martes, 31 de marzo de 2009

AMOR ETERNO





" El amor es eterno mientras dura"


Ismael Serrano-La extraña pareja. Del disco Atrapados en Azul. 1995

PREFIERO AMAR



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Y digo yo, vaquero, ¿cómo podemos llevarnos tan bien siendo tan y tan distintos?

Ya ves, aquí te traigo a otro bohemio de izquierdas, ¡qué le vamos a hacer si me gustan!

Hace un par de días cayó en mis oídos nuevamente esta canción y me anoté mentalmente que debía compartirlo aquí. El único video que he encontrado en youtube no me emociona, y por supuesto le sobra el final, peeeero es lo que hay, y a fin de cuentas lo que de verdad importa es la letra:


PREFIERO AMAR


Me dice el corazón,
que no soy de este planeta,
que cai de algun cometa
fuera de circulación
o a caso sea un clon
de algo asi como un salvaje
que articula algun lenguaje
de una extraña dimensión


Porque sucede
que entre la fe y la felonía
la herencia y la herejía
la jaura y la jauria
entre morir o matar
prefiero amor, amar
prefiero amar, prefiero amar
prefiero amor, amar

También pudiera ser
que me este volviendo loco
porque me pegó el siroco
de la brevedad del ser
y que le voy a hacer
si me falla alguna pieza
por creer que la belleza
no se rinde ante el poder
y asi sucede

que entre la fe y la felonía
la herencia y la herejía
la jaura y la jauria
entre morir o matar
prefiero amor, amar
prefiero amar, prefiero amar
prefiero amor, amar

y puestos a elegir
entre el oro y el parnaso
yo me pido ser payaso
mago, acrobata o faquir
o acaso un elixir
con orgiásticas burbujas
o la bola de las brujas
donde sueña el porvenir
porque sucede

que entre la fe y la felonía
la herencia y la herejía
la jaura y la jauria
entre morir o matar
prefiero amor, amar
prefiero amar, prefiero amar
prefiero amor, amar

miércoles, 25 de marzo de 2009

LA FRONTERA DE LOS SENTIMIENTOS

M, sigo con estas historias aunque suene cansón. Después de ver Brokeback Mountain, la segunda vez ya que la primera la odié, sufrí una crisis que podríamos llamar existencialista. Cuestioné muchos aspectos de mi vida, no sólo la afectiva. Todo. Hubo muchas cosas que yo quise hacer antes de cierta edad, como viajar a Pamplona y correr frente a los toros o ir a tirarle tomatazos a todo el mundo en la feria aquella. Y no lo hice. O no lo he hecho aún, porque ahora me encuentro seducido por la tonta idea de que debería intentarlo; mandarlo todo al coño e ir, gastando lo que tengo y lo que no. Endeudarme, trabajar y pagar lo que sea, pero ir a Pamplona. La imagen de un Ennis del Mar, viejo y arrepentido de lo no vivido frente a su armario, me persigue. Siempre me he preguntado sí todos padecemos de angustias semejantes. Todo el mundo me dice que no, pero no les creo del todo. Lo que sí puedo asegurarles es que soy un fanático, otro amigo de la hoguera. A mí esta película me dejó molesto, insatisfecho. Triste.

Y no soy el único, antes de que soñara con llevar estos blogs, había gente que escribía verdadera poesía, cosas tan hermosas que son casi dolorosas. De uno de esos grupos encontrados en la Web, leí un relato que me pareció hermoso (doloroso en ese momento en que tan sensible andaba; vaina, estaba mal), y que quiero reproducir aquí, con una adaptación a la venezolana. El sitio correspondía al blog de un tal UNANGEL, lamentablemente no recuerdo bien toda la dirección, creo que es español. Es de ese relato, FRONTERA, y de varios comentarios de sus amigos, que quiero hablarles aquí. Espero que no se molesten conmigo. Es más como un tributo a un cierto Jack que conocimos.
FRONTERA

-Deja que te quite la tristeza, gringo; déjame quererte…
...

El hombre avanza lentamente por la calleja oscura arrastrando los pies, con la vista baja, terriblemente avergonzado de verse expuesto así a las miradas insolentes de los putos que lo observan recostados de las paredes en penumbras. El caminante no quiere estar allí, se siente mal con tan sólo recorrer la calleja, pero no puede evitarlo. No quiere estar solo. No ahora, no esa noche, porque sabe que cuando finalmente se detenga lo alcanzará en oleadas grandes el dolor del rechazo, del desamor, de la crueldad del ser a quien tanto ama. Y esa noche cree que no podría resistirlo. No solo. Así que camina, alzando fugazmente la mirada, indeciso en lo que busca, engañándose a sí mismo, porque sabe bien que quiere encontrar un destello de cabellos claros, o un rostro enjuto al que pareciera costarle sonreír, una cara como tallada en madera. En las sombras, en otras caras, busca el rostro de alguien que no está allí, que no está a su lado, pero que, tal vez, en la oscuridad pueda imaginar que si, ahuyentando la pena y la soledad.

-Desea compañía… señor... –surge una voz de la oscuridad, de pronto. Una voz joven, fuerte, falsamente solícita.

El muchacho, un mexicanito muy joven a decir verdad, de actitud desafiante y ofrecida, está recostado de un muro y se endereza para que el gringo admire su postura. El joven entiende que lo sorprendió apareciendo así. El hombre no lo había visto ya que caminaba con la cabeza baja y el sombrero muy calado sobre los ojos, como si no deseara realmente ver lo que había a su alrededor. Pero el joven, sabiéndose bien parecido, comprende cuando gusta y repara en que cuando al fin lo detalla, una sonrisa leve de aceptación, y algo de azoro, aparece en ese rostro, una sonrisa jovial y amistosa que casi eclipsa con su intensidad las penumbras del rostro, mientras asintiente con la cabeza.

El joven no necesita más y comienza a caminar hacia un callejón rumbo a la pieza donde atiende sus negocios, con el hombre a su lado. El muchacho sonríe leve en las sombras, notando como otros putos le lanzan miradas de envidia. Sabía por qué: había enganchado al gringo bonito, y para los otros sólo quedaban los tipos gordos y groseros, siempre hediondos a borrachera, que se embriagaban antes de ir al callejón a atender otros asuntos. Él se había llevado el premio de la noche, el tipo joven de apariencia amable. Y eso infla su ego de muchacho, y sonríe con suficiencia… hasta que nota la distante y evaluadora mirada que el gringo bonito lanza en el camino que recorren, lleno de basura regada, o amontonada en bolsas y pipotes, que ofendían al olfato. Y eso no le gustó por alguna razón al más joven.

Cuando llegan ante una ruinosa escalera que sube, el joven le indica con el pulgar que es por ahí. Y se estremece desconcertado cuando el otro lo mira, con esos ojos azueles grandes que parecen iluminarlo todo. Es una mirada de hermandad, de reconocimiento, pero también había tristeza de un dolor viejo. Y por primera vez en mucho tiempo, el joven siente vergüenza de su vida, de su oficio, de lo que hace. Porque hay dos cosas que comprende rápidamente, que ese joven señor de rostro agradable, sonrisa hermosa y mirada limpia, cargaba su propia pena, un dolor que lo atormentaba y producía ese brillo febril de angustia en sus pupilas; y lo otro es que, aunque ese tipo andaba mal por algo, aún le alcanzaba la bondad para lamentarlo por el, para sentir algo como pena por el joven puto de dieciocho años que cada noche hacía mil veces el recorrido del callejón a las escaleras, del momento del contacto al del dinero arrojado, del fin del negocio al asco personal. En esa mirada le parece leer mil preguntas: ¿Qué lugar es este, muchacho? ¿Cómo has llegado hasta aquí, niño solitario? ¿Quién eres, muchacho? Eso lo altera de forma violenta, pero aunque quiere rebelarse y molestarse con el gringo que lo cuestiona, hay tanta bondad, inocencia y tristeza en los ojos del otro que no puede sino sentir congoja. ¿Por qué tenía que mirarlo así, carajo, como si no fuera sólo un pedazo de carne barata? Eso no le gusta.

No lo entiende, ¿por qué le afecta tanto ese tipo? Él no era ningún marica. Él los usaba, se vendía, vendía su cuerpo, pero nada más. Los odiaba. Los despreciaba, sentía rabia cuando llegaban esos tipos bravucones y sucios, que lo tocaban y lo usaban brutalmente, como si necesitaran mostrarse toscos y desdeñosos para estar con otro, con uno que se vendía. A él no le interesaba nada de eso. Les tenía asco, el acto entre hombres le parecía un pecado. Lo hacía por plata, y en cuanto tuviera suficiente se marcharía de allí, con su novia, bien lejos de la jodida y maldita frontera que acababa con esperanzas e ilusiones como sus desiertos terminaban con los que soñaban con el Paraíso del otro lado. Era por ello que el joven siempre exhibía su plan de batalla a esas alturas del negocio, frente a las escaleras: pedirle al cliente algo de beber en el bar cercano. Y generalmente lo complacían, porque eran los sabrosotes, lo que tenían plata, o porque lo querían más agradecido. Bebían y bebían y él deseaba que se rascaran y durmieran, hasta la hora de quitarle sus honorarios. Pero allí, pisando el primer escalón, duda. Duda y lo mira, y el hombre le corresponde nuevamente con esa maldita sonrisa, abierta y franca, y el joven siente que las piernas le tiemblan un poco, porque se sorprende pensando en que un tipo así debía amar suave y bonito.

