lunes, 31 de agosto de 2009

AH, COSAS DEPRIMENTES

Y no hablo de los sueldos de la administración pública.

¿Les llegó alguna vez un correo que decía “si recuerdas a Maguila gorila eres viejo”? Pues, acabo de recibir otro. Y son ingeniosas las frases. Creo que uno de los momentos más extraños en nuestras vidas es cuando entendemos que ya no nos miran como a un muchacho; cuando llegas a los dieciocho años y un niño te pregunta algo y termina con un “gracias, señor”. Bien, vemos que me enviaron:
……

HAY COSAS QUE DEPRIMEN

Que vayas al banco a firmar un documento por una diligencia gestionada por tu padre, y te den el formulario, a tu nombre, de un plan de pensiones y jubilaciones. Claro, era para tu padre, estás lejos de la edad, pero como tienen el mismo nombre…

Que hasta los amigos de tu padre te digan que tienes que buscar mujer.

Que le digas a un amigo:
-El otro día me pese, adivina cuánto.
-¡Cien kilos!
-No, coño. Sólo noventa y cinco.
-Ah, ya; pero de estas navidades no pasa…

Que un niño esté jugando con otros al futbol, te dé un balonazo y que otro de los niños le recrimine y te diga:
-¡Perdone, señor!
……

Y hay muchas otras, ¿verdad? Que vayas deprimido a contarles a amigos que te botaron, y respondan: “me lo esperaba”.

JC

NOTA: Y no quiero atarlo al nudo de la depresión, pero me pregunto ¿por dónde andará M? Espero que esté en Egipto, de paseo; no sale de uno ahora. Espero, en síntesis, que la estés pasando muy bien.

miércoles, 26 de agosto de 2009

EL QUE QUIERE, BUSCA…

Me encantan los relatos encontrados en los blogs sobre Brokeback Mountain, no esos que describen la película y su calidad técnica, o falta de esta. Sino esos que hablan de los personajes, de lo que significaron para ellos. Hay personas tan imaginativas, pero sobretodo tan sensibles, que uno se sorprende. La gente normal en su diario vivir no suele hablar de esas cosas, de esos sentimientos, de esas vainas que a veces no sólo te hieren la vista sino adentro, algo que uno tiene que llamar el alma. Un niño pequeño que llora en una calle porque no sabe donde está la mamá; un hermano que sufre porque la mujer lo dejó y aunque se gritaron y la mandó para el carajo, en cuanto ella sale se derrumba y llora (¡con lo feo que es ver llorar a un hombre!), son cosas que pegan.

Hay situaciones y escenas que te dejan alegre por días, sonriendo sin saber por qué, o te entristecen de forma terrible. Algo que hizo ambas, alegrar y entristecer, fue Brokeback Mountain, y la gente en esos blogs se dedicaban a eso, a llenar esos huecos dolorosos entre escenas que todos necesitábamos explicarnos, darle sentido para poder continuar. Y ahora quiero reproducirles uno de esos cuentos que ojeé, pero interpretado por mí. No recuerdo el nombre del blog, porque cuando lo leí y saqué copias, jamás imaginé verme un día escribiendo estas cosas y no tomé notas de quiénes eran. La historia es buenísima, y si alguien la reconoce, que nos lo diga. Y si llegamos a saber quién es, y alguien lee esto, le recomiendo que entre en esas páginas. Son maravillosas en verdad.

LAVANDERÍA EN RIVERTON
¿Cómo pude vivir cuatro años de mi vida sin tenerte así?

Han pasado ya cuatro años desde la última vez que te vi, cuando la mirada se me empañó de dolor al verte caminar tras mi camioneta, altivo, con tu mirada baja, enjuto y resuelto, como si todo hubiera terminado en realidad, como si aquello no hubiera sido la cosa más importante que había pasado en tu vida, como sentí había sido en la mía. Porque en la mía sí lo fue, vaquero, y por eso me dolía mientras me alejaba de ti. Han sido cuatro largos y dolorosos años que he tenido que llenar con los recuerdos de tu sonrisa grave, de tu mirada oscura, de tu cabello claro como el sol. Cuatro años de vivir de recordar olores, del deseo de volver a estar junto a ti, de estar en tus brazos y tú allí, rodeándome con fuerza, y yo engañándome, diciéndome que siempre sería así, que siempre estaría a tu lado y que tú me amarías toda la vida.

