jueves, 30 de julio de 2009

RÓMULO BETANCOURT, EL PARQUE DE MI NIÑEZ

Hace tiempo, regresando al pueblo donde crecí, Guatire, en el estado Miranda, cerca de Caracas, pasé frente al llamado Centro Cívico, donde comparten espacio la iglesia, el edificio del Consejo Municipal (ahora llamado Alcaldía), y hasta hace poco la Prefectura. Cerca, del lado de atrás de la iglesia, estaba mi escuela primaria, la Elías Calixto Pompa. Frente al colegio, del lado de la iglesia, estaba el parquecito Rómulo Betancourt. Cuando lo conocí de niño, no se llamaba así, pero un día llevaron una fea estatua del gran guaireño, y desde ese momento todo otro nombre se olvidó. Era un lugar hermoso, o tal vez eso me lo parece en la memoria, con una cerca que llegaba a la cintura, que todos saltábamos para entrar. Era pequeño, había algunos subibajas, columpios, las dos ruedas y varios bancos. También habían toboganes no muy pronunciados y columpios tipo sillitas para niños, donde los zagaletones, que nunca han faltado sea la era que sea, nos montábamos cuando nadie miraba. Recuerdo que la grama siempre era verde, los bancos estaban pintado de rojo y amarillo, y era un lugar fresco por la sombra de las acacias, enormes, que tapaban medio cielo.

Todos salíamos corriendo de la escuela, en las tarde en mi caso, y nos peleábamos los columpios; cuando no alcanzábamos uno, había que conformarse con las ruedas. Recuerdo como reímos una tarde porque Ulises, de tantas vueltas que dio, vomitó de forma escandalosa. Desde ese día todos le echábamos broma con eso, y aunque al principio se molestaba, hasta llegar a pelear dos veces, y llorar otra (qué crueles podíamos ser), terminó aceptándolo. Son cosas que deben entenderse, la crueldad de unos y la aceptación por costumbre o cansancio de otros, aunque tal vez le molestara o doliera todavía. Como la muchacha, Milagros, a la que un día en una revisión le encontraron piojos, y desde ese momento se transformó en La Piojosa, mote que le duró toda la escuela. Volviendo la vista atrás, me parece terrible, pero así éramos todos.

Así recordaba yo el parque, por lo que me sorprendió al pasar por ahí el verlo agotado, viejo y feo. Los árboles habían sido podados, sabe Dios por qué razón, y la grama, donde no estaba seca y amarillenta, parecía matorrales. Las rejas habían aumentado en altura, decían que para mantener a salvo a los niños, ¿pueden imaginar un pensamiento más desolador? Pero ese trabajo pudo haberse ahorrado, ya no había niños en ese lugar. Tal vez a los muchachos ya no les divierte dar vueltas en una rueda, o mecerse en un columpio, gritando con ganas cuando este se elevaba más y más. Cuando pasé, a las ocho de la mañana, encontré gente durmiendo en los bancos, o tirados por allí. Gente con pintas de mendigos, de recogelatas, de… dementes. Apestaban de lejos, y olía a orina y otros desechos. El vomito presente no era de niños que jugaban, sino del producido por el aguardiente. Me contaron que de noche era un paso peligroso, que todo el mundo evitaba, allí, al lado de la iglesia, en pleno Centro Cívico. La estatua de Rómulo había sido retirada mucho antes, para ‘adornar’ la plaza central frente a la iglesia, hasta que fue retirada por la acomplejada y mediocre gente de la república de quinta.

Me embargó cierta depresión, porque viéndolo en ruinas, recordé todo lo que gritábamos, reíamos y jugábamos allí, todos esos buenos ratos pasados. De tarde nos sentábamos en los columpios y mirábamos a las muchachas del salón pasar y les gritábamos cosas desagradables, tonterías, porque eran ‘las niñas’ y nos divertía molestarlas, que nos miraran con rabia; y algo por dentro se nos llenaba de una cálida sensación de felicidad, de energía, cuando nos torcían los ojos, porque eran bonitas, y nos miraban, y gritaban algo como: cállate, Julio César, no seas necio. A la sombra de las acacias, sin columpiarnos, sombríos, incapaces de comprenderlo, oímos hablar del papá de Mendoza, que se emborrachaba de noche y llegaba gritándole a su mamá, y la golpeaba, y luego a él. Que lo hizo muchas, muchas veces. No podíamos entenderlo, sobretodo los que veníamos de hogares tranquilos, pero intuíamos que debía ser horrible ser él, o estar en su lugar.

Recuerdo la disputa entre dos grupos, porque se burlaban del muchacho que era hijo de la señora que coleteaba la escuela después de que todos nos íbamos, Ricardo, mi querido amigo Ricardo, y como él se fajaba a golpes con cualquiera que se metiera con ella. Allí, en tardes extrañas, excitantes, se hablaba de las revistas que nuestros padres ocultaban bajo los colchones de sus camas, y todos soñábamos con el día en que pudiéramos comprarlas nosotros. Se especulaba sobre quién podría estar haciendo ya esas cosas. Los primeros cigarrillos se fumaron allí, entre toses y poses tontas de gente que jugaba a ser grande. Allí hablamos de Johana, la muchacha más bonita del salón, la que siempre era novia de la escuela y la reina del carnaval todos los años, que era algo llorona y caprichosa. Y estaba su primo Jairo, quien la quería y la odiaba con la misma medida y todos lo notábamos menos ella, siempre molestando a la maestra para que hablara sobre las Eras Geológicas, para oír de los dinosaurios, un tema que le hacía brillar los ojos. Fue a él el primero al que oí hablar del monstruo del Lago Ness.

Esa tarde volví a pasar por el parquecito, y me pregunté ¿a dónde se fue todo el mundo? ¿Qué estarían haciendo todos ellos? En su momento, esa gente fue importante para mí, de hecho el final de un curso era doloroso porque todos temíamos no quedar juntos otra vez en la misma sección. Eran personas que me importaban, ¿dónde estaban ahora? Lógicamente, mientras se crece, mientras se vive, muchas personas llegan y se van, aún aquellas tan determinantes, pero uno no debería olvidar tan a fondo, ¿verdad? A la luz del atardecer, cuando volvía pasar, el espectáculo fue más deprimente, y me pregunté ¿por qué no hacía algo la Alcaldía? Y caí en cuenta que también yo era como todo el mundo, siempre esperando que otro, quien en teoría debería hacerlo, resolviera. ¿Por qué no lo hacía yo? ¿Por qué no hacía nada por mi parque? ¿Qué tanto trabajo podría ser? ¿Y sí buscaba a los otros? Sabía que muchos continuaban en Guatire, ¿y si los llamaba y hacíamos algo?