-Me llamo Jack… -dice sin saber a santo de qué, el hombre.

-El pago es por adelantado. –responde ronco el joven, pragmático, queriendo sonar rapaz y mezquino. Tiene que colocar barreras, alzar muros que lo protejan. Quiere dejar bien sentado que únicamente son negocios.

Pero no es lo que siente, no es lo que desea expresar, porque mientras el tipo asiente suave, sin inmutarse, sin sorprenderse o desagradarse por sus palabras, el joven comente el error de mirar nuevamente esos ojos de frente. Y sí, había aceptación a lo que pedía. Pero también había tristeza, mucha, tal vez por sus palabras, u otras palabras que alguien le dirigiera ya. “¿Qué tienes, gringo guapo? ¿Por qué te ves tan triste? ¡Coño, no me veas así!”, no puede dejar de pensar el joven, asustándose. No, debe poner distancia entre esa mirada azul, azul cielo infinito, azul lago profundo, sin fin. Pero la mirada estaba allí, la de un tipo joven, Jack, que deseaba sumergirse en el deseo de la carne, pero también escapar de algo que lo torturaba. Y el muchacho sabe que se pierde, que ya no entiende lo que siente o lo que hace. Ahora sólo piensa en tenerlo desnudo para él, al alcance de sus manos, quiere recorrer con sus dedos cada pedazo de la piel de ese otro hombre, quiere sofocarse bajo su peso, quiere bañarse con el sudor que brotará de sus poros, y con espanto, admite que haría lo que fuera, iría tras ese tipo a dónde le dijera, si pudiera borrar esa melancolía de sus ojos. Se siente tembloroso mientras suben a la pieza, embargado por la urgente necesidad de tener a ese otro carajo para sí.

Pero el joven ya lleva muchas noches recorridas desde el callejón a su pieza y sabe cómo terminará todo. El atractivo gringo lo usará, se saciará en él y luego lo hará sentirse basura, y él suspiraría de alivio cuando lo viera salir por la puerta. Él sabía que una vez dentro del cuarto, Jack sería desagradable, lo degradaría haciéndole notar que no era nada, sólo carne de alquiler. Un cuerpo que estaba ahí para ser usado. Un cero a la izquierda de la humanidad. Nada. Y cuando el dinero cayera sobre la mesita, la cama o al piso, como algunos hacían, la mirada de horrible victoria que leería en esos ojos le diría sin palabras: ¿Esto es lo que vales? ¿Es esto lo que tengo que pagar para volver a hacer contigo lo que me de la gana? Coño, qué vida tan mierda llevas, muchacho.

-¿Cómo le gusta, señor? ¿Arriba o…? –no puede evitar decir, con rencor, cuando la puerta se cierra a sus espaldas, mirando al otro hombre. Pero en aquel Jack de sonrisa jovial y tímida, de ojos hermosos, de facciones agradables, sólo puede leer algo de vergüenza. Pero parecía más una vergüenza de sí mismo, que por el joven puto. Nota que hay deseo en aquel tipo, pero también angustia, como si le costara estar allí, como si lo que más deseara en este mundo era encontrarse en otro lugar y con otra persona, alguien a quien necesitaba tanto que aún allí, en esa pieza, frente a un puto, podía sentir cerca. Y el joven se estremece otra vez: “¿Qué pasa, gringo? Deja tu tristeza, coño. Deja que yo te borre esa pena del alma”.

-¿Sabes?, de momento no quiero hacer nada más como no sea echar un sueñito. Será algo rápido, te lo juro. No voy a robarte todo tu tiempo. –le sonríe entre apenado y suplicante, como si lo necesitara en verdad.- Quiero dormir… abrazado a alguien. Necesito hacerlo. Quiero que apagues la luz, nos metamos a la cama y que yo te abrace y…

El joven, intentado ser desdeñoso, se encoge de hombros. Y lo observa mientras se quita el sombrero, la camisa y las botas, para luego salir del pantalón. Lo mira hipnotizado. No era un tipo grande o musculoso, pero era un carajo fuerte, de cuerpo extraño, que parecía marfileño a la parpadeante luz del anuncio de neón al frente de la ventana. Era un cuerpo atractivo, y el joven se pregunta cuántos, y quiénes, más lo habrían visto haciendo eso, pareciéndole que era el sujeto más guapo del mundo. Era un tipo del que alguien podría enamorarse, se dice asustado, ignorando que una vez, hace algunos años, otro hombre joven lo había visto así, semidesnudo a la rojiza luz de una hoguera, esperándolo con anhelo, entregándosele con ternura. Ignora que ese otro también se había enamorado. El joven nota como el gringo va al camastro y se mete bajo las sábanas, sin preocuparse de lo estrecho que es, de lo delgado del colchón, del olor a rancio y sudor viejo que emanaba de él.

-¿Vienes? –pregunta al fin, Jack, desde la cama, esperándolo.

El joven lo hace a toda prisa, perdida su mirada en dos puntos azules que iluminan su camino. Se desviste con afán por entrar al lecho, preguntándose en qué momento perdió su objetividad y profesionalismo. Apaga la luz y se mete a la cama a su lado, y por un momento no ocurre nada más. Están allí, en la oscuridad, silenciosos y sin moverse. “¿Qué pasa, gringo, por que no te mueves? ¿No viniste a esto? ¿No querías mi cuerpo?”, se pregunta atormentado el joven, sintiéndose agitado, excitado y listo para actuar, costándole controlar la respiración para que ese otro tipo no sepa que lo desea. Finalmente se tiende hacia Jack y lo medio hala hasta que sus cuerpos chocan. Y Jack estaba calentito, vital. Los cuerpos se pegan, los brazos se enlazan y nada más. Por un momento, sabiéndose ya perdido por alguna razón, el joven recuerda el momento exacto en el cual, al ir por el callejón, deseó salir corriendo alejándose de ese hombre de sonrisa dulce y mirada hermosa. Escapando.

Yacen desnudos y no pasa nada. Transcurre un segundo, un minuto, una eternidad… y el hombre de mirada intensa cierra los ojos con fuerza, como para no ver lo que hace ni el lugar donde está. “Dios mío, que él nunca se entere, porque me moriré si veo el asco o el repudio en sus ojos. Que nunca se entere de lo que hago, Señor, porque no sabré explicarle que no lo hago porque esté caliente o lleno de rabia. Juro que no. Es que siento que me ahogo, que necesito aire, que necesito a alguien que me saque a flote y no me deje morir. No te engaño, Ennis, no te ensucio, soy yo quien lo sufrirá, porque soy quien traiciona lo que ama. Pero tenía que escapar del dolor, de ti y de esa carretera donde estabas con tus hijas. De esa carretera donde fui a buscarte sintiendo que se me iba a reventar el corazón de esperanza, de alegría y de amor cuando supe que te habías divorciado al fin. Pensando… no se qué pensé. Que tal vez me dirías: ahora estaremos juntos, quédate conmigo, te necesito, Jack… Pero sólo encontré tu crueldad. Huí a este lugar porque necesito sentir que alguien me quiere, aunque sea fingido. Lo hago porque necesito sobrevivir hasta la próxima vez que te vea y hagas un gesto que indique que no quieres que me vaya. Entonces estaré otra vez a tus pies, adorándote, esperando que digas… lo que nunca dirás. Necesito sobrevivir hasta ese momento, y si hubiera estado solo está moche, sé que algo terrible habría pasado, y ya no habría esa próxima vez. Te lo juro Dios, te lo juro Ennis…”.

Silencio. Sólo hay silencio, pero el joven entiende que algo muy grave le ocurre al gringo. Lo siente en el sofoco de su respiración, que cae directamente sobre su cara, de lo juntos que están. Es por ello que cuando la primera gota ardiente y salada rueda por esa mejilla, ensombrecida por una rala barba que parece jamás desaparecerá del todo, ésta cae sobre la comisura de los labios del joven puto que se estremece, sintiéndose mareado, asustado y maravillado. Con la punta de la lengua, amparado en las penumbras, la recoge y la toma, encontrándola parecida al agua de mar.

-¿Está bien, señor?

Jack no responde, sólo abre los ojos cuajados de lágrimas y rueda, hasta que su barbilla y mejilla izquierda caen sobre el pecho del joven, donde se tensa y tiene que contener un sollozo feo que le sale del alma, estremeciéndolo todo. Es un sollozo ahogado, silencioso. No hay gemidos ni batuqueos, porque es el llanto de un hombre duro, de uno que siempre oyó que los hombres no lloran, y muchos menos por otro carajo. No, no estaba bien el gringo guapo. ¿Cómo estarlo si no yacía junto a la persona que más amaba en la vida, y que lo había rechazado una vez más con sus desplantes, como si se burlara de sus sentimientos? ¿Cómo iba a estar bien si le costaba respirar o pensar, o contener esa tristeza que lo estaba matando, esa tristeza que lo quemaba de tanto extrañar al otro, una tristeza que le dolía tanto? No, no podía estar bien, y no lo estaría hasta que volviera a estar así junto a él, sintiendo su corazón latir contra el suyo, su piel contra su piel, sus brazos rodeándolo, haciéndole creer que nunca nada malo podría sucederles mientras estuvieran juntos. No, él solo volvería a estar bien hasta que un beso de amor, de Ennis, lo elevara otra vez hasta las cumbres del Cielo. No, no estaba bien en esos momentos y por eso se abraza al puto, escondiendo la cara en su pecho, conteniendo el llanto por otro hombre; es la viva imagen del débil marica, piensa, como lo acusaría su padre si supiera.