Recorro millas y millas, y mi mirada se centra en un sólo punto de esta carretera algo desolada y agreste: el horizonte donde tú vives. He tenido que preguntar mucho, que buscar en todas partes para saber de ti, para ubicarte, y me ha llevado muy poco tiempo reunir el valor para ir a ti. Todo comenzó con mi regreso a la montaña, cuando Aguirre me corrió, pero ahí pude pescar un poco de tu rastro. Ahora siento temor, me pregunto si continuarás siendo el mismo Ennis del Mar que conocí y a quien entregué mi corazón, mi vida y mi amor. ¿Has pensado en mí alguna vez, Ennis? ¿Me has recordado con cariño o he sido un pensamiento odioso y terrible que has preferido enterrar? No, no lo creo. Me invitaste a visitarte. También tú debes haber llenado los vacíos de tu vida con el recuerdo de nuestra pasión, con esa necesidad que yo tenía de ti, y la que hacía que me buscaras, que ocultaras tu rostro en mi cuello olisqueándome antes de tomarme con tu ardor. ¿Te parece a ti que el tiempo ha transcurrido lentamente, como una tortura, como me lo ha parecido a mí?

¿Cómo será tu casa? ¿Qué has hecho de tu vida? ¿Te casaste con tu novia de toda la vida, aquella que usabas como un escudo contra lo que ya sentías por mí? ¿Tienes la propiedad que deseabas, algo pequeño pero tuyo? ¿Tienes hijos, Ennis del Mar, a quienes amarás con locura? ¿Cuándo te mire a los ojos seguiré viendo en ellos lo que esa segunda noche descubrí, que me necesitabas y querías tanto como yo a ti? Perdóname, Dios, pero quiero que sea así, quiero ver en su mirada lo que me mostró hace cuatro años atrás. Por favor, Señor, deja que lo vea antes de condenarme. Piso el acelerador al tope, quiero llegar y sorprenderte, caer sobre ti antes de que tengas tiempo de pensar o reaccionar y apoderarme de tus labios, de tu boca fina, viril y hundirme en ella, mientras me fundo contra tu cuerpo y me lleno la nariz con tu aroma de hombre fuerte. Quiero que sepas cuánto te amo antes de que respondas, porque no sé si tú sentirás lo mismo que yo o me alejarás de un empujón. ¿Y si me has olvidado? ¿Y si no recuerdas nada de toda esa maravillosa locura? No, Dios, no dejes que sea así, aunque sea malo pedírtelo. Me tiembla todo el cuerpo, de alegría anticipada, de nervios, de miedo… y no lo puedo remediar.

Llevo todo el día pegado al volante pero no puedo detenerme ni para comer, no me llegaría nada al estómago. Parece que no tengo estómago ni cuerpo en realidad. En estos momentos no soy nada porque llevo cuatro años sin verte. Cuando estemos frente a frente sabré sí vuelvo a la vida, si vuelvo a ser Jack Twist, el tipo hablador, alegre y optimista que todos dicen que soy, pero que ahora es sólo una máscara, una sombra de lo que fue. Veo el cartel de Riverton, y así como doy un vuelco con el vehículo, me lo da el corazón en el pecho. Mis ojos me arden al tenerlos tan abiertos, buscando tu casa, como el sediento perdido que busca el escondido oasis donde será saciado y feliz. Ahora recorro lentamente las calles por las que sueles andar, y todavía tiemblo más. ¿Ese de allá, que camina lento con los hombros caídos, eres tú, Ennis? No, le falta la altivez y belleza que sé que posees, y no sólo porque te ame.

Joder, puto Jack Twist, han transcurrido cuatro años en los que intenté no pensar más en ti, pero esperando contra toda lógica verte cada tarde al regresar de mi trabajo a la entrada de mi casa, esperándome, diciéndome que al fin me has encontrado. Y ahora estoy aquí, temblando de nervios como un muchacho que espera a su novia de toda la vida, a la que realmente desea y ama, con la que sueña pasar el resto de su vida. ¿Por qué tuve que amarte a ti, Jack Twist? Pero lo hice aunque nunca te lo dije, y tal vez jamás lo haga. ¿Supiste leerlo en mis ojos, en mis besos, en la forma en que necesitaba de tu cuerpo? No lo sé, no soy bueno en eso. Pero te espero, y eso me consuela en este momento frente a esta ventana desde donde vigilo el horizonte y la calle, sin parar de beber cervezas, encendiendo un cigarrillo tras otro, escuchando sin oír a Alma, incapaz de concentrarme en nada como no sea en mi espera, en mi espera de ti, Jack. La mirada me duele de forzarla buscando en la carretera, mi corazón salta cuando escucho acercarse alguna camioneta, esperando que sea la que te trae nuevamente a mi vida.