Sí, ¿por qué no? Reunirnos y reparar el pequeño parque del viejo Rómulo…

Julio César.

M, Y SUS PEDAZOS

Pacientemente colocó las piezas sobre la mesa, estudiándolas. Le sorprendía la gran cantidad de diminutos pedazos de color. Sincera consigo misma, fue uniéndolos uno a uno para, por una vez, ver terminado el mosaico. Es importante. Es su vida. En un momento dado parecen no calzar algunos, pero era cuestión de detenerse y mirarlos con atención; sonriendo porque recuerda lo que significaron antes de perder sus tonos y calor. Dos o tres fichas parecían faltar, de afectos que creyó perdidos para siempre, pero que tan sólo estaban al final de la caja esperando emerger. Y lo hacen, y le brindan dicha. Pero lo mejor está en aquellas que parecen nuevas, llenas de buenas vibraciones, de sensaciones por llegar. M, se ilusiona y se apresura para terminar el cuadro deseando ya contemplar la composición que resultará. Parece ignorar que será su rostro, uno que tal vez la desconcertará en un primero momento, uno sonriente. No de humor, de bromas o juegos. Una sonrisa luminosa y calmada. Un rostro de felicidad.

JC

lunes, 20 de julio de 2009

MI PUZZLE




Siempre me ha gustado hacer puzzles. Me distrae. Me relaja.

Primero repaso todas las fichas de la caja, separando las de lados rectos... localizo las cuatro esquinas, las pongo en su sitio aproximado... voy montando los lados exteriores... vuelvo a repasar todas las fichas... las separo por colores o pistas en el dibujo... voy buscando conexiones... consigo pequeñas uniones... de repente te das cuenta de que dos grupitos de fichas están relacionados entre sí, y forman un gran grupito de fichas... hay ratos enormes en los que parece que te hubieran dado un puzzle defectuoso, pruebes lo que pruebes ninguna ficha encaja...y hay momentos en que sin saber cómo, de repente, todo toma forma, todo se ve claro, y se produce una vorágine de uniones, que hacen que la fotografía del puzzle se intuya claramente.

Así es mi vida.

Hay momentos, días, meses... años, en que nada cuadra, lo intente como lo intente parece que me falten fichas, que no me hayan proporcionado toda la información necesaria, que los elementos y los dioses estén aliados en mi contra. Y luego, mágicamente, vivo momentos en que, con sólo girar una ficha, con sólo mirarla de manera diferente a cómo la estaba contemplando hasta entonces...de repente.. todo cuadra!!! y los acontecimientos se suceden, los reencuentros, los conocimientos, las comprensiones... y como si fuera la saga de Harry Potter, cuando llegas al último libro te das cuenta de que lo que pasó hace años era necesario para llegar a este punto, para apreciar, para entender, para permitir...

Pido a mis dioses que me permitan ver en toda su plenitud la maravilla de la foto que encierra el puzzle de mi vida... les pido que me proporcionen muchos momentos como estos en que todo se acelera, todo está bien... y que una vez alcanzados, me mantengan ahí.

sábado, 18 de julio de 2009

¿HASTA QUE LA MUERTE LOS SEPARE?

No quiero sonar siniestro, pero me agradó esta columna escrita por Eduardo Riveros, en El Nuevo País, por eso la reproduzco:
……

Hablemos de amor. Especialmente de esa pareja que hizo realidad aquello de: “hasta que la muerte nos separe”. Sir Edward Downes y su esposa, Joan, vivieron una devoción que se extendió por cincuenta y cuatro años. Ambos, gravemente enfermos y sin esperanzas, decidieron recurrir al suicidio asistido; que no es lo mismo que eutanasia. Se inscribieron en la asociación suiza Dignitas, que es donde se puede lograr ese tipo de objetivos. En Gran Bretaña la práctica está perseguida. Por ello cada vez son más los ciudadanos británicos, alemanes, franceses, que recurren a esa empresa, en busca de una solución digna, la cual tiene su central en Zurich y la dirige el activista Ludwig Minelli.

Sir Edward, de ochenta y cinco años, estaba catalogado como uno de los mejores directores de orquestas británico. Fue elevado al rango de Caballero, 1991, por la Reina Isabel Segunda. Su esposa fue una reputada bailarina y coreógrafa. Durante años de tranquilidad, sosiego, compañía, vivieron ocupados en sus actividades. De pronto el horizonte de la pareja se oscureció por completo. Aparecieron las enfermedades. Él, como una maldición dada su profesión, comenzó a queda sordo y ciego. Ella padecía un cáncer terminal incurable. Sir Edward podría haber vivido sobrellevando su propia desgracia; su salud no era tan precaria. Pero, como afirmara, no pensaba dejar a su mujer, después de cincuenta y cuatro años juntos, morir sola. De allí que ambos acordaran acabar con sus vidas mediante la gestión de Dignitas.

“Murieron en paz y en las circunstancias que ellos mismos eligieron”, anunciaron los hijos del matrimonio a amigos y allegados. El caso hizo revivir la polémica sobre este tipo de inmolaciones. Los partidarios, en Inglaterra, dicen que nada se saca con prohibirlas sí con viajar a suiza se obtiene lo deseado. Algo parecido a los abortos en alta mar. Se asegura que, sólo en este año, los menos ciento quince ciudadanos del Reino Unido partieron en busca de este tipo de desenlace. Las leyes suizas no censuran la asistencia al suicidio; siempre que no medien móviles egoístas como herencias, títulos nobiliarios u otras razones siniestras.

Al margen de las posiciones de conciencia, el ejemplo de los Downes es sobrecogedor, honrado. Más todavía en un mundo donde lo que destaca no es el amor sino el desamor, los divorcios y el abandono. Cada días más escandalosos y miserables. Ellos no; juntos caminaron tomados de las manos: “Hasta que la muerte nos separe”. Simplemente hermoso.
……

Como te dije una vez, M, estas son las cosas que creo. Por cierto, esos no son ellos. No encontré una juntos.

