se veía hermoso. Y mientras lo espera, Jack siente que se marea de felicidad. Están uno junto al otro y es Ennis quien no aguanta más y lo abraza, con fuerza, con rudeza. El abrazo de un carajo por un camarada de armas, de pesca, o algo así. Pero Jack cierra los ojos, aferrándose a él, necesitándolo. Ennis lo siente contra sí, cálido, fornido, joven y vital, como fue cuatro años atrás, y cierra también los ojos, casi hundiendo el rostro en el cuello de Jack, percibiéndolo todo, dejándose recorrer por todas esas poderosas oleadas que lo marean. Ennis tiene que sostenerlo con fuerza, como temeroso de soltarlo y caer sin sentido, o de que Jack escape por alguna razón, alejándose nuevamente de su vida.

Nico los mira y entiende la batalla de Ennis, un tipo que quiso convencerse de que nada había pasado, que había padecido fiebre de montaña, pero que ahora ahí, con Jack, su Jack, contra el pecho, revivía todas esas emociones, toda esa pasión. Toda la necesidad que había sentido por ese tipo, y toda la alegría y placer que le había dado a su vida. Pero no sólo tú sufres, Ennis, piensa el joven en su asiento, molesto porque oye que alguien conversa y medio ríe (como una burla nerviosa de quien tiene que demostrar que eso no le impresiona). “No, Ennis, mira como tiembla Jack, porque él sí aceptó en esa montaña que te amaba, a tal grado que se entregó todo. Él tampoco ha sabido cómo vivir sin ti o cómo hacer para olvidarte. Acabaste con su paz, con su alegría, porque desde ese momento sólo podía recordar una y otra vez todo lo que quedó atrás, sabiendo que su amante, su todo, no hizo nada por retenerlo; pero lo conozco, es tan increíble que debió perdonarte hace mucho tiempo”.

El joven parece una estatua en su sillón, pensando, “seguro que él no intentó olvidar como tú, Ennis, y que cada día, cada noche revivió en su memoria los momentos juntos, atesorándolos, repitiendo tú nombre, Ennis, Ennis, Ennis del Mar, para sentirse vivo y feliz, acompañado y amado; tal vez… hombre al fin, intentó llenar su soledad con encuentros fortuitos, pero seguro que nada significaron, y que en cada rostro buscaba el tuyo. Y va a morir, Ennis, antes de que termine la cinta, va a morir y no le dijiste que lo amabas. Yo sé que lo querías y por eso te perdono, pero él no lo supo. ¿Existirá el Cielo, Ennis? ¿Dios será realmente amor como dijo el Hijo del carpintero, cómo decía aquella monja? Espero que sí, y que se encuentren otra vez en un lugar hermoso y bueno y que lo primero que le grites al verlo es que no puedes estar sin él porque lo amas. El mundo no fue bueno con ustedes, porque hubo miedo a las risitas, a las burlas, y a los que eran capaces de golpear y matar a otro porque era un marica, como si de una justificación se tratara. Pero el mundo es así, Ennis del Mar. El mundo siempre fue así. Siempre estarán los que persiguen a un negro, o a un musulmán, o a un judío, o a un extranjero, o a una mujer que sale a la calle sin un velo en su rostro, o a un marica, o…”

Ennis no tiene idea de todo lo que pudo haber sufrido Jack, pero en esos momentos cree que ningún predicamento es mayor que el suyo. Sólo aprieta más y más a Jack contra sí, mientras siente que todo gira a su alrededor, y se aferra más al otro, mareado, embriagado por unas ganas, por una urgencia que lo llenan de miedo y felicidad. De una felicidad grande, total y aterradora que lo debilita y desconcierta. Sentirse totalmente vivo era algo tan extraño para él, como desconcertante. No estaba acostumbrado a sentir, a ser feliz. Se aparta un poco y mira ese rostro añorado en momentos de debilidad, de las pocas veces cuando se permitía pensar en él en su intento por olvidar y seguir adelante. Mira esos ojos nublados de angustia, de entrega, que le gritan su amor otra vez. Ennis quiere controlarse, están en la calla, mira en todas direcciones de forma rápida, nerviosa, intentando tranquilizarse, de poner distancia. Pero no puede. Mira esa piel joven, esa cara y esos ojos donde brilla lo que es, su incondicional. Ennis recuerda su olor, su sabor y no puede contenerse más. Le atrapa el rostro y lo besa, rudo, brutal. Con su boca cubre la del otro y de forma torpe, sin ternura, lo invade. Lo besa porque lo necesita, porque si no lo hace se muere. Su carne endurece, su cuerpo arde y se siente más vivo que nunca.