El joven siente como ese carajo lo abraza con más fuerzas, como se estremece todo, en un llanto sin sonido, como lo baña con sus lágrimas, y él también siente ganas de llorar. No puede hacer nada más que bajar la barbillas y apoyarla en la negra cabellera del tipo, de ese tipo que iba volviéndosele demasiado importante ya. Se quedan silenciosos y quietos, pero por alguna razón ajena, el muchacho ahora más que nunca es conciente de la horrible pieza donde está, sin cristales en la ventana, de la cama vieja que cruje y hiede, de la luz de neón barato que los iluminas. Todo era horrible en esa pieza menos aquel tipo cálido que lloraba de amor. Porque el joven no se engaña. Aquel tipo estaba sufriendo, sufriendo mucho, porque había amado demasiado. Y siente dolor, un dolor que no entiende hasta que no lo reconoce como odio y celos. Odia al otro tipo que no está allí de cuerpo más sí en espíritu, porque tiene que ser otro tipo, quien lastimó al gringo. Lo odia terriblemente. Y celos porque le da rabia que el gringo llore y sufra por él. “No llores gringo. Deja de llorar. Deja de sufrir. Deja que yo te ame. Deja que yo te quite ese dolor. Déjame, gringo, y haré que olvides y que tengas paz. Déjame, y te borro toda esa tristeza del alma. No sufras por quien no se lo merece. ¿Quién podría no quererte, gringo? Sólo un maldito, sólo alguien que ya está maldito. No sufras por él, gringo. No llores más”.

“¿Dónde estás ahora?”, cruza por la mente del otro hombre.

El calor sofoca dentro de la habitación y comienzan a sudar sin haberse movido. Y el hombre sigue quieto, con el rostro pegado al pecho del joven. Y el otro no aguanta más. “Deja de llorar, maldita sea. Mírame. Vuelve conmigo a esta cama. Deja de vagar por esos corredores de dolor, gringo”, se dice con celos e impotencia. Quería que ese tipo dejara de sentirse mal para verle otra sonrisa tonta y bella, quería verse en su mirada otra vez, en esos ojos azules grandes y expresivos, que debían saber como decir, sin palabras, te amo. Se estremece asustado, sorprendido y gozoso de lo que padece en esos momentos. Poco antes esa noche había considerado no salir hasta después de las once, y de ser así no habría conocido al gringo, y no sabe si hubiera sido mejor o no; pero ahora era feliz. Asustadamente feliz de haber ido y encontrarlo, y tenerlo allí. Deseaba, como no había querido otra cosa en la vida, consolarlo, tomarse todas sus lágrimas y verlo sonreír otra vez. Está totalmente seducido por ese hombre al que intuye fuerte, apasionado y entregado. También entiende que Jack no está allí buscando un rato de solaz, de sexo, de carne contra carne. No está ahí escapando por calentorro o por vengarse de nadie. Ese tipo había llegado buscando algo que pareciera ternura de lejos. Amor, aunque no fuera real. Y él iba a dárselo si podía apartar de sí la tristeza y rabia que iban invadiéndolo mientras el otro lloraba. Es en ese momento cuando el hombre levanta el rostro, se pasa una mano por los ojos, apartando lo que puede y le sonríe otra vez, pidiéndole perdón, como avergonzado de su extrema mariconería, pero agradecido también. Y el joven siente que el mundo se pone azul, que su vida ahora tenía el azul también. El azul de esa mirada que era capaz de hechizar, enamorar y de robar la paz.

-Gracias… -susurra en su mal español, y el joven se asusta por un momento.

-Ah, no, gringo. Nada de eso. –casi le reclama, presintiendo una despedida en el aire. Le toma el rostro entre las manos y, desde su propio punto de vista hasta hace media hora, hace algo terrible y monstruoso: su boca busca y atrapa la del lloroso gringo, que aún tiembla un poco.

Lo besa y piensa que ya nada más importa. Y cuando la lengua del otro responde, tímidamente, siente que alcanza la gloria. Y tal vez así sea realmente. Por un rato el mundo ha dejado de existir. Algo había acabado, algo comenzaba. El joven se revuelve contra ese hombre y nada más ocupa su mente. Es comprensible. Es muy joven y por eso podía desear con tanta locura a ese otro tipo, queriendo tenerlo para si. Es tan joven que podía brindar cariño y ternura todavía, porque su corazón aún no era una cáscara vacía ni una piedra tirada en el camino. Y es tan joven que podía darse el lujo de ser egoísta, terriblemente egoísta, y pensar que sólo ellos dos contaban en esos momentos. Ni por un segundo cruza por su mente que alguien más podría estar sufriendo en ese instante, una tercera persona.

No sabe que aún a esas horas, un hombre delgado de cabellos claros, de rostro enjuto como tallado en madera, mira con pesar infinito hacia una larga y oscura carretera que parecía alejar algo de su vida. Ese hombre no puede olvidar que nuevamente ha dejado escapar a la persona que más ama en el mundo aunque nunca ha podido decírselo. Y que sufre al recordar la última mirada, dolida y algo llorosa ya, de esos ojos azules que se alejaban defraudados una vez más, reclamándole sin palabras, con un dolor muy vivo, preguntándole sin voz: ¿cómo puedes lastimarme tanto? Le duele, le duele saber que los dos meses que faltan para verse nuevamente son largos, y que esos días de tenerlo a su lado escaparán como agua entre sus dedos, de prisa, sin piedad, mientras él, rumiando malhumorado, deseará que dure una eternidad. Incluso le duele saber que dentro de dos meses no encontrará odio, rencor o resentimientos en esos enormes ojos, sino que verá otra vez el amor brillar en ellos, el perdón, la comprensión y el secreto deseo, y esperanza, de oírle decir: te extrañé mucho, Jack.

Ennis desea que el tiempo vuele para sentir nuevamente el calor de su Jack, su cuerpo; para perderse en sus ojos, abrazándolo y besándolo, gritándole con todo su ser lo que la necia boca se negaba a transmitir, que no puede seguir adelante sin él. Y siente rabia y dolor, porque sabe que en cuanto estén juntos otra vez, ya estarán despidiéndose nuevamente. Siente rabia contra el mundo que lo aleja de su amor. Odia su miedo a la burla, al escarnio, al que dirán, que le hizo ser cruel con Jack cuando aquella camioneta pasaba por la carretera y él temió que otros los vieran e imaginaran algo raro. Odia y maldice al padre que lo llevó a ver a ese muerto en una zanja. Maldice el que no se pueda retroceder el reloj y volver a ser el muchacho que no hablaba, tímido, y conocer nuevamente a ese alegre y bonito tipo que lo mareaba, lo enloquecía y que una noche le entregó su amor, sin palabras, sin esperar nada, sólo porque lo deseaba; Dios, cómo deseaba regresar a ese año, a esa montaña, cuando fue realmente feliz.

La noche es oscura, pero sus miedos son más negros. ¿Y sí no volvía? ¿Y sí se cansaba de ser defraudado una y otra vez? ¿Y sí una tarde llegaba al punto de reunión y Jack jamás aparecía? La piel se le eriza feamente sólo de imaginarlo. Él podía resolver eso fácilmente, ¿y sí le decía que si, que se fueran juntos y así pudieran dormir cada noche abrazados, en una cama grande, y despertar y besarse, y amarse sin miedo a ser vistos o juzgados al salir de un lugar? ¿Y sí…? Pero sabe que no lo hará, nunca podría. Y su mirada se cuaja de lágrimas, que ruedan con esfuerzo por sus mejillas, silenciosas. Son lágrimas amargas, que lo queman, porque no tienen consuelo. Llora porque nadie está ahí, porque nadie puede presenciar su debilidad, su amor, su angustia. Tampoco hay nadie allí que lo toque, lo conforte o le diga que todo pasará. No hay nadie que le tenga piedad, piedad que ni él mismo se permite para sí o para el hombre que ama. No hay un joven puto que se encandile con él, ni una ex mujer que sólo lo miraría con asco si le contara, ni unas hijas pequeñas. Está solo, y mientras mira hacia la carretera, se pregunta: “¿Dónde estarás ahora?”, y las lágrimas bajan, pocas, saladas, con desconsuelo. Para él no hay nadie que pregunte: ¿está bien, señor...?

Julio César.

domingo, 22 de marzo de 2009

CATALANADAS

El próximo domingo, Dios mediante, voy de calçotada.

Cuando se lo comenté a JC me encontré con la dificultad de describirle qué narices era una calçotada... y él insistía 'estas cosas me interesan mucho, gitana, cuéntame'.