JC

ADIÓS A LOS REMORDIMIENTOS

Hoy me dije “dejaré el pasado atrás, no pensaré en nada que me entristezca, enfurezca o avergüence. No recordaré nada de lo que me haya arrepentido alguna vez…”, y en seguida pensé en ti. Y tuve que reír con amargura, con dolor por esta burla. Fue extraño, porque recordando tu sonrisa, tu mirada, tu voz, volví a sentirme amado. Me dolía porque te habías ido, pero también te sentí aquí. Es tarde, ¿verdad? Sí, lo sé, pero no puedo evitar preguntártelo aún sabiendo la respuesta, deseando que digas lo contrario. Boto aire largamente, inspiro más lento aún, levanto la mirada, saco pecho… y sí, dejaré lo pasado atrás. Continuaré mi vida, no miraré sobre mis hombros. Te olvidaré… pero mañana, hoy soñaré que en tus brazos toda la noche reposaré. Y que me quieres como ayer. Pero más importante, que sigue aquí. Déjame soñar que nada ha cambiado, que sigue a mi lado, así mañana deba enterrar tu recuerdo. De nuevo. Pero está vez será definitivo, porque quiero vivir sin sufrir, sin esperar por el ayer, sin lamentar las cosas que no dije, las que no hice. Con suerte, seguiré. Sé que se puede, por suerte…

JC

martes, 14 de julio de 2009

FILIPINAS Y EL ACOMONDO DE ‘LOLAS’

Qué una mujer, mirándose al espejo y sujetándose los senos que imagina le cubren el ombligo, diga que no está conforme con su apariencia y vaya a darse un retoque, no tiene nada de malo, ¿o no, M? Es su cuerpo, son sus reales, es su derecho. Pero cuando se trata de la presidenta de un país que inventa un cuento medio pasable de responsabilidad y después resulta que andaba en asuntos personales que ni urgente eran, sí lo tiene. Porque queda mal, como poco seria. Poco creíble. Cuando no como mentirosa redomada. Le pasó a la presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal. Hace poco declaró públicamente que había que tomar medidas individuales, cada persona, pare prevenir la fiebre llamada porcina que llegó a las Filipinas, y a modo propio dijo que ella se recluiría voluntariamente en cuarentena, para prevenir contagios.

Tal actitud fue alabada por todos, porque era un ejemplo responsable de civismo… hasta que un diario, The Stan, descubrió que la mujer aprovechó la semana para retocarse un implante mamario realizado en los ochenta, y de pasada, practicarse un depilado láser. Y no era del bigote. Qué vergüenza, ¿no podía simplemente decir que se iba a revisar la vesícula porque algo le sonaba o que le dolía el hígado? Una cosa es recluirse por asuntos médicos (y aún el acomodo de lolas, lo es), pero otra es decir que lo hace para dar ejemplo de civismo a la población. La verdad es que hay presidentes que tratan a sus gobernados, como tontos.

JC

jueves, 9 de julio de 2009

ADIÓS MICHAEL…

Al fin descansa. Es una frase manida, pero resulta. Y no de su vida, sino de los actos fúnebres. Qué broma. Es por eso que cada vez me atrae más la idea de la cremación. Pero en buena medida, Michael Jackson lo merecía. Una despedida por todo lo grande. Su muerte causó conmoción en muchos de nosotros, pero también verdadero dolor y llanto en millones de sus fanáticos alrededor del mundo, aquellos que jamás dejaron de amarlo a pesar de su extraña apariencia, su excentricidad o los escándalos en los cuales se vio envuelto. La gente que lo amaba por encima de todas las cosas.

Como toda gran estrella, su muerte ahora se rodea de misterio. De conjuras y demás. Ya se habla de un fantasma que se pasea por los pasillos de su rancho, Neverland, citado por gente tan seria como el señor Larry King, de quien jamás se sospecharía amarillismo o basura televisiva. También está el caso del joven que confesó, tarde, pero se le agradece, su perjurio, cuando acusó al astro de abuso. Como sospechamos, en buena medida, de muchos otros.

Se fue y se le cantó, gente amiga habló cosas bonitas de él. Brooke Shields lo hizo humano para nosotros al hablar de un niño grande; su hija lo presentó como un simple hombre que amaba a su gente; ese reverendo del cual no recuerdo el nombre, le tendió una mano amiga a sus hijos: “Oirán muchas cosas extrañas, pero no había nada extraño en él”, regalándole, de paso, afecto al padre ido. Me gustó el pedacito que vi del homenaje de Madonna, con esa fotografía enorme del niño negro con afro grande y nariz ancha, y sobre el escenario ese tipo tan parecido a él, repitiendo los pasos que hace muchos años todos los muchachos imitamos alguna vez. Pero fue el llanto de los muchos a quienes nunca conoció, lo más representativo en ese homenaje al ídolo muerto.

Michael Jackson fue uno de los grandes del mundo del espectáculo, en especial de la música, aquella que no necesitamos entender para que nos llegue al corazón. Hubo quien dijo que sí los 50’ fueron de Elvis, los 60’ de The Beatles y The Rolling Stones, y los 70’ fueron de los grandes grupos como Led Zeppelin, Deep Purple, no hay duda que los 80’ fueron indiscutiblemente regidos por esos dos monstruos de la farándula, Madonna y Michael Jackson, la reina y el rey del pop, respectivamente. Recuerdo que mamá desesperaba viéndome bailar hacia atrás. Y nunca le gustó Madonna.

Los días traerán pequeñas noticias. Lamentablemente comenzarán a emerger las malas, las desagradables. Y llegará el momento cuando lo entendamos, y su partida sea una más en nuestras vidas, como pasó cuando murió Heath Ledger (aunque todavía pesa); pero se le recordará con afecto.