Anoche no pude dormir recordando una y otra vez un verano pasado a las puertas del Cielo cuando fui feliz por primera y única vez, aunque en ese momento no supe verlo, pero que debí intuir al mirar tus ojos enormes y bellos, llenos de luz, que me decían sin tapujos todo lo que sentías. Oh, Jack, cuántas veces no me pareció la experiencia más increíble de este mundo verme en tu azulada mirada cuando juntos alcanzábamos la gloria del éxtasis. Te he recordado tanto que a veces río en silencio al pensar en ti, y otras no puedo con la tristeza, y otras más sentía que hervía de ganas, de deseo, pensando en tu cuerpo joven y perfecto, tibio, siempre dispuesto para mí, para que te tocara y recorriera con pasión. Pensar en tus labios dulces, en tu aliento tibio, en el sonido de tu cuerpo todo al caminar me enloquecía lentamente. Y aún lo hace.

Joder, puto Jack Twist, no llegas y me estoy poniendo frenético, nervioso y temeroso. Quizás no hallas podido venir, y sí es así creo que gritaré y me desmoronaré porque no sé qué haré con todo esto que me quema por dentro, que me tiene de pie, caminando de un lado a otro, de la nevera con cervezas a la ventana donde espero verte aparecer de la nada, sonriéndome con cariño, con tus hermosos ojos viéndome con ese amor que siempre estaba allí. ¡Aparece ya, por Dios! Estos cuatro años no han sido vivir, sino estar. Sólo he trabajado en vainas feas y desagradables, duras y que daban poco dinero; o en llevar a las niñas al colegio, niñas que nunca hablan conmigo, aunque Alma, mi hija mayor, siempre me mira con cariño, pero yo no sé que responderle como cuando me pregunta, sorprendiéndome, por qué nunca río o por qué nunca me veo contento. No sé cómo decirle que antes si lo hacía, que antes fui feliz, porque sólo fue contigo, Jack. Contigo reía y hablaba, lleno de una felicidad febril. Estos han sido cuatro años de ir a misas para oír a los puritanos hablar del pecado y del castigo eterno, y a veces me he preguntado, pensando en el Crucificado, si al final sólo habrá condenación para mí. No lo sé, pero en este momento, mientras te espero, nada de eso parece tener importancia. Mañana me preocuparé por mi alma.

Han sido cuatro años viviendo sin vivir, sintiéndome vacío, como si me faltara algo, una parte valiosa e importante. Es cuando te recuerdo saltando y gritando como un tonto vaquero de comiquitas, y no puedo evitar sonreír, deseando verte. Carajo, ¿qué pasa que no terminas de llegar? No puedo estarme tranquilo, ni comer, pensando sólo en lo que sentiría si probara nuevamente tu boca, hundiéndome en ella, atrapando tu lengua y mordiéndola y lamiéndola, sólo para oírte gemir como sólo tú sabes hacer, haciéndome arder de pasión al saberte tan entregado a mí. Miro mis manos que tiemblan e imagino que ya estoy frente a ti, tocándote, palpándote, convenciéndome de que realmente estás aquí, y me arden. Ya quiero tocarte, Jack, quiero tenerte a mi alcance. Por fin hoy estoy comenzando a vivir, estas ganas de hacer, de decir, de reír, de acariciar con ternura las estoy sintiendo por primera vez después de cuatro años, y la espera me está matando.

Estoy cansado, el corazón me late con fuerza y me debilita y marea. Debo sentarme y seguir esperándote, aunque me asuste el que no vengas. Pero seguiré esperando porque dijiste que vendrías, y tú siempre me cumpliste, Jack. Si, debo sentarme y tranquilizarme porque la urgencia comienza a notárseme y no quiero que Alma piense que estoy pasando por una crisis de ansiedad. Nunca me ha visto así, nervioso, emocionado, expectante, y ya comienza mirarme con extrañeza.