Así que pregunté a la familia qué tipo de verdura era un calçot.¿cómo se traduce al castellano?... y se hizo el silencio general. Tuvimos un 'brain-storm' sobre el tema, y acabé llegando a la conclusión de que no es más que un tipo de cebolla dulce, pero que se cultiva de una forma especial, 'calzada' con otras cebollas, se plantan en manojos de manera que adquieren la forma similar a un puerro.

La gracia de la calçotada está en la forma en que se come...¡y en la salsa!... no explicaré ahora cómo se hace la dichosa salsa de calçots (esa si que se que en castellano la llaman salsa romesco) pero hay verdaderas competiciones en mi familia por quién la hace mejor... lleva verduras asadas, frutos secos... y el calçot, asado a la brasa, se pela quitándole la capa quemada, se moja en la salsa y se come de esta guisa:



Como se puede apreciar en la imagen, incluso se ponen baberos para no mancharse demasiado... y se acompañan de cantidades industriales de carne asada, cava de la tierra, o vino en porrón...

¿qué qué es el porrón?.... uiss... mejor no lo explico, pongo otra foto:



Y, por supuesto, no puede faltar el pan con tomate, la gran aportación de la cultura catalana al mundo, casi al mismo nivel que Dalí o tantos otros.

MALES Y REMEDIOS



Estoy contenta, muy contenta.
Ayer fui a visitar a una de esas personas a las que me gusta acudir, ya lo sabes. Una mujer de edad indefinida, supongo que entre los 50 y los 60. Tiene una deficiencia física: es sorda, y dicen que eso le ayudó o le forzó a desarrollar más otros sentidos. Me la recomendaron hablándome de su gran capacidad para descubrir, sólo tocando, sólo masajeando, qué partes de tu cuerpo fallan y qué es lo que les ocurre.
Pruebo casi todas las cosas nueva de este tipo que me recomiendan. No cualquiera, sólo las que me ofrecen una cierta seriedad.
Y allí que me fui, madrugando un sábado por la mañana para llegar a la cita a casi 100 kilómetros de mi casa.
Cuando entré en esa sala, me sorprendí. Esperaba algo más acorde con los especialistas que había conocido hasta ahora. Algo más 'zen'. Quizás una luz más ténue, olor a incienso... no había nada de eso. En su lugar un cuarto muy pequeñito, con una temperatura excesivamente alta por la calefacción que enfocaba directamente a la camilla.
Y empezamos a hablar.
R me tomó de la mano, me miraba fijamente a los labios para entenderme y aún así a veces no lo lograba. Me hizo preguntas sobre por qué estaba allí, y le fui sincera:
- 'Tengo multitud de pequeños o grandes problemas de salud, pero si te debo ser sincera, y por muy tonto que parezca, lo primero que quiero solucionar es mi sobre-peso, esta barriga que no para de crecer y que sólo consigo frenar haciendo régimen, pero no logro bajar'
Le hablé también de mi vista. Y ahí quedaron todas mis explicaciones.
Sus preguntas iban más orientadas a mi nivel emocional. Hablé de mis parejas, de mis ganas truncadas de darle un hermano a Sara... pronto me dijo que no creía que yo tuviera ningún problema físico, 'creo que a tu cuerpo no le pasa nada'. Y eso, lejos de aliviarme me angustió. Porque ya no puedo hacer más por mi alma. Estoy tremendamente cansada de intentar ser más feliz... mi cuerpo hace tiempo que no es mío, que actúa como quiere, y que me boicotea la vida. Y eso nadie lo comprende. En esas circunstancias que te digan que no hay solución física a lo tuyo no es motivo de alegría.
Creí que me iba a hablar de embarazos psicológicos o cosas similares. No lo hizo.
Pero todo cambió cuando empezó con el masaje... rápidamente... no creo que hubieran pasado ni cinco minutos cuando me dijo ' estás tremendamente rígida... tu cuerpo está cerrado'... y casi me hundo, porque estoy harta de oír que debo abrirme más, que hasta que no consiga ser más permeable al mundo, el mundo no querrá entrar en mí... pero no me dan pistas que me funcionen sobre cómo lograrlo.
Y en menos de otros cinco minutos, de palpar varias zonas de mi cuerpo, de tocar puntos que dolían sólo con una ligera presión, pronunció la palabra mágica: reúma.
Era la primera vez que me lo decía alguien... pero todas las piezas del puzzle cayeron una tras otra... tuve otro momento de lucidez, de esos que he tenido varias veces en mi vida, como culminaciones a tanto buscar soluciones... cuando ya has abandonado la lucha.
He luchado años por dominar mi mente, por entenderme, a mí y a mi alma, creyendo que todo lo físico tenía únicamente una explicación emocional... y cuando tiro la toalla y decido cuidar mi cuerpo, buscar salidas....¡¡todo cuadra!!
Reúma, pero no sólo de huesos. Reúma generalizado, que afecta a todos mis órganos, que hace que nada en mi cuerpo funcione realmente como debiera...
Y mientras ella me va desgranando síntomas, yo asiento con la cabeza, mirándola como si se me hubiera aparecido la Virgen, porque por fin alguien me escucha y me entiende... qué ironía ¡alguien sordo!
Me mencionó males que yo no le habría ni comentado: todos relacionados con lo mismo. Cosas que llevan ahí años, que yo había asumido como una molestia.... me reconoció que no puedo hacer régimen por dos motivos: porque no serviría casi de nada y porque mi cuerpo no se lo puede permitir.
No serviría de nada porque mis sistemas no están funcionando bien, y no reaccionan como los de un cuerpo totalmente sano. Y no me lo puedo permitir porque mi energía vital es tan escasa que cualquier restricción me llevaría a estar mucho peor.
Por lo mismo no puedo hacer ejercicio. Lloré... alguien, por fin, no me mira como a una perezosa que no quiere forzar su cuerpo, alguien entiende que yo me quedo mirando la clase de fitness del gimnasio pensando 'quién pudiera hacer algo similar', y que nunca entro, porque sabía que no podía... porque me encuentro mal, rematadamente mal cuando fuerzo mi cuerpo.
Se me podría leer pensando que soy un ser extraño (o algo peor) que se alegra de que le hayan dscubierto una fibromialgia, o una reumatitis generalizada, llámalo como quieras, o un síndrome de fatiga crónica... Pero por eso lo cuento aquí, y no en mi otro blog, el 'público', porque estoy harta de sentirme juzgada y de dar explicaciones.
Y si, salí de allí llorando, y muy feliz. Ponerle un nombre a un problema te abre las puertas para conseguirle soluciones.
R me asegura que podemos mejorar mucho, empezando símplemente con unas sales minerales y un par de pautas muy simples.
Yo ya sueño con recuperar mis energías, con volver a dormir y levantarme descansada, con poder llevar adelante mi casa como hace tiempo no puedo. Y mientras tanto ya no me martirizo si en medio de mi limpieza semanal me siento a escribir un rato al ordenador y al final la tarea se queda pendiente, porque ahora empiezo a entenderme.
Y entenderme es el primer paso para quererme. El segundo son unas sales minerales.

sábado, 21 de marzo de 2009

CAE LA TARDE

El sol declina y la noche se insinúa al fin en nuestros corazones. Terminará la jornada y nos entregaremos al reposo, a las llamadas telefónicas, a las visitas gratas de gente que disfruta la compañía. Los jóvenes amantes tienen el compromiso de ir a casa de la persona amada, de jurar que quieren y adoran por encima de todas las cosas. Las pasiones maduras se consuelan, con un suspiro que nace en el alma, con la llegada del descanso. Tal vez halla una sorpresa de última hora, y ella escuche de sus labios: “vamos a salir, mi amor, a hacer cualquier cosa”. Y será grato, como puede serlo también yacer sin nada que hacer, uno junto al otro.

Sin embargo, temo este anochecer, este sábado de marzo que casi termina. En mi casa falta algo, mi vida no está completa. No importa cuanto lo retarde en reuniones, en medio de risas y brindis, en coqueteos que sé a nada llegarán, porque no me entregaré; y del ojo que me aprecia, de aquel al que no escapa mi aflicción, llegará la pregunta: “¿qué pasa?”. Nada; esa será la respuesta, la respuesta de siempre. Pero no estoy contento porque al final de la velada me espera una casa vacía.

Y allí, cuando llegue el momento de ir a la cama, extrañaré tu risa, desearé mirarte; querré tenerte cerca para tomar tus manos y que oprimas las mías consolándome con el amor que de ti sale. Cerraré mis ojos e intentaré evocarte como un día, años ya, te soñé por primera vez. Me sentiré solo esperando tu abrazo, perdido añorando tu llamada. Con un dolor mío del que no hablo, del que nadie sabe; te echaré de menos como siempre… sabiendo que lo peor de todo es que no sé quién eres, nunca te he visto, jamás a mi vida has llegado por más que te he esperado y que en mil rostros te he buscado. Extraño y sufro por un cariño que nunca fue.

Larga será la noche, y mientras vaya cayendo en un sueño sin sueños ni reparador, me prometeré una vez más que mañana, pase lo que pase, como dice la canción: salgo a buscar el amor.

Julio César.

miércoles, 18 de marzo de 2009

CUANDO LA FIESTA ACABA…

Cuando todo acaba, comienza el pesar.
……

-¿Qué pasa? –preguntas al fin, sin ninguna razón en concreto, por todas las inquietudes presente.

