Sí, ocurrió allí, en Ankara, Turquía, tierra donde las mujeres aún luchan por ser tratadas como iguales por los hombres. Y sin embargo había un hombre para quien su mujer era su vida, aunque no lo expresaba bien. Abdullah, de ochenta y tres años, estaba casado con Kubra, de ochenta y dos, desde 1945; tal vez en medio del jolgorio de un mundo que escuchaba que la Guerra había terminado. Por treinta y siete años convivieron como una pareja feliz, aunque sin hijos. Resignados a no poder tenerlos adoptaron a un sobrino; pero justo ese año sostuvieron una discusión agria y amarga, tras la cual dejaron de hablarse durante los últimos veintisiete años. Simplemente eso, no volvieron a dirigirse la palabra. Nunca. Abdullah abandonó el lecho conyugal y se mudó a una habitación del sótano de la casa, que también incluía una tienda. Ahora bien, Kubra, su mujer, murió hace poco, el 27 del mes pasado, y Abdullah quedó abatido.
Quienes lo visitaron para darle el pésame, lo encontraban perdido, lloroso, caminando por toda la casa, entrando en las habitaciones dejadas a su mujer, y donde nunca más puso un pie desde la disputa; dos horas más tarde, ese mismo día, lo encontraron sin vida. Tras los funerales de ambos, el hijo de Abdullah y Kubra, dijo a todos quienes querían saber de la triste historia: “Se querían mucho, como era sabido, pero su obstinación fue rota sólo por la muerte”. Qué lamentable. Eso creo. O pudiera ser, tal vez, que en medio de ese mundo de silencios y miradas al pasar, fueran felices. No lo sé. Uno, más tonto y dramático, cree ver a un anciano que, a la vista del cadáver de su amada Kubra y una secesión de días vacíos sin ella, decide partir también. Para ver si la alcanza.
JC
Quienes lo visitaron para darle el pésame, lo encontraban perdido, lloroso, caminando por toda la casa, entrando en las habitaciones dejadas a su mujer, y donde nunca más puso un pie desde la disputa; dos horas más tarde, ese mismo día, lo encontraron sin vida. Tras los funerales de ambos, el hijo de Abdullah y Kubra, dijo a todos quienes querían saber de la triste historia: “Se querían mucho, como era sabido, pero su obstinación fue rota sólo por la muerte”. Qué lamentable. Eso creo. O pudiera ser, tal vez, que en medio de ese mundo de silencios y miradas al pasar, fueran felices. No lo sé. Uno, más tonto y dramático, cree ver a un anciano que, a la vista del cadáver de su amada Kubra y una secesión de días vacíos sin ella, decide partir también. Para ver si la alcanza.
JC
Feliz aniversario, M.
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