Se aplasta contra él, y Jack gimotea, mirándolo de forma suplicante, agradecido, porque recobra la luz que aleja las sombras de su soledad, un sonido amado que llena una casa vacía. Retoma su lugar en el mundo bajo el sol. Estaba viviendo otra vez. Y tiene que besarlo a su vez. Se besan y esa caricia parece durar eternamente. Ennis quiere que dure toda la vida, no separarse más, pero el temor al que dirán, al que pensarán, a que los vean, se abre camino en su mente. Estaban en la calle, y Alma, su mujer, estaba arriba (si supiera). Y sus bocas se separan. Pero Jack lucha y aún lo retiene, manteniendo su frente unida a la del otro, y ese contacto, ese calor que lo derrite, detiene al tosco hombre. Quiere separarse, eran imprudentes, debían calmarse. Pero Jack no lo deja. Sigue unido a él, tocándole el rostro, frotando quedamente su frente de la suya. Y Ennis no tiene fuerzas para separarse de una vez. Ni sabe si quiere. O si puede.

Y Nico tiene los ojos empañados de lágrimas que no corren, no las deja. Su corazón está embargado con la fuerza del momento, con toda la pasión contenida que transmiten esos dos hombres que gritan con gestos, con silencios y miradas que se aman de manera intensa y desesperada, y que sólo ahora, juntos, pueden sentirse dichosos. Y Nico desea que eso dure y dure, que toda la película se vaya en eso, en ese reencuentro, en esa necesidad de uno por probar nuevamente la boca del otro. O en la montaña, cuando Ennis va por Jack a la tienda de campaña, pidiéndole perdón y buscándolo otra vez. No quiere que Aguirre aparezca y los descubra, acelerando el final de la estación. No desea que Alma se asome a esa ventana. Quiere que Ennis le cante eternamente su canción de cuna a Jack, abrazándolo por detrás, acunándolo con amor, y que Jack se quede allí, joven y hermoso, enamorado, viéndolo partir a caballo a cuidar las ovejas, sabiendo que en la tarde regresaría a su lado, a él, que tanto lo adoraba; y no años más tarde, atractivo con su bigote y panza, con mirada de pérdida cuando Ennis se marcha en el último encuentro. Nico quiere que la felicidad, la belleza y el amor duren, pero Aguirre sube, Alma se asoma y Ennis, más viejo, se aleja. Siempre pasaba, no importaba cuantas veces el muchacho viera la película, esperando que ocurriera algo totalmente distinto, que ese día sí cambiara todo y la historia fuera otra. ¡No era justo!

¡Tiene que hablar con Jack!, se dice Ennis, nervioso, mientras sube a la vivienda, seguido de un reacio Jack. Entra a la casa, necesita su chaqueta y su cartera, de pasada le dice a Alma que ese es Jack, un amigo. Y Jack la mira, todo cortado. Y Ennis no parece reparar en la palidez mortal de Alma, en su mirada de angustia, de sorpresa, de desesperación. A la mujer le quemaba lo que había visto por esa ventana, la forma en que Ennis abrazaba y besaba al tal Jack, de una forma urgida, demandante y enamorada como nunca antes había notado en él, o al menos para con ella. ¡Jack, Jack!, era un nombre que odiaba y temía ya. Pero Ennis no puede reparar en nada de eso, ¡ahí estaba Jack! Casi al salir, de prisa, le dice que va a tomar algo con su amigo, que llegará tarde, y no repara en el dolor de la mujer. No puede, porque no tiene ojos ni atención para nada más como no sea para Jack.

Ahora Nico tiene que llenar los huecos, porque lo necesita, para ser un poquito más feliz ante la escena de la cama. Jack, sonriendo levemente sorprendido y excitado cae de espaldas, sin camisa sobre la cama del motel, mientras Ennis, igual, y sin reparos, cae sobre él, fundiéndose en su calor, besándolo una y otra vez en la boca, saboreándolo, exigente. Necesitaba llenar cuatro años de besos, de mordidas, de saliva, de jugar con su lengua. Son cuatro años perdidos de tomar su aliento, de oír sus gruñidos y gemidos. Ennis lo besa, queriendo aplastarlo y atravesarlo sobre ese colchón, hasta llegarle al alma. Lo besa y lo mira sintiéndose completo, vivo, al verse reflejado en las azules pupilas del otro. Lo mira y se mira en él y tiene que besarlo otra vez, sintiéndose dolorosamente caliente y duro contra las ganas de Jack, porque tiene deseos de más.