JC

DETEN EL TIEMPO…

Ahora sabía que era lo que había esperado toda su vida…
……

Ya no debía volver, siempre se lo repetía al terminar la función. Lo intentaba. A veces lograba pasar toda una semana sin pensar en ella, pero luego corría a verla, a sentirla. A sufrir y amar con ella. No podía evitarlo. Habían pasado tres meses desde su estreno, y por doquier había copias piratas, pero para él no era suficiente. Sólo ante esa gran pantalla y únicamente entre otros que entendían lo que padecía, era aceptable. A solas hubiera sucumbido a la tentación de adelantar escenas enteras, deteniéndose en aquella que se acomodaran a sus deseos. Así no, ahí tenía que llegar hasta el final. Y sufría, pero también amaba más. Algunos podrían decirle al muchacho, Nico, que estaba mal, que estaba enfermo; pero ahora el joven creía entender una vieja cita de la monja que años atrás le enseñó catecismo: por amor el Justo fue al Calvario, sufrió y padeció, pero perdonó por amor.

No quiere ser tan oscuro, tan solemne, pero no puede evitarlo. Cuando se apagan las luces y la pantalla se ilumina con el agreste paisaje y se oye la guitarra que toca a dolor, el joven ya sufre, porque un tal Jack Twist se va a enamorar, va a padecer y va a morir sin haber oído un: Jack, te amo. Sabe que nada cambiará eso. También sufre por Ennis del Mar, por su soledad, por su perdida y su dolor, pero de forma egoísta (tiene apenas dieciocho años y tiene ese derecho), piensa que se lo tiene bien merecido por despreciar a Jack, por no haber sabido hacerlo feliz prefiriendo aferrarse a sus dudas, miedos y prejuicios.

A Jack lo defendería ante cualquiera, a Ennis intentaba comprenderlo nada más. Porque (algo que jamás admitiría ante nadie) Nico amaba a Jack Twist de una forma total. Se había enamorado de él desde el primer momento en que lo vio cobrar vida en la pantalla, pareciéndole que no había nadie más hermoso, maravilloso y terriblemente tierno en todo este mundo. Su sonrisa, su mirada, su entrega lo habían arrastrado a un mundo de irrealidad (entendía que lo era), del que no podía escapar. Era como esos seguidores de Sherlock Holmes, a quienes el gran detective se les había vuelto alguien muy real.

Sumergiéndose en la película mira a Ennis caminar del sofá a la ventana, nervioso, fumando, tomando cerveza, intentando tranquilizarse, porque espera. Espera la visita más importante de toda su vida. ¿Conoces a un tal Jack Twist? Recuerda la pregunta, y el aviso. ¡Viene! Jack debía estar por llegar. No puede contenerse, quiere caminar, saltar, gritar, hacer algo que lo distraiga, pero teme que Alma note algo extraño. Oye un traqueteo fuera de la casa y salta del sofá. Se apresura hacia la puerta y se detiene en lo alto de las escaleras. El corazón parece que va a detenérsele en el pecho antes de saltar y bombear locamente. Lo mira, ahí estaba al fin, Jack, sereno, algo grave, como si no supiera qué esperar, observándolo también. Pero en sus ojos brilla la esperanza, la ilusión, y Ennis teme que también el amor. Lo mira y Ennis se pierde en ellos, porque esa mirada clara y brillante siempre hablaba con voz propia.

Sabe que basta que se miren así para que se entiendan, como lo hicieron cuatro años atrás en Brokeback Mountain, una noche, en una carpa. Una noche en la que no hicieron falta explicaciones ni palabras, sólo un cruce con esa mirada elocuente, clara como un cielo de octubre, limpio, infinito, cargado de promesas, de vida, de lealtad, de amor, de dicha. Su existencia, gris hasta ese momento, había cambiado gracias a la suplica, a la entrega y necesidad que leyó en esa mirada. Mirada que ahora, allí al pie de las escaleras, esperaba por él, otra vez.

Pero no, eso había sucedido cuatro años atrás. El mundo había cambiado, él había cambiado. Ahora estaba Alma, estaban las niñas. Tiene que serenarse. Controlarse. Abre los brazos, amistoso pero viril, sonriendo leve: y dice algo que pudo ser: Jack Twist, hijo de puta. O: puto Jack Twist (sin saber inglés, es difícil saberlo, piensa Nico). Baja las escaleras, hacía él, hacía el encuentro con su destino, intentando no pensar en lo atractivo que se ve. No. Hermoso. Jack Twist se veía hermoso. Y mientras lo espera, Jack siente que se marea de felicidad. Están uno junto al otro y es Ennis quien no aguanta más y lo abraza, con fuerza, con rudeza. El abrazo de un carajo por un camarada de armas, de pesca, o algo así. Pero Jack cierra los ojos, aferrándose a él, necesitándolo. Ennis lo siente contra sí, cálido, fornido, joven y vital, como fue cuatro años atrás, y cierra también los ojos, casi hundiendo el rostro en el cuello de Jack, percibiéndolo todo, dejándose recorrer por todas esas poderosas oleadas que lo marean. Ennis tiene que sostenerlo con fuerza, como temeroso de soltarlo y caer sin sentido, o de que Jack escape por alguna razón, alejándose nuevamente de su vida.

Nico los mira y entiende la batalla de Ennis, un tipo que quiso convencerse de que nada había pasado, que había padecido fiebre de montaña, pero que ahora ahí, con Jack, su Jack, contra el pecho, revivía todas esas emociones, toda esa pasión. Toda la necesidad que había sentido por ese tipo, y toda la alegría y placer que le había dado a su vida. Pero no sólo tú sufres, Ennis, piensa el joven en su asiento, molesto porque oye que alguien conversa y medio ríe (como una burla nerviosa de quien tiene que demostrar que eso no le impresiona). “No, Ennis, mira como tiembla Jack, porque él sí aceptó en esa montaña que te amaba, a tal grado que se entregó todo. Él tampoco ha sabido cómo vivir sin ti o cómo hacer para olvidarte. Acabaste con su paz, con su alegría, porque desde ese momento sólo podía recordar una y otra vez todo lo que quedó atrás, sabiendo que su amante, su todo, no hizo nada por retenerlo; pero lo conozco, es tan increíble que debió perdonarte hace mucho tiempo”.