-Nada. –responde con calma. A veces te mira con extrañeza, o alza un hombro. O sonríe. Pero la alegría no llega a su mirada.

Sientes frío, y no sabes por qué, pero también tristeza. Vuelves a ser un muchacho aquel que a los diecisiete años tenía los mejores amigos del mundo, que bailaba y bebía, que se lanzaba en todos los brazos posible, sin pensar en crecer, ni evolucionar. Tan sólo estar. Y es diciembre, ese diciembre antes de la graduación. Y todos ríen más ese día, el baile es más frenético, se toma con locura. Estás bien y eres feliz, hasta que alguien, un amigo o una chica reilona y bonita, dice “bueno, me voy”. Y te niegas, “no, ¿por qué?, es temprano todavía, todavía no es hora”, rodeado de otras voces que piden lo mismo. Intentas que desistan, que se queden porque… en ese momento todo era perfecto, pero sabes que en cuanto el primero parta se irán otros, algunos se despedirán, otros desaparecerán y ni cuenta te darás. Se alejarán. No estarán allí. Y no sabes si un día volverás a verlos, porque el tiempo del muchacho está por terminar.

Los quieres, son tuyos, tu gente, pero si se van (a otra escuela, otra ciudad, otro país) te dolerá. ¿Sabes por qué? Porque la fiesta terminó, el tiempo de feliz existencia, sin exigencias, sin pesares. La fiesta acaba y debes continuar. Lo haces y sepultas tu tristeza porque parece exagerada, y porque como eres un muchacho tienes la esperanza y la promesa de un mundo para ti. La vida apenas comienza, sabes que habrán muchas otras fiestas… hasta que un día te detengas y recuerdes aquella, preguntándote por qué duele ahora, por qué la extrañas. Es porque todo terminó mucho antes de que pudieras entenderlo. Muchos no comprenden que, aunque vuelvan a estar juntos, ya nada será igual. Un momento estabas bien, al otro sabes que llegan las despedidas. Feliz aquel que jamás extraña, quien jamás recuerda. Dichoso el que quiere a la medida, para él será tan sólo una despedida más. ¿Cuándo vuelves a tener amigos como los que tenías a los quince, M? ¿En dónde terminan todos esos afectos? ¿Acaso desaparecen y terminan donde acaban los calcetines perdidos o los lapiceros extraviados? ¿Cuándo termina todo?

-¿Qué pasa? –¿será ese el punto de partida?

JC

MI QUERIDA M, YA ME ASUSTAS

Debo comenzar con una frase que todos los que me conocen odian, y que jamás he utilizado por escrito: ¡por Satanás!

Una vez, cuando escribí que pasaba por un momento malo y encontré un comentario-saludo tuyo en mi blog, te dije que había sido como un rayo de sol, que era extraña la sincronía de encontrarlo justo en ese momento, y que tal vez los amigos se llamaban sin darse cuenta, sin hacerlo realmente, y que los otros “lo escuchan”. Dijiste que nada era casual, que cruzar una habitación y oír en la radio la canción cuya letra dice lo que necesitas, no era azar.

Te creí y no te creí. Pero esto ya raya en lo absurdo. Temprano decidí subir algo al blog pero antes pasé por el correo para ver si habían noticias tuya. Nada. Te imaginé de viaje. Ahora entro y te encuentro, y con una entrada cuyo título utilizo a mitad de mi cuento. Y pareces sufrir del mismo ánimo que padezco.

Entiendo tu tristeza por esos amigos desaparecidos, por la chica enferma. Hace tiempo me escribía, y leíamos nuestros blog, con Galca, de España, y Arquímedes, de El Salvador. Escribían cosas sencillas y hermosas, tenían (deben tener, tienen) almas de poetas. Seguro te habrían agradado. Pero un día dejaron de escribir. Deje mensajes, pregunté qué hacía, dónde estaban… y nada.

Claro que te recordaría si dejaras de escribir, siempre me preguntaría dónde estará mi amiga curiosa, inteligente, amena y terriblemente cariñosa. No te imaginaría bajo las ruedas de un camión, tal vez cazando a los últimos osos polares o algo así, pero bien. En la tierra de Nunca Pasa Nada, donde uno espera terminen todos los que quiere.

Caramba, todavía no salgo de mi sorpresa. Un besote, amiga,

JC

martes, 17 de marzo de 2009

¿A DÓNDE IRÁN?

Una canción de Víctor Manuel dice algo así como 'a dónde irán los besos que guardamos, que no damos'. Es una preciosa letra que habla de oportunidades desperdiciadas, pero yo la tomé por el lado más práctico... ¿dónde quedan realmente esas energías que casi, casi... casi nacen?

Y siendo más práctica todavía... ¿dónde van a parar los rastros de la gente que desaparece de internet?

Hace unos meses contacté con una chica especial, muy enferma, afectada por un mal que le hacía tener terribles dolores. Intercambiamos varios mails. Nos entendíamos, o eso parecía. En mi vida ha habido grandes relaciones de amistad que se iniciaron de una forma similar.

Ella un buen día desapareció. Dejó de contestarme. Dejó de publicar en su blog.

No la llegué a conocer tanto como para tener certezas. Albergo la esperanza de que simplemente decidiera abandonar el mundo cibernético, o quizás fuera una desaparición voluntaria, simplemente se cansó de mí (¿por qué no?) pero.....

A principios de año también me llevé un buen susto por J.C., él tuvo unos problemas de salud que, (sospecho que unidos a sus bajones de las épocas navideñas y algún que otro lío de faldas) le mantuvieron lejos del ordenador durante lo que a mí me pareció un tiempo lo suficientemente largo como para preocuparme. Le escribí un par de mails que no contestó. Y me seguí preocupando.

Finalmente, evidentemente, reapareció salvo y casi sano.

Pero eso me hizo darme cuenta, una vez más, de lo 'frágiles' que somos. Y de cómo he construído mi vida de los últimos meses alrededor de un humo cibernético: No tenía ni un solo teléfono, ni una sola persona de contacto a la que preguntarle '¿sabes algo de JC?'. Lo mismo me ha ocurrido con esa otra chica.

Y a la inversa.. si un día dejo de escribir en mis blogs, de contestar a los mails... varios amigos no sabrán qué fue de mí, si me tocó el euromillón o me atropelló un ferrocarril.
Y todavía más inquietante: ¿qué ocurrirá con mis blogs cuando yo no esté?. Por este en el que escribo ahora no sufro, JC continuaría, seguramente aún más negativo sin nadie que le compense, pero continuaría. Pero ¿qué ocurriría con el resto? ¿me sobrevivirían?
He oído decir que hay perfiles de facebook y blogs que son visitados por los amigos de una persona que ya no está, que le dejan nota, mensajes póstumos... los utilizan para sentir que siguen en contacto. Precioso y a la vez aterrador.
Por si acaso, yo haré un esfuerzo y prometo que el día que tenga que marchar seguiré escribiendo... quién sabe... quizás entonces tenga todavía más cosas que contar...

sábado, 14 de marzo de 2009

LA MONTAÑA QUE DABA INSOMNIO


¿Puede dudarse que sea amor?
......

Duda en si colocar esto o no; ya lo he usado en otras páginas, pero creo que para mí todo comenzó por aquí. Que me disculpe M, pero si tengo un espacio que habla de vaqueros enamorados, imaginarán que ni inmoral es hacerlo. Como les dije, por allá en el 2007, estaba viviendo yo una verdadera crisis emocional. Todo lo que esperaba un día no se había dado. No como lo deseaba. Y situaciones que creí estable, estallaron. Por mi culpa. Lo sabía, pero eso no remediaba nada. Fue con ese ánimo que fui al cine a ver Brokeback Mountain (El Secreto en la Montaña).

Cuando fui a verla con un grupo de amigos y colegas del trabajo (de vez en cuando salimos a comer o tomar algo para pasar un buen rato, cosa que no es extraña, a veces se pasa más tiempo con ellos que con la misma familia), me resistí a ir. Me hacía el duro sobre el ir a ver a los dos maricones esos, como creo que hizo y dijo todo hombre venezolano de la boca para afuera, aunque deseara mucho ver la película. No estamos tan lejos en el tiempo del Wyoming del sesenta y tres, y cada uno tiene que guardar ciertas apariencias, sobretodo con las amigas. Pero a decir verdad, deseaba ir. Siendo sinceros, la promoción del romance homosexual entre dos vaqueros era lo suficientemente escandalosa como para resultar atractiva. Fui. La vi… y me molesté mucho.

Me sentí desconcertado al ver a tanta gente afectada, incluidos hombres que iban con sus mujeres, aunque intentaban parecer duros, pero era fácil verles… esa angustia extraña en los ojos, al terminar la función. Alicia, una querida amiga, lloraba todavía mientras nos íbamos. Yo no lloré, ni me sentí conmovido. Estaba como seco, paralizado al respecto. Lo que tenía era una madre de arrechera que ni yo mismo entendía. No me conmovía la tristeza y desesperación de esos dos hombres enamorados que no habían podido vivir a plenitud su amor, como decía Carmencita, o el gran amor que transcendió el tiempo y los deseos mismos de esos hombres por escapar a lo que sentían, como decía Fátima; yo sólo sentía un mal gusto de boca, jurándome a mí mismo que iba a convertirme en el peor detractor de la cinta. Y así lo dije poco después al grupo, ganándome miradas de rabia de todos, y hasta el mote de odioso aunque ya en el pasado mucha gente me había acusado de sentimental, con todo y lo feo que eso suena. ¿Por qué la odié tanto? No lo atendía.