Ahí está, es la lavandería Riverton. Todo me parece tan distinto, tan extraño a lo que eran nuestras vidas hace cuatro años. Pero ya estoy aquí, ahora podré verte, intentaré estar tranquilo, pero sé que los ojos se me saldrán de las órbitas intentando atraparte en ellos, para retener tu imagen nuevamente, para llevarte conmigo para siempre. ¿Me darás la mano o sólo nos saludaremos de gesto? Necesito tocarte, Ennis del Mar, necesito sentirte contra mí, sentir tu calor. Creo que estos cuatro años todos los he vivido sólo para este momento, para poder estar aquí, frente a ti, como toda mi vida antes en la vieja y destartalada casa de mi padre, donde no había nunca mucho de nada, ni siquiera afecto, fue para ir a esa montaña y conocerte, momento en que mi vida cobró sentido. Dios, no permitas que me embargue la emoción y llore o algo así. A él no le gusta eso, pero ¿y si no puedo contenerme?

¡Si! ¡Si!, te veo, estás ahí, en esa ventana, mirándome, y creo que algo como una sonrisa quiso dibujarse en tu rostro inexpresivo. ¡Estabas esperándome! ¿Te alegras realmente de que esté aquí? ¿Te hace feliz mi llegada, Ennis?

Aquí estás por fin, Jack puto Twist. Tu camioneta es nueva pero reconozco tu manera de conducir, porque no la he olvidado, porque la he visto en mis recuerdos una y otra vez, cuando llegabas a mí, y cuando te ibas dejándome tan abatido que creí que enfermaría de dolor. Carajo, cómo corres, pareces tener prisa. Y eso me gusta, porque me dice que quieres verme ya, que tú también has pensado en mí, que también has vivido recordándome. Te detienes al fin, no aguanto más, tengo que salir a recibirte, a verte, a convencerme de que realmente eres tú, mi Jack. ¡Has venido a mí, mi puto Jack Twist! Tengo que salir pero no a la carrera, y contenerme al verte. Y estás allí, de pie, con tu sombrero de ala ancha, con tu aire de niño adorable y grande, con tus ojos maravillosos que me miran como buscando una señal, como si temieras o dudaras de mis sentimientos en este momento y no supieras qué esperar.

-¡Hijo de puta! Jack Twist, grandísimo hijo de puta.

Bajo a tu encuentro, a mi encuentro con la alegría, con la risa, con las emociones, con la vida, y nos fundimos en un abrazo fuerte. Mi cuerpo no puede estar más pegado al tuyo, mientras te siento estremecerte y dejar escapar el aire retenido en tus pulmones, como aliviado de este recibiendo, el único que mereces, mi Jack. Estamos pecho con pecho y siento el loco cabalgar de tu corazón como tú debes sentir el mío. Mi mejilla choca de la tuya y siento el raspar de tu barba, como tú debes sentir la mía y entiendo que no cambiaría este momento de mi vida por ningún otro que pudiera venir. Percibo tu aliento cálido, ese aliento que muchas veces tomé mientras te besaba en esa montaña y siento que me muero de ganas. Mis brazos no dan más de sí, no puedo atraparte más, no puedo retenerte con la suficiente fuerza para convencerme de que ahora eres mío y nunca te irás otra vez. No lo entiendo, cabrón de mierda, ¿cómo pude vivir cuatro años tan lejos de ti, sin verte, sin sentirte así?

Pero al fin has llegado, maldito hijo de puta. Llevo todo el día pegado a esa ventana esperando este momento, pensando en mil cosas que decirte, en las mil maneras de actuar frente a este primer encuentro después de tanto tiempo, pero con tan sólo verte, al sentir la emoción embargarme, lo olvidé todo y sólo pude correr para tenerte así, atrapado en mis brazos, sintiéndote tan junto a mí. Siento tu calor, me lleno de tu olor. Me marea percibirlo. Por Dios, al fin estás entre mis brazos otra vez y ni así es suficiente. Miro a ver si hay alguien que pueda vernos, me asusta que hablen de ti y de mí, pero también me aterra que el dichoso mirón nos obligue a separarnos. Sonrío levemente porque no hay nadie, nadie que se escandalice, censure o nos grite por lo que voy a hacer, esto que lleva cuatro años matándome…

Sí, eres tú, Ennis, mi Ennis del Mar, así como yo soy tu Jack. Eres el hombre que conocí un mañana y me robó la paz, los sueños y los deseos. Eres el que me ata a su cuerpo con sólo desearlo, eres quien me desarma con su mirada, el que puede premiarme o castigarme con tan sólo una palabra. Ennis, siento que el fuego que arde en mí, al que me ataste la primera vez que fui tuyo, me devora nuevamente, y ya debe estarse notando bajo mis ropas, como noto el tuyo. Ahora me empujas, y en tus ojos sólo hay deseos, ganas, y me pegas contra la pared y miras mi boca mientras yo sólo deseo ver tus ojos oscuros y brillantes, y me besas. Aplastas tu boca contra la mía dejando escapar un gemido, un alarido o un sollozo de consumación. Me besas con todo tu ser, con toda tu entrega como si fuera el último beso que pensaras dar en tu vida.