El joven parece una estatua en su sillón, pensando, “seguro que él no intentó olvidar como tú, Ennis, y que cada día, cada noche revivió en su memoria los momentos juntos, atesorándolos, repitiendo tú nombre, Ennis, Ennis, Ennis del Mar, para sentirse vivo y feliz, acompañado y amado; tal vez… hombre al fin, intentó llenar su soledad con encuentros fortuitos, pero seguro que nada significaron, y que en cada rostro buscaba el tuyo. Y va a morir, Ennis, antes de que termine la cinta, va a morir y no le dijiste que lo amabas. Yo sé que lo querías y por eso te perdono, pero él no lo supo. ¿Existirá el Cielo, Ennis? ¿Dios será realmente amor como dijo el Hijo del carpintero, cómo decía aquella monja? Espero que sí, y que se encuentren otra vez en un lugar hermoso y bueno y que lo primero que le grites al verlo es que no puedes estar sin él porque lo amas. El mundo no fue bueno con ustedes, porque hubo miedo a las risitas, a las burlas, y a los que eran capaces de golpear y matar a otro porque era un marica, como si de una justificación se tratara. Pero el mundo es así, Ennis del Mar. El mundo siempre fue así. Siempre estarán los que persiguen a un negro, o a un musulmán, o a un judío, o a un extranjero, o a una mujer que sale a la calle sin un velo en su rostro, o a un marica, o…”

Ennis no tiene idea de todo lo que pudo haber sufrido Jack, pero en esos momentos cree que ningún predicamento es mayor que el suyo. Sólo aprieta más y más a Jack contra sí, mientras siente que todo gira a su alrededor, y se aferra más al otro, mareado, embriagado por unas ganas, por una urgencia que lo llenan de miedo y felicidad. De una felicidad grande, total y aterradora que lo debilita y desconcierta. Sentirse totalmente vivo era algo tan extraño para él, como desconcertante. No estaba acostumbrado a sentir, a ser feliz. Se aparta un poco y mira ese rostro añorado en momentos de debilidad, de las pocas veces cuando se permitía pensar en él en su intento por olvidar y seguir adelante. Mira esos ojos nublados de angustia, de entrega, que le gritan su amor otra vez. Ennis quiere controlarse, están en la calla, mira en todas direcciones de forma rápida, nerviosa, intentando tranquilizarse, de poner distancia. Pero no puede. Mira esa piel joven, esa cara y esos ojos donde brilla lo que es, su incondicional. Ennis recuerda su olor, su sabor y no puede contenerse más. Le atrapa el rostro y lo besa, rudo, brutal. Con su boca cubre la del otro y de forma torpe, sin ternura, lo invade. Lo besa porque lo necesita, porque si no lo hace se muere. Su carne endurece, su cuerpo arde y se siente más vivo que nunca.

Se aplasta contra él, y Jack gimotea, mirándolo de forma suplicante, agradecido, porque recobra la luz que aleja las sombras de su soledad, un sonido amado que llena una casa vacía. Retoma su lugar en el mundo bajo el sol. Estaba viviendo otra vez. Y tiene que besarlo a su vez. Se besan y esa caricia parece durar eternamente. Ennis quiere que dure toda la vida, no separarse más, pero el temor al que dirán, al que pensarán, a que los vean, se abre camino en su mente. Estaban en la calle, y Alma, su mujer, estaba arriba (si supiera). Y sus bocas se separan. Pero Jack lucha y aún lo retiene, manteniendo su frente unida a la del otro, y ese contacto, ese calor que lo derrite, detiene al tosco hombre. Quiere separarse, eran imprudentes, debían calmarse. Pero Jack no lo deja. Sigue unido a él, tocándole el rostro, frotando quedamente su frente de la suya. Y Ennis no tiene fuerzas para separarse de una vez. Ni sabe si quiere. O si puede.

Y Nico tiene los ojos empañados de lágrimas que no corren, no las deja. Su corazón está embargado con la fuerza del momento, con toda la pasión contenida que transmiten esos dos hombres que gritan con gestos, con silencios y miradas que se aman de manera intensa y desesperada, y que sólo ahora, juntos, pueden sentirse dichosos. Y Nico desea que eso dure y dure, que toda la película se vaya en eso, en ese reencuentro, en esa necesidad de uno por probar nuevamente la boca del otro. O en la montaña, cuando Ennis va por Jack a la tienda de campaña, pidiéndole perdón y buscándolo otra vez. No quiere que Aguirre aparezca y los descubra, acelerando el final de la estación. No desea que Alma se asome a esa ventana. Quiere que Ennis le cante eternamente su canción de cuna a Jack, abrazándolo por detrás, acunándolo con amor, y que Jack se quede allí, joven y hermoso, enamorado, viéndolo partir a caballo a cuidar las ovejas, sabiendo que en la tarde regresaría a su lado, a él, que tanto lo adoraba; y no años más tarde, atractivo con su bigote y panza, con mirada de pérdida cuando Ennis se marcha en el último encuentro. Nico quiere que la felicidad, la belleza y el amor duren, pero Aguirre sube, Alma se asoma y Ennis, más viejo, se aleja. Siempre pasaba, no importaba cuantas veces el muchacho viera la película, esperando que ocurriera algo totalmente distinto, que ese día sí cambiara todo y la historia fuera otra. ¡No era justo!

¡Tiene que hablar con Jack!, se dice Ennis, nervioso, mientras sube a la vivienda, seguido de un reacio Jack. Entra a la casa, necesita su chaqueta y su cartera, de pasada le dice a Alma que ese es Jack, un amigo. Y Jack la mira, todo cortado. Y Ennis no parece reparar en la palidez mortal de Alma, en su mirada de angustia, de sorpresa, de desesperación. A la mujer le quemaba lo que había visto por esa ventana, la forma en que Ennis abrazaba y besaba al tal Jack, de una forma urgida, demandante y enamorada como nunca antes había notado en él, o al menos para con ella. ¡Jack, Jack!, era un nombre que odiaba y temía ya. Pero Ennis no puede reparar en nada de eso, ¡ahí estaba Jack! Casi al salir, de prisa, le dice que va a tomar algo con su amigo, que llegará tarde, y no repara en el dolor de la mujer. No puede, porque no tiene ojos ni atención para nada más como no sea para Jack.