Desde que leí en La Voz, el diario mirandino, que iban a realizar la película, un amor sobre vaqueros raros, protagonizada por Jake Gyllenhaal y Heath Ledger, y que había problemas a la hora de grabar las escenas de amor, me picó el morbo por verla. Pensé que tan sólo por esos momentos valía la pena calarse la peliculita; realmente creí que sería una basurita con algo de picante. Pero no, yo había salido tibio (de rabia) del cine más bien. Así que al reunirnos un poco más tarde para tomar algo, comencé el ataque feroz contra tan terrible film. Insistía en que la trama era muy traída por los pelos: ¿de dónde les salía a esos dos carajos el acostarse así de un momento a otro? De no saber a qué iba la cinta, me habría llevado la sorpresa de mi vida por una acción tan extraña. ¿Estaban simplemente borrachos y calentorros? ¿Locura de la montaña? ¡Ahí me cayeron encima las mujeres! Y no a besos.

Fátima me preguntó si no había notado la mirada que el tal Jack le lanzó a Ennis (vamos a usar los nombres) cuando llega frente a la oficina del tal Aguirre, y como medio esboza una sonrisa, sintiéndose alegremente sorprendido, y tal vez excitado ante la idea de encontrar a ese tipo apuesto allí. Qué si no había visto la forma en que Jack lo enfocaba con su espejo retrovisor mientras se afeitaba. Carmencita asentía, recordándome que cuando estaban en la montaña, y Jack se iba a caballo, Ennis lo seguía con la mirada por un rato; y que cuando Jack estaba cuidando las ovejas de noche, miraba hacia el valle, buscando la luz de la hoguera donde estaba el otro, sabiendo Dios en qué pensaba. Alicia me preguntó si no había visto la íntima escena donde Jack, congelado de preocupación, se quitaba el pañuelo y lo mojaba en agua para limpiarle la herida que el otro se hizo en la cabeza al caer del caballo por culpa del oso. Y hasta Ricardo me acotó, sorprendiéndome más que todos los demás, que la forma en que el tal Ennis salía a buscar algo más que frijoles para que Jack comiera, ya que éste no quería más frijoles, indicaba que algo pasaba. ¡Ah, gente pa’detallista!

La verdad es que yo no había reparado en nada de eso. Y por ahí siguió la cosa. Se discutía que por intentar llevar dobles vidas habían lastimado a otras personas, a sus mujeres e hijos; otros aducían que lo hacían porque no querían ceder a lo que sentían, que luchaban contra lo que en verdad eran, que no había peor tortura y tragedia para una persona que odiarse y combatirse a sí misma, sin perdonarse, sin aceptarse (sí, eso debe ser terrible, ser de una forma, querer algo que se tiene que ocultar como algo malo, como un defecto). Algunos los acusaban de cobardía, otros decían que era gente que había sufrido mucho y que cuando les llegó el duro momento cuando el destino los obligó a enfrentar la encrucijada más importante de sus vidas, habían hecho una muy mala elección. Todo, todo en la película, había sido captado de forma distinta por todos, cosa que recordé más tarde al evaluar que pedazo me había tocado a mí. Yo estaba admirado de todos esos matices y sutilezas, porque, personalmente, me pareció que la trama fue lineal y simple, que el tal Jack Twist había sido un tonto confiándose así a un tipo tan cobarde, pusilánime y mediocre como el tal Ennis del Mar. Y había sido eso, sobretodo, lo que me había molestado, el dolor de Jack.

Esa noche, en mi casa, me sentí desasosegado. Estaba molesto, irritado, y mientras me cambiaba de ropas, comía algo, encendía la televisión y miraba Globovisión, o me daba un baño, no podía concentrarme. En nada. Estaba bloqueado. Algo me molestaba, me llenaba de una desagradable sensación de insatisfacción. Nada me parecía bien, no podía sentirme tranquilo. La película volvía una y otra vez a mi cabeza, y su drama, su tristeza, me llenaba de una rabia amarga, como de frustración. Me preguntaba: y por qué no hicieron esto o aquello, y si se hubieran ido, y si… Y no pude dormir. Por primera vez en mi vida pasé una noche en vigilia por culpa de una película, lo que debe ser una de las razones para no dormir más idiotas del mundo. Dormía por ratos y creo que hasta soñaba con ella. Y al paso de los días, seguía así, incómodo, funcionaba pero como a dos niveles, y cuando me quedaba solo era peor. Coño, tuve que volverla a ver, aunque sabía que me exponía a más intranquilidad del ‘alma’ como dirían los sensibles (o cursis); pero era una necesidad.

Y allí estaban todos esos detalles que Alicia, Carmen, Fátima, Ricardo y los otros me indicaron. Y noté algunos más. Y ya no era el morbo de verlos besándose, o ver nuevamente las escenas dentro de la carpa; ya no me parecía algo vulgar, o excitante como ver una porno. Eran dos carajos que se ahogaban con algo que sentían, que estaba allí y no lo habían dicho o hecho nada hasta que el tal Jack, más valiente o más loco, no pudo aguantarlo más y decidió actuar, desencadenando toda esa tormenta. Tormenta que terminaría amargamente, pero ¿cómo podían saberlo en ese momento? La vida es eso, o debería ser eso, arriesgarse por saber si eso que se quiere, que se sueña, que se anhela de una forma que te roba la calma, la paz, la vida o la felicidad si no lo tienes, se te da. Dicho así casi asusta, ¿verdad? Pero es que en verdad… asusta.

La segunda escena dentro de la carpa me pareció entonces algo más poético. No eran dos carajos que deseaban tirar para pasar la noche o un rato. Allí estaba el tal Ennis que gruñó que no era un marica y que parecía culpar subconscientemente a Jack; pero que al llegar la noche, humilde, confuso, asustado ante lo que sentía, algo que iba contra lo que quería ser (si vida de macho como todos), va hacia la tienda porque su deseo o necesidad de ese otro sujeto era más grande que la suma de sus miedos. Y allí estaba el tal Jack. Y no parecía un marica vulgar esperando que otro tipo entrara para que le diera lo suyo. Era un hombre (que hasta se veía bonitico con esa luz rojiza) que esperaba al que ya sabía dueño de su vida, tal vez temeroso de que Ennis no fuera; pero esperándolo de todas maneras, con esperanza, porque ¿qué otra cosa puede hacer quien ya no es dueño de su destino sino que lo sabe en manos de otro? Dejar tu vida, tu suerte en otras manos… qué peligroso. Eso debe ser el amor como lo soñamos todos aunque ni de lejos hallamos sentido algo así. Pero volviendo a esa carpa…

Cuando Ennis entra, casi con la cara enterrada en la tierra, Jack se sienta, lo soba, lo besa, lo abraza (y vaya mirada que le lanzó, realmente parecía alguien que esperaba a su amante). Lo recibe sin exigencias, sin reclamos, sin rencores por lo que el otro le había dicho. Ese tipo era eso, el que se entrega, el que se disculpa, el que siempre estará dispuesto a esperar y a entender, quien al ser ofendido, callará y esperará, para luego ir hacia el otro que llora amargamente y acunarlo con amor, aunque Ennis intente golpearlo como en la escena de la despedida final. Jack era ese, el que amaba y esperaba por el otro, el que seguramente soñaba con el día en que le dijeran, que se yo: te amo, Jack…

Ya no era una trama morbosa o ridícula de dos maricos que se escondían para tirar de vez en cuando, por sinvergüenzas o sin oficios. Era una historia dura, terrible, la de Ennis, un tipo tosco, inexpresivo, luchando contra lo que siente, peleando contra su naturaleza, luchando para cambiar lo que desea, aislándose cada vez más de todo el mundo, intentando se duro (un macho), pero que jadea, vomita y golpea una pared cuando se separa de Jack la primera vez, tal vez porque le dolía mucho esa separación y no pudo decirlo, o no quería admitirlo, o por no haber besado por última vez a ese carajo de mirada triste y anhelante (y bonita) que se iba de su vida, sin saber si volverían a verse. Cuando se reencuentran, cuando se observa el nerviosismo de Ennis, su angustia ante la espera, y como corre hacia Jack abrazándolo, besándolo con rudeza, casi mordiéndolo, frotando su frente de él una y otra vez, sus acciones te dicen que eso era lo único que ese hombre siempre había querido en esta vida, a su Jack a su lado; pero ni cediendo aún en ese momento, ¡porque él es un hombre! Y los hombres duros ni bailan ni aman a otros carajos. Por su lado, Jack era… Jack. El amor que se da y dice acabemos con todo y vivamos lo nuestro, pero siendo siempre rechazada y alejada su generosa oferta.