Y tus manos me aferran con fuerza, apretándome con su calor, con su rudeza, las manos callosas del hombre que sé que amo. Tu lengua busca la mía, atándose a ella, y me mordisqueas, me lames todo y siento que no te cansas de eso, que deseas beber de mí tanto como yo de ti. Me muerdes y me aprietas, con fuerza, con rudeza, como el hombre tosco que eres. Estamos tan juntos que ni una brizna de viento puede pasar entre nosotros. Siento que cedes un poco en tu beso, y ahora yo te agarro también, toco tus orejas, tu cabello, tu nuca y te muerdo también, frotando mis mejillas de las tuyas. Es la entrega a las necesidades, el reconocimiento de aquello que urge para ser feliz en esta vida. Nuestras bocas jadeantes dejan de estar unidas, noto que aún sientes temor de que nos vea alguien, y yo sólo puedo mirarte a los ojos con toda mi entrega, con todo el dolor de la aceptación que hago de esta necesidad de ti, por ti, mi Ennis. Te miro y creo que si muriera en estos momentos, así, con tu aliento cayendo sobre mi boca, con tu frente sobre la mía, moriría feliz, sin temer a lo que me aguardara en la otra vida, porque ya estoy en el Paraíso. Tu recibimiento me ha dejado debilitado, y casi no lo puedo creer. Eres tú quien ha tomado la iniciativa esta vez, y te juro por mi vida que no vas a quedarte sin respuesta.

Jack, Jack… cordura, pueden vernos. Pero ¿cómo resistir tu mirada azulada y hermosa, donde casi creo que brilla la humedad del deseo, pero también del enternecimiento ante mis besos? Mi dulce y sentimental Jack… no me mires así, por favor, no aquí, porque tu amor se nota de lejos. Hummm, me besas ahora y siento que me muero, que ya no soy dueño de mis actos o de mi vida.

Tu boca sabe exactamente igual que en mis recuerdos, mi lengua reconoce la tuya, mi piel arde, se eriza y quema como antes. Parece que no nos hubiéramos separado años enteros, pero así fue, y yo lo siento en esta urgencia de ti, de tenerte que no me deja pensar. Por eso debo seguir besándote aunque ya estás inquieto, por eso no puedo alejar mis manos de tus mejillas, por eso mis piernas están atadas entre las tuyas, y puedo sentir la dureza de tu deseo, como tú sientes el mío. Por eso nos comemos otra vez, con hambre vieja, con el hambre de los años no saciados, separados, años en los que no se vivió en verdad.

Jack, Alma… Ella está arriba…

No te quieras alejar, Ennis. No se te ocurra separarte de mí, dejándome sólo otra vez…

No quiero separarme, no quiero soltarte otra vez, joder, pero pueden vernos. Coño, tienes algo que me une a ti, que me pega a tu piel. Separo mi boca, separo mi cuerpo pero mi frente continua pegada a la tuya, Jack, y me quemo con tu calor. Quiero tener cordura y poner distancia, pero mi piel se restriega de la tuya y parecemos dos gatitos mimosos. Me vuelvo, mirando hacia las escaleras, hacia el lugar donde puede estar Alma, tal vez viéndonos, pero sigo tocándote, sigo en tu frente, siento tus manos en mi barbilla, en mis mejillas, pidiéndome amor, ternura, cariño, y sé que no podré resistir mucho más.

¿Qué haremos ahora, Ennis del Mar? ¿Qué será de mí ahora?

Nos vamos a la mierda, Jack Twist. Vamos a donde pueda tocar cada centímetro de tu cuerpo y recrearme acariciándolo, donde pueda lamerte, sentirte, besarte y tenerte para mí. Quiero reflejarme en tu mirada cuando te ame, cuando seas nuevamente mi puto Jack Twist, el mío; el carajo hermoso que sin palabras me dice cuanto me ama. Nos vamos… y tal ve desaparezcamos. Dios, ojalá tenga el valor de robarte y no dejarte ir nunca más.