Ahora Nico tiene que llenar los huecos, porque lo necesita, para ser un poquito más feliz ante la escena de la cama. Jack, sonriendo levemente sorprendido y excitado cae de espaldas, sin camisa sobre la cama del motel, mientras Ennis, igual, y sin reparos, cae sobre él, fundiéndose en su calor, besándolo una y otra vez en la boca, saboreándolo, exigente. Necesitaba llenar cuatro años de besos, de mordidas, de saliva, de jugar con su lengua. Son cuatro años perdidos de tomar su aliento, de oír sus gruñidos y gemidos. Ennis lo besa, queriendo aplastarlo y atravesarlo sobre ese colchón, hasta llegarle al alma. Lo besa y lo mira sintiéndose completo, vivo, al verse reflejado en las azules pupilas del otro. Lo mira y se mira en él y tiene que besarlo otra vez, sintiéndose dolorosamente caliente y duro contra las ganas de Jack, porque tiene deseos de más.

No hablan, sólo hay miradas, sólo hay jadeos y hambre de caricias. Y mientras Jack eleva el rostro y olisquea en su hombro, Ennis recorre con su mejilla y labios el cuello y hombro de Jack. Y ese olor, ese sabor, ese calor es como lo recordaba. Era real, no había sido un sueño. No lo había imaginado. Esa piel cálida, palpita. No puede contenerse y lo besa mordelonamente en la barbilla, sintiéndola rasposa por esa eterna sombra de barba. Lo besa y repara en la sonrisa traviesa, de niño pícaro, de niño feliz que brilla en esos momentos en los ojos de Jack. Y eso le encanta, verlo así, contento. Y sus cuerpos cabalgan uno contra el otro. Y Jack cierra los ojos mientras es alzado hacia el cielo, y Ennis tiene que morderlo en la nuca para no gritar cosas que no sabe qué serán. Los brazos de Ennis rodean y aprisionan la cintura de Jack, mientras este desfallece contra su pecho, recostado de él. Y las ganas no terminan, el ardor no cede. Ennis lo desea demasiado. Y Jack sonríe con los ojos cerrados, pensando que es feliz, que no falta nada, o tal vez que Ennis dijera…

Yacen sobre la cama y la vida se ha detenido, por un instante hay paz. Jack está sobre las almohadas. Ennis está recostado de él. Fuman y miran a la nada. Por ahora no hay preocupaciones, ni problemas. No hay penas. No hubo alejamiento. No hay culpas. No hay desengaños ni amarguras de una vida dura donde no se tiene lo que un día se soñó, cuando se era muchacho y el mundo parecía más simple. Ennis se ve lejano, cerrado, pero en paz. Jack goza de su calor, de su peso contra su pecho. Es feliz, pero también está inquieto.

-¿Qué haremos ahora, Ennis? No puedo simplemente alejarme otra vez.

-¿Qué otra cosa podemos hacer, Jack? –suena monótono, opaco.

¡Amarnos, Ennis. Podríamos amarnos!, imagina Nico que piensa Jack en esos momentos. El joven está seguro de que Jack Twist espera que el otro diga que deben continuar juntos, porque sólo así están bien. Que deben seguir amándose.

-No podemos hacer nada más. –reafirma Ennis, medio volviéndose y mirándolo.

¡No, no, no!, le gritaba desde su butaca, Nico, angustiado, sintiendo otra vez un nudo en la garganta. ¿No has aprendido nada, grandísimo idiota?, siente ganas de gritarle. El joven puede recordar muy bien a Ennis todo cortado, apesadumbrado durante la despedida de Jack al bajar de la montaña, para luego sentirse morir, de impotencia y arrepentimiento en esa calleja al ver desaparecer la vieja camioneta que se llevaba a Jack de su vida. Y Nico quiere olvidar al otro Ennis, viejo y solo en su trailer, porque eso era terriblemente doloroso. Por un momento quiere soñar que esta vez será diferente, que después de ese beso de reencuentro todo será distinto. Le pasa cada vez, cada vez que Ennis bajas las escaleras y abraza a Jack para entender cuánto lo extrañó y terminar besándolo, rindiéndose a lo que siente. Nico siempre llora un poco también. Llora porque le parece maravilloso, hermoso. Pero también llora porque sabe que de ahí para abajo, todo es tormento.

-¿No deseas que vuelva? ¿No quieres volver a verme? –pregunta Jack, con voz pastosa.

Ennis mira a Jack y por un momento, Nico lo perdona. Porque en los gestos de Ennis, cerrado como es, entiende que el hombre parece suplicarle a Jack que no lo mire así, que deje de mirarlo con tanta tristeza, con tanto abandono, con tanto pesar. “No me mires así Jack, que me lastimas. Me duele y no quiero sentirme así. Sabes que no podemos hacer nada más; no habrán fiestas ni paseos para nosotros, no puedo abrazarte en un baile y besarte; no saldremos al cine ni a pasear tomados de la mano, aunque me muera de ganas por llevarte así por la vida. No podemos ir a un juego de béisbol, porque la gente notaría tu mirada de entrega, de amor, y yo no sé si soportaría estar mucho tiempo a tu lado sin tocarte, sin saciar mis ganas de acariciarte. ¿Imaginas lo que reirían o lo que intentarían hacernos los demás, todo el mundo en Wyoming o Texas? No puedo llevarte una serenata, Jack. No puedo ofrecerte rosas, ni siquiera podría tomarte las manos y consolarte con cariño si algo malo te pasara y lloraras en una calle. No puedo ir hacia ti y abrazarte y besarte, ni decirle a mis hermanos o a mis hijas, él es Jack Twist, mi vida toda, la única persona que me ha hecho feliz. Para nosotros no hay risas, Jack, no hay música, no hay poesías sobre amores posibles, tal vez sólo versos tristes; sólo angustia y miedo, a la burla, a la agresión, miedo a ver el asco en vecinos, amigos, conocidos y familiares. Es la vida, Jack. No es mi culpa. ¡Basta, por favor! No me mires así, no dejes que vea tu dolor, no me castigues más. Tu tristeza, tu carita de dolor me destroza, me hace pensar en y sí yo… Pero no puedo. Te juro que no puedo, mi dulce Jack…”

“Tiene razón, Jack”, se dice Nico. “No lo mires así. No mires con esa profundidad, con esa tristeza tan grande. Cuando lloras, cuando bañas todo el camino a la frontera con tus lágrimas de pena, me haces llorar a mí también. Me duele verte sufrir, porque no puedo ir junto a ti y decirte que ya habrá alguien más, alguien que sepa apreciar tu amor, tal vez yo mismo. No dejes que tu mirada se cuaje de lágrimas porque entonces siento que mis penas, que mis angustias son más grande. No te entregues así, tienes que protegerte. No entregues tu corazón, Jack, porque vas a sufrir”. Pero sabía que era una batalla perdida, Jack era eso, el que se entregaba.