No hablan, sólo hay miradas, sólo hay jadeos y hambre de caricias. Y mientras Jack eleva el rostro y olisquea en su hombro, Ennis recorre con su mejilla y labios el cuello y hombro de Jack. Y ese olor, ese sabor, ese calor es como lo recordaba. Era real, no había sido un sueño. No lo había imaginado. Esa piel cálida, palpita. No puede contenerse y lo besa mordelonamente en la barbilla, sintiéndola rasposa por esa eterna sombra de barba. Lo besa y repara en la sonrisa traviesa, de niño pícaro, de niño feliz que brilla en esos momentos en los ojos de Jack. Y eso le encanta, verlo así, contento. Y sus cuerpos cabalgan uno contra el otro. Y Jack cierra los ojos mientras es alzado hacia el cielo, y Ennis tiene que morderlo en la nuca para no gritar cosas que no sabe qué serán. Los brazos de Ennis rodean y aprisionan la cintura de Jack, mientras este desfallece contra su pecho, recostado de él. Y las ganas no terminan, el ardor no cede. Ennis lo desea demasiado. Y Jack sonríe con los ojos cerrados, pensando que es feliz, que no falta nada, o tal vez que Ennis dijera…

Yacen sobre la cama y la vida se ha detenido, por un instante hay paz. Jack está sobre las almohadas. Ennis está recostado de él. Fuman y miran a la nada. Por ahora no hay preocupaciones, ni problemas. No hay penas. No hubo alejamiento. No hay culpas. No hay desengaños ni amarguras de una vida dura donde no se tiene lo que un día se soñó, cuando se era muchacho y el mundo parecía más simple. Ennis se ve lejano, cerrado, pero en paz. Jack goza de su calor, de su peso contra su pecho. Es feliz, pero también está inquieto.

-¿Qué haremos ahora, Ennis? No puedo simplemente alejarme otra vez.

-¿Qué otra cosa podemos hacer, Jack? –suena monótono, opaco.

¡Amarnos, Ennis. Podríamos amarnos!, imagina Nico que piensa Jack en esos momentos. El joven está seguro de que Jack Twist espera que el otro diga que deben continuar juntos, porque sólo así están bien. Que deben seguir amándose.

-No podemos hacer nada más. –reafirma Ennis, medio volviéndose y mirándolo.

¡No, no, no!, le gritaba desde su butaca, Nico, angustiado, sintiendo otra vez un nudo en la garganta. ¿No has aprendido nada, grandísimo idiota?, siente ganas de gritarle. El joven puede recordar muy bien a Ennis todo cortado, apesadumbrado durante la despedida de Jack al bajar de la montaña, para luego sentirse morir, de impotencia y arrepentimiento en esa calleja al ver desaparecer la vieja camioneta que se llevaba a Jack de su vida. Y Nico quiere olvidar al otro Ennis, viejo y solo en su trailer, porque eso era terriblemente doloroso. Por un momento quiere soñar que esta vez será diferente, que después de ese beso de reencuentro todo será distinto. Le pasa cada vez, cada vez que Ennis bajas las escaleras y abraza a Jack para entender cuánto lo extrañó y terminar besándolo, rindiéndose a lo que siente. Nico siempre llora un poco también. Llora porque le parece maravilloso, hermoso. Pero también llora porque sabe que de ahí para abajo, todo es tormento.

-¿No deseas que vuelva? ¿No quieres volver a verme? –pregunta Jack, con voz pastosa.

Ennis mira a Jack y por un momento, Nico lo perdona. Porque en los gestos de Ennis, cerrado como es, entiende que el hombre parece suplicarle a Jack que no lo mire así, que deje de mirarlo con tanta tristeza, con tanto abandono, con tanto pesar. “No me mires así Jack, que me lastimas. Me duele y no quiero sentirme así. Sabes que no podemos hacer nada más; no habrán fiestas ni paseos para nosotros, no puedo abrazarte en un baile y besarte; no saldremos al cine ni a pasear tomados de la mano, aunque me muera de ganas por llevarte así por la vida. No podemos ir a un juego de béisbol, porque la gente notaría tu mirada de entrega, de amor, y yo no sé si soportaría estar mucho tiempo a tu lado sin tocarte, sin saciar mis ganas de acariciarte. ¿Imaginas lo que reirían o lo que intentarían hacernos los demás, todo el mundo en Wyoming o Texas? No puedo llevarte una serenata, Jack. No puedo ofrecerte rosas, ni siquiera podría tomarte las manos y consolarte con cariño si algo malo te pasara y lloraras en una calle. No puedo ir hacia ti y abrazarte y besarte, ni decirle a mis hermanos o a mis hijas, él es Jack Twist, mi vida toda, la única persona que me ha hecho feliz. Para nosotros no hay risas, Jack, no hay música, no hay poesías sobre amores posibles, tal vez sólo versos tristes; sólo angustia y miedo, a la burla, a la agresión, miedo a ver el asco en vecinos, amigos, conocidos y familiares. Es la vida, Jack. No es mi culpa. ¡Basta, por favor! No me mires así, no dejes que vea tu dolor, no me castigues más. Tu tristeza, tu carita de dolor me destroza, me hace pensar en y sí yo… Pero no puedo. Te juro que no puedo, mi dulce Jack…”