¡Y así quedé atrapado en esa maldita película! Sólo podía pensar en eso. Para mí, esos tipos, Jack y Ennis, salieron de la pantalla como lo hacían los personajes en La Rosa Púrpura del Cairo, y se convirtieron en personas de carne y hueso. En gente que sentía y sufría. Eran, ahora, dos tipos que habían pasado por todo eso, que se habían amado muchísimo y lo habían perdido todo. Y eso me arrechaba otra vez, porque me parecía que yo los había visto padeciendo. Que yo los conocí; y sentía, cada vez que miraba la escena final, cuando Ennis tenía esos ojos cuajados de lágrimas, como un vacío maluco en… no sé dónde. Y me preguntaba qué podía haberse hecho para ayudarlos, para que encontraran la paz, para que Ennis entendiera que debía aceptar el regalo de Jack y ser feliz y hacer feliz a Jack.

Sí, me obsesioné. Y me pegó duro, no se imaginan cuánto. Como a muchos de mis conocidos. Y por culpa de ellos caí en blogs y páginas en la Web que sólo empeoraron la cosa; pero de eso hablaremos después. Sin embargo, antes de despedirme, quiero compartir una imagen que me persigue aún todavía: Ennis del Mar debe tener más de sesenta años ya, si sigue vivo y no se suicidó o algo así. Ya debe haber pactado con la soledad y la nostalgia. Pero estoy seguro, no sé por qué pero lo estoy, de que cada noche, antes de dormir, y aún en sus sueños, llama a su Jack… Y Jack aparece, mirándolo con afecto, con su sonrisa suave y hermosa, como era en esos días en la montaña, acostándose a su lado, acompañándolo para ayudarlo a sobrevivir otra noche; porque, como ya dije, Jack era eso, el que acudía, el que disculpaba y entendía, el que se entregaba. Era el que más amaba…

Julio César.
......

Hola, M, ¿sigues muy ocupada con tus chicos?

martes, 10 de marzo de 2009

EL MUNDO Y SUS DERECHOS

Sucedió en la pequeña nación africana de Sudán; allí se cometieron, y cometen, delitos atroces de lesa humanidad. En Darfur fueron asesinados sistemáticamente más de trecientas mil personas, hombres, mujeres y niños, en otra limpieza étnica de esas tan comunes en países donde es más fácil ser un monstruo sediento de sangre que un hombre de paz. Caso insólito, un tribunal internacional encontró méritos para enjuiciar a un presidente en ejercicio, Al Bashir, ordenando su captura. Y la prensa gritó: China se opone, Rusia también. Las naciones africanas se solidarizaron con su colega. Lo ONU dice que no fue acertado ese veredicto; que está bien, matan gente, pero eso entorpece sus negociaciones tan eficientes. Nadie dijo qué pensaba el minero chino o el obrero ruso sobre esas muertes. A los negros del África no se les preguntó qué opinaban. A los gobiernos y presidentes les parece horrible, ¿cómo osan tocarlos a ellos que todo lo pueden? ¿Acaso un líder no tiene el derecho a perseguir, matar y destruir sin que pese sobre él la amenaza de un tribunal? Es para meditarlo. ¿Se opone China o el gobierno chino? ¿Se escandalizan los rusos o el gobierno ruso? Sea como sea, realmente sorprendió, porque en un mundo donde los pueblos y sus gentes parecen estar atados a los designios, caprichos y a la merced de sus mandatarios, no es frecuente saber de organismos internacionales que se atrevan a decir nada. ¿Será que el mundo quiere cambiar por fin?

JC
……

Lamento tu pérdida, Gitana. Es curioso como gente a la que personalmente jamás tratamos, significan tanto a veces. Ni llegan a saber cuánto, en muchos momentos, les debemos. De hecho… me pasó contigo cuando comenzamos, ¿recuerdas?

domingo, 8 de marzo de 2009

GRACIAS POR UNA RISA

Hace unos días murió Pepe Rubianes,
Los recuerdos de cada uno son personales, y yo lo recuerdo en sus actuaciones en la televisión, ese humor tan ácido... ¡tan bestia!... pero sobre todo será siempre para mí el hombre que consiguió hacerme reir cuando mis ojos no me lo permitían.
El primer día que salí después de mi 'accidente ocular' fue a ver una representación suya. Rubianes Solamente. Reí como hacía años que no lo hacía, y eso que mi ánimo no era precisamente positivo... pero me llevó hasta a las lágrimas.
Ha muerto joven, muchos le recordaremos.
No sé si se le conocía del otro lado del charco... si no es así su humor puede chocar un poco... y conste que no he escogido su actuación más genuina.



sábado, 7 de marzo de 2009

ESTÁS AQUÍ PARA SER FELIZ

Querido J.C.,

Supongo que allá, en el otro lado del mundo, no se verán en televisión los mismos anuncios que aquí. Aunque como estoy segura de que lo que sí hacéis es beber Coca-Cola intuyo que sus spots serán igualmente bonitos y trabajados.

Hace un par de semanas que por aquí se está emitiendo un anuncio que me tiene sobrecogida el alma... y me sigo emocionando cada vez que lo veo.

Dicen que fue un encargo con la indicación clara de transmitir positividad en tiempos de crisis (nosotros, los del primer mundo, nos morimos de miedo ante la idea de perder nuestros privilegios, no lo estamos pasando bien)

Míralo y juzga tú si te transmite lo mismo que a mí.




"No te entretengas en tonterías, que las hay, y vete a buscar lo que te haga feliz...¡qué el tiempo corre muy de prisa!"

viernes, 6 de marzo de 2009

FUE EN KING, Y SE MARCHARON CANTANDO

El día llegó con pesadilla. Esa mañana el pueblo de King, islote perteneciente a Australia, despertó con el canto de las ballenas. Pero no era un coro de vida o felicidad. Era miedo. Angustia. Desesperación. Tal vez un pedido de auxilio a otras criaturas marinas, o tal vez a los hombres como última esperanza. Quizás solo se despedían. Durante la noche más de doscientas quedaron varadas en la ensenada y no pudieron retornar al océano. El ardiente sol del verano conspiró contra ellas, y por mucho que intentó el pueblo de King, la mayoría pereció en medio de la rabia frustrada y la impotencia amarga de esa gente que las acompañó en su agonía. Debió ser extraño mirar a los gigantes del mar perecer así, desorientados, sin poder regresar del camino errado que habían tomado. ¡Qué frágiles e indefensos resultaron al final! Doloroso, pero son cosas que pasan.

JC

miércoles, 4 de marzo de 2009

UN SUEÑO QUE NO ACABA…

Porque no puedo.

Hace dos años, en el 2007, cuando contaba 37, me encontraba en una encrucijada emocional. No me gustaba cómo marchaba todo… pero tampoco deseaba hacer nada por cambiarlo. Por costumbre, por comodidad. Soy dueño de mi vida, y lo digo sin arrogancias, puedo hacer, decir y amanecer donde quiera. No soy un tipo guapo, pero tengo la suerte de caer bien, de saber reír y escuchar, y las mujeres me creen sensible. La verdad tiene otras caras, pero dejemos eso por ahora. Hace cuatro años convivía con una mujer maravillosa con la que un día pensé que pasaría el resto de mi vida, con los pospuestos hijos al fin. ¡Qué feliz andaba mi familia!

Tres años atrás todo reventó. No me sentía contento. No era feliz. Ella, en mi vida, pesaba. Mi casa ya no era mi casa. Sentirme comprometido era un pensamiento hiriente, sofocante. A veces no podía respirar. Y se me notaba. Sé que sí porque lo veía en sus ojos. Un día me preguntó sí quería que termináramos, no supe responder. Tomando sus cosas ella se fue, dijo que no llegaríamos nunca a nada, que ya no era una niña y necesitaba resolver su vida. Y salió de mi casa. Me dejó. Y yo me sentí alegre. Feliz. Liberado. Me había salvado de esa. Pero no duró mucho, cómo la extrañaba, pero ella había decidido continuar sin mí.

No estaba yo bien. Repito, eran 37 años. Los cuarenta estaban a la vuelta de la esquina. Y cuarenta sonaba a terminante, tajante. Hablaba de pocos años más por delante. Hablaba de gente a la que quería que irían partiendo con el transcurrir del tiempo que quedaba (no sé, ya me veía con una pata en la tumba). Y eran 37 años, carajo, y muchas de las cosas que deseaba hacer, los sueños que quise cumplir, las metas que me tracé de muchacho… seguían inconclusas.

Tengo mi casa. Mis ahorros. Me divertí. Fui e hice, y fue grato. Mi vida es cómoda. Pero cuando contaba con trece, quince, dieciocho soñé con escribir un libro, con viajar a Venecia y acurrucarme en una góndola con una belleza italiana; con recorrer, folleto en manos, pueblitos como de postales, museos y palacios. Un día me juré que me llegaría hasta el Muro de los Lamentos, que recorrería esos caminos polvorientos oyendo sobre un Carpintero que, unos dos mil años más o menos antes, andaba por ahí hablando de cosas extrañas. Ya me veía frente al templo de la Ascensión, como un turista fiebrudo más. Yo quería una casa junto al mar, donde llevaría sol por las tardes, bajo los cocoteros, tomando cervezas frías y mirando a la nada, sin desear nada más.