JC

DE SOL A SOL

Esta expresión que habla del trabajo esforzado, continuo y agotador, es una que no creo que pueda aplicarse a mí. No soy una persona floja o perezosa, pero por la naturaleza misma de mi empleo, de todos los empleos que siempre he tenido, jamás he sudado sobre el arado, de sol a sol. Si, cumplo con mi parte, asisto, resuelvo lo que debo resolver y atiendo lo que debo atender, llenándome de rabias, frustraciones y stress… pero el ideal del trabajo duro, no se aplica a mí. Amigos y conocidos siempre dicen que tengo un trabajo raro, me imaginan sentado todo el día, entre aires acondicionados, tomando café, chismeando con medio departamento, o leyendo periódicos. No diré que algunos rasgos de esos no los hay, pero no todos tampoco.

Hace tiempo los padres de un amigo dejaron la ciudad y decidieron irse a vivir a una parcela en una zona campesina por decirlo así. Pero no era una campiña como la de Heidi, con una casita campirana, jardines, matas de mangos, con praderas llenas de flores junto a un río cantarino. Completada la bella imagen con abundantes aguas blancas en tuberías, alumbrado eléctrico y carreteras asfaltadas que derramaran la carga, y a la gente, en la puerta. No, se fueron a un lugar montañoso, con laderas y caídas, lleno hasta el topa de árboles enormes, matorrales horribles, sin agua, sin luz… y a una casucha con dos habitaciones, donde el cuarto de baño quedaba fuera. Yo me dije: se volvieron locos, no llegan a los sesenta y ya están seniles. Creo que mi amigo, Luís, pensó algo parecido. Cuando se mudaron, los viejos parecían contar con sus muchos hijos, y una que otra amistad, para que los ayudaran a salir adelante. Conozco a la doñita, no es de las que sienten penas o vergüenzas a la hora de poner a todos a trabajar.

Durante varios fines de semanas tuvimos que aplanar una cumbre hasta lograr un plano para levantar la casa real. Hubo que abrir con picos y pala una vereda, desde la carretera oficial hasta el plano, ya que no querían la vivienda cerca de la vía. Hubo que meterse entre matorrales, caídas y animales raros para tender cables eléctricos hasta la casita, robada, para alumbrarlo todo. Pero el trabajo que más recuerdo es… desmalezarlo todo a fuerza de machete y garabato, ese ingenioso bastoncito corto en cuellito para atrapar un manojo de montes y cortarlo de un machetazo. Era duro, agotador, comenzábamos antes de las ochos de la mañana, después de un buen desayuno, sudando a mares, tomando agua como locos antes de que trajeran un jugo dulce que nos reanimara. Nos deteníamos a almorzar al medio día, siempre mucho y sabroso, descansamos quince minutos y volvíamos a la brega. La doña era terrible.

El brazo dolía, el sol quemaba el cogote, cara, cuello y brazos. El sudor era abundante… y sin embargo, me gustaba. No sé cómo explicarlo, pero como a las tres de la tarde ya estábamos mamados de tanto darle, y yo me sentaba sobre ese monte caído, sin camisa, sin gorra, tomando agua, jadeando como un perro por la boca… y me sentía bien, con una sensación de calma y paz que no entendía. El cielo era azul, el sol calentaba pero no quemaba, debía ser por el sudor. Allí, en ese momento, me sentía satisfecho, contento de todo lo que había hecho, yo, con mis manos. Era bueno sentirlo, era grato trabajar así. Me embargaba una cálida sensación de logro, de utilidad. En mi trabajo se me ha felicitado muchas veces por la forma en que dirijo mi parte, y es grato oírlo, pero esto era muy distinto. Ver la sonrisa de la doña, o escuchar a Luís diciendo, “coño, rendiste bastante”, es algo que no puedo transmitir en todo su alcance.

