lunes, 6 de abril de 2009

BRAVO, SEÑORA K…

El gran salón se apresta a oírlo, tal vez sin desearlo, pero tampoco evitándolo. El protocolo ordena que se aplauda, y en medio de ellos, el hombre, el carnicero de Darfur cruza el podio. Altanero, seguro de sí, desafiante; él es un presidente democrático y soberano… llegado al poder veinte años atrás mediante un sangriento golpe de estado. ¡Eso se le tiene que respetar, carajo! Qué asesinó a trecientas mil personas, una minucia; más mató el diluvio. Pero ella no lo cree así; con rostro severo la mujer se pone de pie y cruza el gran salón… en sentido contrario. Sale. Y con ella se va la poca dignidad que pudiera quedar. Y en sus pasos, con su acto, personificó a la multitud no representada por políticos y gobiernos. Al salir, mostrando su desprecio y desaprobación, encarnaba a un mundo que repudiaba al criminal. Me representó a mí. No quiso ella fingir que no sabía, que no le importaba. Cuánta determinación, qué resolución… ¡Mujer tenía que ser!

Julio César.

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