No escribí el libro (bueno sí, pero de eso mejor ni hablar); no fui a Venecia, el Vaticano ni de lejos lo he visto y es posible que Israel desaparezca antes de que yo logre llegar. ¿Imaginan el momento? Los cuarenta por ahí, con más años pasados que por venir; sin mi libro, sin mis viajes… sin mis sueños cumplidos. Y solo, botado por imbécil. Y una noche, con un grupo de amigos, hombres y mujeres, con los que paso grandes y agradables momentos, entré a un cine. Iba a ver la película sobre unos vaqueros maricones que se enamoraban en lo alto de una montaña. Cómo reíamos pensando en lo que veríamos, en esas escenas que seguramente serían chocantes y que nos harían lanzar silbidos. A veces me he arrepentido de haberla conocido. Esas cintas deberían venir con advertencias, “sí es necio, no entre”.

No encontré sordidez ni ordinariez, ni vulgaridad ni comedia. Tan sólo malestar, rabia. Y mucho miedo. Es difícil decirles qué tanto. Me vi solitario, viejo, amargado por una vida de desencanto, en un trailer mirando por una ventana, a causa de mis actos. Esa película, Brokeback Mountain, pegó a muchos de maneras diversas. A mí me tocó la alarma. El susto. Odié en ese momento a Ennis del Mar, y por proyección me disgustaba Heath Ledger (qué en paz descanse), porque verlo tan arrepentido, tan falto de todo porque no supo, no quiso o no pudo luchar por eso, por lo que quería por aquello que le daría felicidad (la poca felicidad que sitió era cuando estaba con el otro), me llenaba de arrechera. ¿Cómo alguien puede ser tan idiota, tan cobarde, tan pusilánime? Pero ¿acaso yo mismo no soy así?

La tranquilidad, la comodidad, la costumbre de comer, dormir o vestir cuando se desea… es atractivo; son los mimos del egoísta, de aquel que no quiso o no supo ver más allá. ¿Pueden imaginar lo terrible que debe ser una vida solitaria, cuando no se desea una vida solitaria, cuando pesan los silencios, la llegada al hogar, el ir a una cama… sin que haya nadie más? Peor, cuando no está a quien se desea ver, oír, tocar. ¿Pueden siquiera entender el agobio de quien cae en una cama y allí siente que se muere, que se ahoga, que no quiere estar solo, que quiere a alguien, a quien sea en ese momento, que desea oír una voz, pero incapaz de saber cómo o qué hacer para remediarlo?

Hay tristezas que son terribles. Una de las peores es la que viene del reconocimiento de culpas, cuando te dices: la jodí, ahora estoy mal y no sé cómo carajo hacer para remediar este desastre. Y allí, atrapado en tu soledad, sabiéndola una cárcel terrible e implacable, te juras que mañana será distinto, que mañana derribaras los muros, que escaparas y llamaras al mundo a gritos para no estar solo; que recorrerás el camino de rostros que pasaron por tu vida buscando aquellos a los que quisiste, esperando encontrar alegría o afecto en sus miradas. Para no sentirte solo.

Bien, todo eso lo pensé en los días posteriores a la ida a ese cine. De mi obsesión, nació una manía: contar lo que sentí, describir ese hueco oscuro, grande y silente que hay en algunas vidas. Primero busqué a otros que también hubieran padecido la película, que la hubieran amado como yo (¡sé cómo suena!), y los encontré. Y entendí que El Secreto en la Montaña no fue el mismo para todos. Unos encontraron ternura, otros dolor, algunos romance, yo pesar. Pero me gusta. Ha pasado el tiempo, a veces mis amigos me preguntan: “¿todavía estas obsesionado con eso?”. Y tengo que decir que sí, que todavía no he expresado todo lo que quería. Que faltan cosas. Y mientras algo me llegue a la mente, que tenga que ver con aquello que sentí y padecí esas dos horribles semanas, tiempo de revelaciones (es como estar en cama con una terrible fiebre que te hace delirar con tu vida), escribiré sobre vainas que se relacionan con aquella montaña.

M, mi amiga, la dulce mujer que me regaló este espacio, la conocí así. A algo que escribí sobre Ennis del Mar y Jack Twist, respondió. Y yo juraba que era otra amiga de la hoguera, tal vez algo en su tono. Tuve que responderle, pero ella nada sabía de eso, pero ya no importaba, conocerla fue recompensa suficiente. ¿Pueden creer que por un momento creyó que era mía una fotografía de Jake Gyllenhaal en el espacio? ¡Cómo reí! (Ah, ya quisiera yo).

Bien, se dirán, “pasó por noches de insomnio, ¿qué hizo de su vida? ¿Cambió?”. ¡No! Resultó que, como dice una estrofa de nuestro himno nacional: el vil egoísmo que otra vez triunfó. Es que… escribir es más fácil que hacer. Desear cambiar el modo de ser, no ser el centro de la Creación sino entender que otros también pueden tener derecho a existir, es complicado. Y, por suerte, muchos temores, angustias y depresiones desaparecen, o nos parecen ridículas, a la luz del nuevo día. Hasta la siguiente noche de desvelos y de pesadillas.

JC

SALUDOS

Hola, Gitana, hola a todos…

Este espacio fue una sorpresa, y fue maravillosa. M, a quien he ido conociendo tan bien como a las amigas que quiero, y a quienes veo casi todos los días, demostró esa tenacidad casi temible en las mujeres. En alguna conversación olvidada, seguramente bajo el influjo de la melancolía, mencioné mi cumpleaños… y ella lo recordó durante todo este tiempo. Y me dio este hermoso regalo.

Será nuestro espacio. Y de todo el que desee participar. Eso la hará feliz. Le gusta la amistad. Por ella, dejaré de lado parte de mis obsesiones y de mis peores facetas. Intentaré ser amigable. Pero eso encierra un peligro (seguramente no pensaste en eso, M), seré más personal. Sé que últimamente no te gusta, pero también tú tendrás que serlo.

¿Cómo y de qué tratará el espacio? Aún no lo sabemos a ciencia cierta. De entrada uno piensa que será de las cosas que nos gustan, como Pablo Milanés (aunque atacar a quienes me desagradan es parte de eso, pero esa queda fuera). Ella dirá y le responderé. Yo diré y ella refutará. Así que sólo veo dos caminos: o será alegremente depresivo; o tristemente bonito. Lamentablemente, para ustedes, no sé medirme al comenzar a escribir. Paciencia.

M, ha dejado ver algunas cosas, pero esperamos mucho más. Yo sigo ahora, pero esperamos por ella…

JC

¡¡¡PABLO MILANÉS!!!

Sí, sí, Gitana. Me gusta su música, de muchacho fui masista socialista (¡por mi culpa, por mi culpa!). Siempre he admirado esa capacidad artística que posee… parecida a la que ha tenido para saber vivir bien en Cuba. Sí, qué bueno…

JC

martes, 3 de marzo de 2009

EN BLANCO Y NEGRO

Este blog es un regalo...

En origen ha sido un regalo para JC, que escribe divinamente pero no se acaba de entender con los ordenadores.

Después pasó a ser un regalo de proposición de su parte: la de compartirlo con él, a lo que acepté encantada. No me lo había planteado nunca, pero en cuanto él lo dijo me pareció la idea más lógica del mundo.

Y los dos tenemos la ilusión de que alguien, en algún lugar, un dia lea algo en este blog que sienta como escrito expresamente para él o ella.

JC y M no nos hemos visto nunca. Ni siquiera he tenido una foto suya (debe guardarlas con llave en un baúl bajo su cama, en el mismo sitio que otras personas guardan las felicitaciones de boda ya preparadas, con su nombre, sólo a falta de poner el de la otra persona) Posiblemente no nos encontremos en la vida, pero eso no ha sido impedimento para que nos sintamos muy cercanos.

Nos separan todos los kilómetros que hay entre Caracas y Barcelona.
Cada uno tiene su vida, muy diferentes entre sí.
Pero nos reímos de (casi) las mismas cosas. Compartimos un sentido del humor ácido que no todo el mundo comprende.
Y sobre todo nos gusta leernos.

Dicho todo esto debo aclarar que no mantenemos una relación romántica. Después de casi un año de correspondencia con él puedo decir que le quiero mucho, pero que estoy libre como los taxis por si aparece (¡por fin!) mi príncipe azul... (¡tan sumamente impuntual!). Como no soy indiscreta él aclarará si quiere cuáles son sus gustos, preferencias y estado civil.

Este es SU blog. Pero los que me conocéis sabeis lo muy charlatana que soy... y hasta escribiendo se nota. ¡No he podido aguantar la tentación de estrenarlo! y me ha parecido lógico hacerlo con Víctor, uno de mis semi-dioses, y con Pablo Milanés... ¿qué mejor canción que la que (escrita por Sabina) comienza diciendo: Cuánto me alegro de que pintes conmigo en blanco y negro graffitis en los muros del planeta. Y si falta un color en mi paleta... ¡regálamelo tú! ?

En esto, como en tantas otras cosas de la vida... ¡que dure lo que dure, pero que lo disfrutemos mientras tanto!

Querido vaquero... que disfrutes tu regalo y yo contigo. Me alegro de que me hayas invitado a pintar juntos...





Ah... como norma general, si pinchais un enlace para ver un vídeo deberíais parar antes el reproductor que hay justo a la izquierda de la página, para que se detenga la maravillosa banda sonora de Brokeback Mountain (bueno... ¡por algo le llamo 'vaquero'!, no olvideis que era un regalo para él)