-Quiero que vuelvas. Sabes que lo quiero. –dice al fin, Ennis, con voz ronca.

Y no dice más, aunque Nico cree entender lo que piensa: “Claro que deseo que vuelvas porque no sé si soportaría volver a perderte. Porque me asusta la vida sin ti, dejar de verte y sentirte a mi lado. Cuatro años más sin ti no es posible, puto Jack. Sólo ahora, en estos instantes, me he sentido vivo en todo este tiempo”. Pero nada dice. Sólo fuma. Pero Nico imagina que en esa escena aún hubo tiempo para que Ennis se volviera hacia Jack, notando su alegría triste, su tristeza enamorada, e impulsado por la necesidad de él, de su boca, pero también de confortarlo, lo besa. Y se besan, olvidando todo, dejando de pensar, de temer. Imagina que Ennis se estremecería nuevamente de miedo y maravilla al contactar que no había lujuria ahora, sino una dulce sensación que explicaba todo aquello que no podía decir con palabras. Los dos lo entienden, y para Ennis era terrible, aunque el frío en su corazón ya hacía rato que se había derretido.

En las penumbras del cine, donde ahora reina un silencio más respetuoso que hasta hace veinte minutos cuando todavía algunos reían con cierta burla nerviosa, Doménico se deja caer recostado, sin fuerzas, en su butaca, padeciendo algo que siempre lo aquejaba más o menos a esas altura de la cinta: empatía por Ennis del Mar, aunque sabía que no duraría hasta el final (aunque sintiera mucha pena por él). “Lo amas, Jack, y por eso sufres, porque lo extrañas, porque contemplas toda tu vida despertando sin él a tu lado, sin poder decirle que lo amas, sin tocarlo. Y duermes sin él, y a pesar de estar con tu mujer, sufres de soledad. Pero él también sufre, Jack. Para él tú eres la vida, eres lo único que alguna vez ha tenido en una existencia gris, de carencias y sin afectos. Sin familia, sin amigos, sin amores a quienes confiarse y decirles quién es, lo que siente y lo que desea en verdad, tú eras lo único que le quedaba, el que lo hacía reír, hablar y derramar unas cuantas gotas de ternura. Su vida era una prisión donde había sido recluido desde muchacho, luego una a la que se aferraba para no enfrentar el mundo, pero tú lo obligabas a salir por ratos, por eso se maravillaba con la belleza del cielo, con el calor del sol, con la caricia del viento; porque todo era nuevo para é, la vida, la belleza, la esperanza. Tú eres eso, Jack, y cuando te vayas, no le quedará nada, sólo una horrible sensación de perdida que ya jamás sería llenada, sólo tal vez por tu fantasma, cuando te invoque para sentirse todavía vivo y soportar otro día en su vida”. Sí, por un rato, hasta la despedida final, Nico puede permitirse sentir cariño por Ennis, tal vez porque Jack lo había amado con todo su ser, por lo tanto, algún mérito debía tener.

JC
……

Siempre me ha parecido extraña esa gente que proyecta en otras vidas la suya. No puedo dejar de sentir la desagradable sensación que se trata de personas solitarias que creen no vivir. Y eso debe ser doloroso.

UN GESTO AMIGO

A veces nos sorprenden. Cuando cumplí años, una amiga del otro lado del mundo me felicitó, aunque yo mismo no recordaba habérselo dicho. Y me hizo un bonito obsequio. Un espacio donde podemos conversar aunque ya no tengamos tanto tiempo para nosotros como antes. Ella con sus ocupaciones. Yo con tanta apatía de seguir cuando otras cosas terminan. Ya no caigo por su cocina para contarle que me siento miserable; no voy por las tardes al saberla en su pieza; no caemos en el sofá riendo con sarcasmo de la gente que ya no nos llama. Aunque nada de eso ocurrió en persona, fue real.

Ahora vuelve a ocurrir, M. El día parecía como todos. No lleva en la cabeza nada en especial. De pronto lo encontré sobre el escritorio. Un CD. Un regalo. Thriller. Una vez comenté que me gustó, que lo bailé. Y alguien, sin que fuera al cuento, me lo regaló. ¿Sabía que no lo tenía? No lo sé. Le preguntaré.

Una vez comentaste que te preocupaba lo que escribías, porque esas palabras decía quién eras aunque lo disfrazaras un poco. Tal vez he dicho demasiado también, ya me adivinan. Pero no quiero darle vueltas con mi egoísmo, ni sentirme obligado a corresponder. Fue un bonito regalo de una gordi linda, a quien cada día busco a la hora del café para reír. Gracias, Sonia.

JC

NOTA: No te digo, M, justo quiero subir algo y tú publicas. Ahora bajan tus entradas. Disculpa. Seguro que reviso y hay correo, ¿eh?, parrandera.

miércoles, 8 de julio de 2009

HERE I GO AGAIN



Vaya, vaquero... leo tu entrada anterior y me sorprendo una vez más de cómo podemos llegar a ser de iguales... llegué a dudar de si era una de esas entradas tuyas en las que hablas en primera persona de cosas que sienten otros (en este caso yo).

Pero, ¿ves?, siempre hay una salida, siempre hay un momento en que algo, o algiuen, te rescata del naufragio... siempre hay un momento rock que te eleva el alma.

Iba a poner la versión más 'cañera' de esta canción de Whitesnake, la que seguramente conocerás, pero en tu (nuestro) espacio esta es mucho más apropiada.

Ojo con la letra:

I don't know where I'm goin
but I sure know where I've been
hanging on the promises in songs of yesterday.
An' I've made up my mind, I ain't wasting no more time
but here I go again, here I go again.