“Tiene razón, Jack”, se dice Nico. “No lo mires así. No mires con esa profundidad, con esa tristeza tan grande. Cuando lloras, cuando bañas todo el camino a la frontera con tus lágrimas de pena, me haces llorar a mí también. Me duele verte sufrir, porque no puedo ir junto a ti y decirte que ya habrá alguien más, alguien que sepa apreciar tu amor, tal vez yo mismo. No dejes que tu mirada se cuaje de lágrimas porque entonces siento que mis penas, que mis angustias son más grande. No te entregues así, tienes que protegerte. No entregues tu corazón, Jack, porque vas a sufrir”. Pero sabía que era una batalla perdida, Jack era eso, el que se entregaba.

-Quiero que vuelvas. Sabes que lo quiero. –dice al fin, Ennis, con voz ronca.

Y no dice más, aunque Nico cree entender lo que piensa: “Claro que deseo que vuelvas porque no sé si soportaría volver a perderte. Porque me asusta la vida sin ti, dejar de verte y sentirte a mi lado. Cuatro años más sin ti no es posible, puto Jack. Sólo ahora, en estos instantes, me he sentido vivo en todo este tiempo”. Pero nada dice. Sólo fuma. Pero Nico imagina que en esa escena aún hubo tiempo para que Ennis se volviera hacia Jack, notando su alegría triste, su tristeza enamorada, e impulsado por la necesidad de él, de su boca, pero también de confortarlo, lo besa. Y se besan, olvidando todo, dejando de pensar, de temer. Imagina que Ennis se estremecería nuevamente de miedo y maravilla al contactar que no había lujuria ahora, sino una dulce sensación que explicaba todo aquello que no podía decir con palabras. Los dos lo entienden, y para Ennis era terrible, aunque el frío en su corazón ya hacía rato que se había derretido.

En las penumbras del cine, donde ahora reina un silencio más respetuoso que hasta hace veinte minutos cuando todavía algunos reían con cierta burla nerviosa, Doménico se deja caer recostado, sin fuerzas, en su butaca, padeciendo algo que siempre lo aquejaba más o menos a esas altura de la cinta: empatía por Ennis del Mar, aunque sabía que no duraría hasta el final (aunque sintiera mucha pena por él). “Lo amas, Jack, y por eso sufres, porque lo extrañas, porque contemplas toda tu vida despertando sin él a tu lado, sin poder decirle que lo amas, sin tocarlo. Y duermes sin él, y a pesar de estar con tu mujer, sufres de soledad. Pero él también sufre, Jack. Para él tú eres la vida, eres lo único que alguna vez ha tenido en una existencia gris, de carencias y sin afectos. Sin familia, sin amigos, sin amores a quienes confiarse y decirles quién es, lo que siente y lo que desea en verdad, tú eras lo único que le quedaba, el que lo hacía reír, hablar y derramar unas cuantas gotas de ternura. Su vida era una prisión donde había sido recluido desde muchacho, luego una a la que se aferraba para no enfrentar el mundo, pero tú lo obligabas a salir por ratos, por eso se maravillaba con la belleza del cielo, con el calor del sol, con la caricia del viento; porque todo era nuevo para é, la vida, la belleza, la esperanza. Tú eres eso, Jack, y cuando te vayas, no le quedará nada, sólo una horrible sensación de perdida que ya jamás sería llenada, sólo tal vez por tu fantasma, cuando te invoque para sentirse todavía vivo y soportar otro día en su vida”. Sí, por un rato, hasta la despedida final, Nico puede permitirse sentir cariño por Ennis, tal vez porque Jack lo había amado con todo su ser, por lo tanto, algún mérito debía tener.

JC
……

Siempre me ha parecido extraña esa gente que proyecta en otras vidas la suya. No puedo dejar de sentir la desagradable sensación que se trata de personas solitarias que creen no vivir. Y eso debe ser doloroso.