Esa vida campestre no la quiero para mí, me gusta estar cerca de la pizzería, de los chinos, de los perros calientes y de los club de videos; pero me agrada ir a esa casa, y ¡qué casa es ahora!, y pasar buenos ratos. Me tratan a cuerpo de rey, claro que esa gente es experta en eso. Son muy amables. Ya he trabajado en la parcela de Luís, quien quiere una casa por allí también, y de su hermana, Isabel. Curiosamente, mientras mi familia cree que soy perezoso, ellos están convencidos de que trabajo como un burro. Muchas veces, uno de ellos me dice: “oye, tal día vamos a hacer esto o aquello”, y sé que los muy pasados esperan que vaya, porque cuentan con que rendiré o haré las cosas más fáciles. Y si no tengo otro compromiso, voy. Se trabaja duro, se come bien, se toman muchas cervezas frías, nunca faltan… y la compañía es inmejorable. Creo que todo se reduce a ver levantarse algo, una casa, un árbol, un sembradío. Y ver la gratitud, sincera y no solicitada, de los amigos.

JC

sábado, 22 de agosto de 2009

JUANES, EL COME FLOR, Y LA INTOLERANCIA

No voy a negar que cuando escuché que Juanes, el gran cantante colombiano, pretendía presentar un concierto en Cuba, como ciudadano de un país al cual los tiranos cubanos han hecho tanto daño, me molestó la noticia. Pero hasta allí. De Juanes se tienen referencias de hombre sensato, responsable con el mundo y decente, sus declaraciones sobre que no le gusta Álvaro Uribe Vélez, pero que le agradece todo lo que ha hecho por Colombia, y que era un presidente históricamente necesario, así lo deja ver; pero me parecía que se pasaba de ‘inocente’, que ese par de vagabundos, los hermanos Castros, lo utilizarían propagandísticamente.

Pero de ahí al odio que se ha desatado contra el hombre en Miami, donde vive, hay un abismo francamente alarmante. El que se le llamara de todo y se quemaran sus discos, me pareció feo. Para él, a quien eso debió sorprender y lastimar (repito, parece sensato, decente y humano), como parecía doler a esa gente que lo hacía. Me parecía que exageraban, pero cuando escuché que comenzaron a hablar imbecilidades de Olga Tañón, sí que me molesté.

Olga Tañon es una mujer muy querida en Venezuela, hay tiempos cuando parece que hasta vive aquí; es una persona diáfana, clara, directa, simpática, fuera de gran artista. Hasta yo canturreo sus tonadas y eso que la música actual no me agrada tanto. Que la llamaran vagabunda, tonta útil y otras lindezas, me pareció un abuso. Está bien odiar al régimen despótico que lleva tantas décadas sangrando y martirizando al pueblo cubano (cosa que, a decir verdad, jamás le ha importado a nadie, y menos a los que iban a rizarle la barba al sanguinario dictador), y se puede no estar de acuerdo con el fulano concierto, pero otra es amenazar, disfamar y odiar a alguien de repente por ello.

Y sin embargo, M, también yo peco de eso. Escribo todo esto porque tengo un amigo al que conocí hace meses cuando vino de Argentina a revisar unos equipos médicos que nos vendieron por el intercambio con el gobierno de los Kirchner; nos conocimos y agradamos. Sus correos son como muy amistoso; y como si de una gran cosa se tratara me infirmó que pronto vendrá nuevamente a Caracas porque el Gobierno se ha embarcado en comprarles nuevos peroles. De forma casual hizo un comentario: Chávez es un hombre bueno que se preocupa por los pobres.

Ay, M, las cosas que le dije. Creo que se me pasó la mano. De hecho me escribió respondiéndome que una cosa no tenía nada que ver con la otra, que dos personas podían ser amigos compartiendo algunos puntos de vistas, aunque difieran en otros. A un nivel intelectual lo entiendo y acepto, pero no puedo. Sencillamente ya no puedo tratarlo igual. Quisiera, pero mientras le escribo algo recuerdo lo que piensa y tan sólo deseo terminar, no contarle nada. Dejar de escribirle. Incluso espero que no me escriba más, que sea él quien de la amistad por perdida.

Extremo, ¿verdad? Pero a eso es empuja la gente cuando un régimen decide desatar el odio entre la población: haré que estos odien a aquellos, y mientras uno de los bandos esté conmigo lo demás no importa.

Creo que nos falta demasiado para salir de esta pesadilla, pero deberíamos comenzar por tolerar lo que otros piensan. Aunque resulte tan difícil.

JC

miércoles, 19 de agosto de 2009

¿SEXO SACRILEGO?