Tho' I keep searching for an answer
I never seem to find what I'm looking for.
Oh Lord, I pray you give me strength to carry on
'cos I know what it means to walk along the lonely street of dreams.

Here I go again on my own
goin' down the only road I've ever known.
Like a drifter I was born to walk alone.
An' I've made up my mind, I ain't wasting no more time.

Just another heart in need of rescue
waiting on love's sweet charity
an' I'm gonna hold on for the rest of my days
'cos I know what it means to walk along the lonely street of dreams.

Here I go again on my own
goin' down the only road I've ever known.
Like a hobo I was born to walk alone.
An' I've made up my mind, I ain't wasting no more time
but here I go again, here I go again,
here I go again, here I go.

An' I've made up my mind, I ain't wasting no more time.

Here I go again on my own
goin' down the only road I've ever known.
Like a drifter I was born to walk alone
'cos I know what it means to walk along the lonely street of dreams.

Here I go again on my own
goin' down the only road I've ever known.
Like a drifter I was born to walk alone.
An' I've made up my mind, I ain't wasting no more time
but here I go again, here I go again,
here I go again, here I go,
here I go again

Y, a fin de cuentas, vaquero... eso es lo que nos queda, lo único que podemos hacer: seguir adelante, una y otra vez, aunque a veces nos parezca que caminamos solos.

sábado, 4 de julio de 2009

ESTOS SABADOS EN LA NOCHE

Hubo días que eran de salidas, de fiestas y reuniones. De citas. De corazones que palpitaban con la dulce expectativa de los encuentros como mariposas en la barriga. Había quienes salían de caza, atractivos, perfumados, sonrientes. Seguros de que la noche les pertenecía. Otros, con la sonrisa en los labios, esperaban a la persona indicada, aquella que en una pista oscura, atrapándola entre sus brazos, a su oído mentiras hermosas y maravillosas contaba. Enamorando. Ilusionando. Ahora únicamente miramos la pila de cosas por hacer, la casa por arreglar. El teléfono que no suena.

La noche, que mientras se acercaba nos hacia suspirar, "Descansaré, tomaré algo y miraré televisión”… termina convirtiéndose en una pesadilla donde una idea, y sólo una, da vueltas en nuestras cabezas, torturándonos: “¿Qué me pasó?”. Allí está el teclado, los “amigos” que no ves, pero a los que ahora te aferras para saber que en este mundo continúas. Pero nada. Discaste y el globo dio ocupado como dijo una vez Quino. ¿Qué esperabas? Es sábado en la noche, el tren sigue pasando, tan sólo tú lo has perdido… O eso te parece, mientras te autocompadeces. Pero mañana todo cambiará, con la llegada del día esas inquietudes olvidarás. Hasta tu próxima noche de soledad.

Pero aún en mis momentos más oscuros, sonrío recordándote, amiga; me pregunto ¿qué estarás haciendo? ¿A quiénes encantarás, en estos momentos, con su mirada? Caer y levantarse, me dijiste que a veces, a eso se resume todo.

JC

NOTA: Veo M, que tengo noticias tuyas. Te conozco, pilla, seguramente tienes un compromiso, una salida, una fiesta. Andas desatada. Ahora te leeré.

miércoles, 1 de julio de 2009

LOVER STORY EN ANKARA

Sí, ocurrió allí, en Ankara, Turquía, tierra donde las mujeres aún luchan por ser tratadas como iguales por los hombres. Y sin embargo había un hombre para quien su mujer era su vida, aunque no lo expresaba bien. Abdullah, de ochenta y tres años, estaba casado con Kubra, de ochenta y dos, desde 1945; tal vez en medio del jolgorio de un mundo que escuchaba que la Guerra había terminado. Por treinta y siete años convivieron como una pareja feliz, aunque sin hijos. Resignados a no poder tenerlos adoptaron a un sobrino; pero justo ese año sostuvieron una discusión agria y amarga, tras la cual dejaron de hablarse durante los últimos veintisiete años. Simplemente eso, no volvieron a dirigirse la palabra. Nunca. Abdullah abandonó el lecho conyugal y se mudó a una habitación del sótano de la casa, que también incluía una tienda. Ahora bien, Kubra, su mujer, murió hace poco, el 27 del mes pasado, y Abdullah quedó abatido.

Quienes lo visitaron para darle el pésame, lo encontraban perdido, lloroso, caminando por toda la casa, entrando en las habitaciones dejadas a su mujer, y donde nunca más puso un pie desde la disputa; dos horas más tarde, ese mismo día, lo encontraron sin vida. Tras los funerales de ambos, el hijo de Abdullah y Kubra, dijo a todos quienes querían saber de la triste historia: “Se querían mucho, como era sabido, pero su obstinación fue rota sólo por la muerte”. Qué lamentable. Eso creo. O pudiera ser, tal vez, que en medio de ese mundo de silencios y miradas al pasar, fueran felices. No lo sé. Uno, más tonto y dramático, cree ver a un anciano que, a la vista del cadáver de su amada Kubra y una secesión de días vacíos sin ella, decide partir también. Para ver si la alcanza.

JC
Feliz aniversario, M.

FELICIDADES

Que tú no lo recordaras cabía en los pronósticos, pero que se me haya pasado a mí....

Vaquero: en algún momento de los últimos dias hemos cumplido un año. Llevamos un año de relaciones... (algunos novios me han durado mucho menos)...

Ha hecho ya un año desde aquél dia en el que te confundí con Jacke y, por qué no confesarlo, pensé 'pues no está mal, voy a escribirle a ver si suena la flauta'...

Pero lo que de verdad me gustó de tí fue tu forma de escribir, y me sigue emocionando... Hemos compartido mucho en este tiempo, principalmente soledades, baches y miedos.. no dejamos de tener vidas bastante paralelas, aunque seamos tan diferentes... ¡quién nos lo iba a decir entonces, que en tan poco tiempo íbamos a compartir algo tan íntimo como un blog!

Pero es lógico, a fin de cuentas, tú conoces más secretos de mi alma que mucha gente... me he desnudado ante tí sin que me hiciera falta quitarme la ropa...

Vaquero, te hago una proposición: consigue engañar a alguna buena muchacha, cásate y prometo ir al convite caraqueño, beber y bailar...

Felicidades JC... Felicidades M.

;-)