¿Supiste, M? En Nigeria, Toku Akintepe y su esposa Bunmi, una joven pareja bordeando los treinta, fueron pillados en plena faena sexual en una pequeña iglesia en Ikeja, un suburbio de Lagos, capital nigeriana; nada más y nada menos que por el Pastor de la misma. Qué impresión debió llevarse. Sin embargo el hombre de fe, Akhiomu, no se buscó ningún problema, tan sólo exigió una suma en desagravio, el equivalente a 120 euros, por daños y profanación del altar. Igualmente se les exigió limpiarlo y rezar tres avemarías por el perdón a sus pecados.

Durante la presentación en tribunales, el marido explicó al juez el por qué de todo eso: él y su mujer llevan apenas cuatro años de casados, matrimonio que comenzaron llenos de amor y pasión, pero con el tiempo la vida sexual comenzó a perder interés, siendo substituido por el fastidio. Preocupados por ello, por terminar separándose, su mujer le pidió “poner algo más de sal y pimienta de manera poco convencional”. Él le propuso hacerlo en la iglesia y ella aceptó entusiasta.

De hecho las palabras de Toku, frente al juez, fueron: “Se me ocurrió que hacerlo en la iglesia, con el Gran Hombre viéndonos desde lo alto, podría ser emocionante”.

¿Sabes?, fuera del hecho de hacerlo en la iglesia, que podía ser tan inconveniente como hacerlo en un parque público por aquello de los niños o los atracadores, dentro de un autobús, o en la cama de los suegros, el hecho me parece hasta meritorio. Seguramente de entrada muchos les tacharán de gente indecente, pero a mí me parece que hay cariño. Un día se quisieron tanto que decidieron unir sus vidas, tal vez cuando juraron “hasta que la muerte nos separe”, lo decían de corazón, de verdad. Cuando un matrimonio, o una relación cualquiera, cae en la desidia, en el “vamos a hacerlo para salir de eso rápido antes de que comience el juego”, se pisa un terreno peligroso, porque lo que antes gustaba y unía, va transformándose en motivos, noche a noche, de enojo y distanciamiento.

Toku, o su mujer, pudieron hacer otras cosas, buscar por fuera lo que sentían les faltaba a la vida juntos, pero prefirieron resolverlo entre ellos mismos. Y eso es inteligente. En lugar de terminar lanzándose puntas, mirándose con rencor, diciéndose cosas hirientes uno a la otra, intentaron salvar la relación.

Por otro lado, lo del Pastor fue el colmo del pragmatismo: violaron el altar y hay que hacer un sacrificio de desagravio, pero nada de sangre de cabra, dame dinero para comprar velones. Me encanta.

JC

martes, 11 de agosto de 2009

NUEVAS MARAVILLAS NATURALES DEL MUNDO

La Selva Amazónica (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guayana, Perú, Surinam y Venezuela; el Salto Ángel (Venezuela); el Yunque (Puerto Rico); las Islas Galápagos (Ecuador); y las Cataratas de Foz de Iguazú (Brasil y Argentina), son los paraísos terrenales latinoamericanos que se metieron entre los veintiocho finalistas del concurso “Las Siete Nuevas Maravillas Naturales”. Ignoraba yo, realmente, que existieran las viejas. Pero así es, de todo el ancho y largo mundo, en este pequeño rincón del planeta se encuentran cinco de esas bellezas.

Así lo consideró un grupo de expertos ambientalistas, presididos por el ex director general de la UNESCO, Federico mayor Zaragoza; grupo que deliberó entre más de setenta lugares probables. Como mal viajero que soy (a diferencia de M, quien no deja la hierba crecer bajo sus pies), no conozco sino el Salto Ángel, o el Churún-merú como también se le conoce en lengua indígena, en el parque nacional Canaima, porque está aquí y de tarde en tarde alguien me arrastra a desplazarme. Pero esa caída de agua deja a uno sin aliento, es como ver una fina llovizna en forma de niebla, muchas veces. Hay algo sobrecogedor en mirarlo desde arriba. Y no porque sufra yo de vértigo. Es algo que te deja sin aliento.

Esa belleza conforta y alegra el espíritu, y miren que soy de los que prefiere el mar, el sol, la arena, los bikinis; eso de pueblitos por muy pintorescos que sean en montañas o paseos por sabanas donde al caer la tarde los mosquitos quieren matarte, no va conmigo. Pero el Salto Ángel es de por sí uno de esos lugares que deben verse, al menos una vez. Como pretendo llegarme un día al Canadá para ver cierta formación montañosa donde se firmó una cinta.

Crucemos los dedos la noche de la elección. Por todos esos enclaves de nuestra América Latina.

Julio César.